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"Balas envueltas en azúcar"

Desde el comienzo de la glasnost ya no aparecían en la Prensa soviética reportajes sobre las audaces reformas económicas de Deng Xiaoping. Según los periodistas soviéticos, este hombre de corta estatura, secretario general del Partido Comunista Chino antes de la revolución cultural, ha cambiado su política, e incluso la doctrina del. partido, imponiendo su frase célebre: "Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones". Al elevar el pragmatismo al rango de valor supremo, ha inculcado a los chinos el espíritu de empresa, tanto en el campo como en el comercio y en la industria. Me decían en Moscú el pasado mes de marzo: "Llevamos 10 años de retraso con respecto a China, y tenemos que aprender de ellos para llevar a cabo la reforma económica".En este sentido, el movimiento desencadenado por los estudiantes de Pekín en vísperas de la visita de Gorbachov ha caído como un rayo. En un país supuestamente muy dinámico y en pleno crecimiento, los estudiantes, seleccionados por concurso, están destinados a un porvenir inaccesible para los simples mortales. Siempre se había pensado que, junto con la intelligentsia, ellos constituirían la base más sólida del régimen de Deng Xiaoping. Y, sin embargo, estos mismos estudiantes se han lanzado a la calle y ocupado la plaza de Tiananmen para reclamar el cese de su benefactor. ¿Por qué?

Decía Mao que hacer la revolución es como navegar contra la corriente: desde el momento en que alguien se detiene, comienza a ir para atrás. Deng Xiaoping ya no quería hacer la revolución, y China, demasiado escaldada del voluntarismo de su predecesor, parecía estar de su lado. Pero no había previsto que, en el plano social, el país diera marcha atrás con tanta velocidad. Ha bastado con dar luz verde a empresarios sin escrúpulos, generalmente dirigentes del partido, para que 50 millones de agricultores o parados se desplacen de ciudad en ciudad en busca de cualquier trabajo para poder comer. Y de repente se ha visto cómo resucitaban viejas prácticas de usura, trata de mujeres o trabajo para niños como por efecto de un toque de varita mágica. En estas condiciones, hablar de economía recalentada que necesita pasar por un período de consolidación, como lo han hecho los dirigentes chinos, era cuando menos una ligereza, si no una locura. ¿Qué es lo que se quería consolidar, la gangrena y la corrupción? ¿El poder, con sus luchas de clases indescifrables para los simples mortales? Hace apenas 40 años, la China del Kuomintang, orgullosa de su Ejército, el más poderoso de Asia, se hundió como un castillo de naipes ante el empuje de las fuerzas de los agricultores descalzos de Mao. Aquella China estaba podrida en su interior, y carecía de alma o de legitimidad. La China de hoy está una vez más minada por las enfermedades de antaño, pero Deng Xiaoping y los suyos pretenden utilizar al Ejército Popular de Liberación como fuerza protectora contra manifestantes pacíficos, estudiantes y obreros. Fieles a la máxima de Mao "el poder está en la punta de los fusiles", parecen haber olvidado que los adversarios de entonces estaban fuertemente armados, mientras que los actuales no tienen más armas que la huelga de hambre.

Muchos telespectadores occidentales quedan asombrados cuando oyen cómo los manifestantes de Tiananmen cantan La Internacional al tiempo que hacen ondear banderas rojas. Si los manifestantes entonan La Internacional es porque no quieren derribar el régimen existente, sino que piden su democratización. No se trata de nostálgicos de la vieja China. Su país, nos guste o no, no existe como entidad independiente y homogénea más que desde aquel memorable 1 de octubre de 1949, cuando Mao proclamó que China estaba en pie. Ya no es cuestión de volver atrás. El padre fundador de la República Popular ha perdido ciertamente una parte de su aura porque, a fuerza de remar contra la corriente, había alienado a una gran mayoría de la intelligentsia china. Sin embargo, muchos de los manifestantes actuales se llegan hasta la plaza de Tiananmen llevando retratos suyos o chapas con su efigie, sin que aquellos que no le perdonan la revolución cultural protesten o se sientan ofendidos. La relación de los chinos con Mao no es la misma que la que existe entre los soviéticos y Stalin, y esta diferencia hay que tenerla en cuenta a la hora de intentar comprender la crisis actual. El inmenso movimiento a favor de la democracia y en contra de la corrupción no indica un retorno del maoísmo. Pero es posible pensar que desde los dos lados de las barricadas se recuerden algunas de las buenas ideas diseminadas en otro tiempo por Mao. Si Deng Xiaoping y los suyos se han quedado paralizados durante la primera fase del movimiento es porque no habían dejado en olvido el aforismo de Mao de que en China todo aquel que ha intentado reprimir el movimiento estudiantil ha acabado mal. En cuanto a los estudiantes, ¿no han recogido ellos por su cuenta, en su furor anticorrupción, las viejas citas maoístas que ponían en guardia a los dirigentes del partido contra las "balas envueltas en azúcar", metáfora que denunciaba el peligro de corrupción? En realidad, la reivindicación de democracia y de purificación del régimen adquiere en China tintes peculiares, profundamente enraizados en la memoria colectiva del país. Esto no disminuye el valor universal del movimiento estudiantil, especialmente para los países del Este. Gorbachov, aplaudido por sus reformas políticas, debería tomar nota de los sucesos de Pekín para no repetir los errores de Deng Xiaoping en los terrenos económico y social.

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