Una noche mágica
Los aficionados a la música, excepción hecha de la que se ha convenido en denominar clásica, suelen ser maltratados con cierta impunidad. Pocas veces tienen ocasión de asistir a locales que reúnan las condiciones mínimas exigibles para una buena audición. Sin embargo, aquellos interesados por la música de Paul Winter pudieron disfrutar del privilegio de escucharla en un marco adecuado y con un sonido excelente.Dice Paul Winter que la música no puede ser descrita con palabras, y no le falta razón en este argumento. Porque cuando uno intenta definir la suya corre el riesgo de perderse en vanas adjetivaciones. Clásico, jazz, folk, new age... Las barreras se desmoronan y cabe preguntarse cómo llegaron a convertirse alguna vez en un obstáculo si en realidad eran tan frágiles.
The Paul Winter Consort
Paul Winter (saxo soprano), Eugene. Friesen (chelo), Paul Sullivan (piano), Rhonda Larson (flauta), Ted Moore y Glen Vélez (percusiones).Auditorio Nacional. Madrid, 27 de mayo
Fue el concierto del Consort un canto optimista a la naturaleza, un viaje por sensaciones casi olvidadas que fueron aflorando desde nuestro interior. A lo largo del mismo, sus componentes nos llevaron de paseo por el Gran Cañón del Colorado y por regiones de la Unión Soviética, entonaron loas al sol e incluso tocaron un tema de Bach a ritmo de bossa nova. También invitaron al público a cantar y dar palmas en una canción tradicional de Guinea, y por un instante la música recobró el sentido primigenio de participación popular.
En la penumbra
En la penumbra, el grupo inició una improvisación bastante reveladora de su propuesta sonora. Una pieza que comienza de forma etérea, luego se orientaliza, desemboca más adelante en un blues, se aproxima a determinada música clásica contemporánea para alcanzar un pasaje de gran lirismo antes de apagarse suavemente.Todos los miembros del Consort, formación que Paul Winter creara en 1967 buscando el equilibrio entre el aspecto grupal y la expresión individual, tuvieron oportunidad de desarrollar sus propias ideas en diversas intervenciones solistas. Sullivan mostró sensibilidad y delicadeza; Larson ofreció una exhibición de virtuosismo; Friesen aprovechó con sapiencia los recursos tímbricos del chelo; Moore hizo alarde de poderío percusivo, y Vélez sorprendió por su dominio del bendir magrebí y por lo que es posible expresar con una simple pandereta. Mejor dicho, por lo que él puede crear con el citado instrumento. Sin olvidar, claro está, el peculiar y conmovedor sonido del saxo soprano de Winter, que impregna la música del conjunto.
Hubo varios momentos a lo largo de la noche particularmente emotivos, de una belleza intensa. Como cuando por medio de unas cintas grabadas hicieron acto de presencia los cantos de los cetáceos y de los lobos, dando lugar a unos diálogos sobrecogedores con los músicos. La enternecedora Canción de cuna de la madre ballena a los pequeños cachorros de foca nos acercó a esos gigantescos seres que llevan millones de años dejando oír su voz sobre el planeta, y con Ojos de lobo pudimos escuchar los espeluznantes aullidos de esos mamíferos de cuyos comportamientos rituales y tradicionalistas tanto podríamos aprender, según cuenta Paul Winter. De momento, nos regaló una hermosa actuación en una noche mágica e inolvidable.
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