Juan José Gil: "Mi isla es San Borondón"
La insularidad, como escapatoria o muralla, desde la mirada de un pintor
Dice que nació en la isla de San Borondón, espacio geográfico que no existe. San Borondón, explica Juan José Gil, pintor canario de 42 años, es un mito celta, una isla que aparece y desaparece y en la que los conquistadores plantaron la cruz y el estandarte y se encontraron con frutos maravillosos de cristal. Este símbolo de la utopía le ha servido a Gil para especular con el paisaje de la memoria al mismo tiempo que para expresarse en su serie de cuadros Fragmentos de la isla de San Borondón. También le ha servido para analizar los condicionantes de la insularidad: la isla puede desaparecer ante el reto de la aventura y aparecer como muralla petrificadora. En esa pugna se debate y se retrata el artista rodeado de agua.
Hubo un momento, explica Gil, en el que en Canarias se ignoró al mar y se construían las casas de espaldas a él. Y de este dato se vale para hablar del doble significado que el mar puede tener para los isleños: "El gran reto de la aventura o la gran muralla separadora, lo que puede ser también la capacidad de escapatoria o la sensación de claustrofobia". Esta última sensación la marca el espacio geográfico, el hecho de que el Atlántico haya que navegarlo, en contraposición con el Mediterráneo, "mar que se camina"."En la insularidad se produce un proceso de antropofagia", según Gil; "algo así como si los volcanes, en lugar de expeler las cosas, nos absorbiesen y pegasen a la tierra. Al mismo tiempo sentimos la nostalgia del futuro; parece que adivinamos en el horizonte del mar cosas que pueden estar pasando a lo lejos. Ése es el gran debate para el isleño: la necesidad de salir y el miedo de hacerlo, un eterno ir y venir, el regreso al útero y el nacimiento".
Juan José Gil ha abierto casa en Madrid con el objetivo de repartir su tiempo entre la meseta y la isla, y quizá de resolver así el dilema entre la llamada telúrica y el impulso de no escucharla. Hasta ahora había intentado mantener una actitud que considera muy difícil: "vivir en la isla y tener el pensámiento fuera". "Esto crea torturas psicológicas", dice, "pero creo que salir de ella no es abandonarla ni emigrar; es irse para volver, y pienso que lo que es preciso conseguir es que las islas se conviertan en una especie de portaviones varados, con ¡in intenso trasiego de gentes, pensamientos y mentalidades".
Nacido en La Vega de San Mateo (Gran Canaria), Juan José Gil lleva más de 20 años dedicado de Heno a la pintura. En la España de sus comienzos la incultura dominante en la Península se amplificaba en las islas por la distancia, y Gil, que siempre ha buscado vivir en un reto constante, aprovechaba hasta el límite la escasa información a la que tenía acceso. Esto le sirvió para explorar, junto a otros pintores canarios de su generación, diversos movimientos del arte, desde los participativos a los de la abstracción total. "No me convencieron nunca las vías artísticas ortodoxas", dice, "y ya desde mis primeras obras se ve una inquietud intuitiva de ampliar horizontes en el terreno plástico. He dado muchos saltos y he recibido también calificativos, como por ejemplo el de americanoide".
Microesferas
Algo que dice haber querido siempre es introducir en su pintura materiales de la cotidianidad. Gil muestra cierto orgullo al contar que fue el primer pintor en España -"y antes que Warhol o Stella"- que utilizó la técnica de las microesferas de cristal, la pintura reflectante utilizada en las señalizaciones viales. En sus últimas obras, presentadas en la pasada edición de Arco, se sirvió de la fibra de bananera como medio expresivo y simbólico.
Estos materiales son meros instrumentos en función de las obras para Juan José Gil, quien insiste en que el trabajo artístico se beneficia si el pintor mantiene vivo el interés por entrar en debates, teorizar, implicarse y no desatender su formación humanística. "No creo en el pintor que sólo habla de trementina y de óleos; la dimensión es mucho mayor, aunque sin exacerbarla". En sus últimas series ha abierto una nueva dimensión, temática -la casa, el perro, el árbol, la isla de San Borondón-, y ha puesto unos nombres a los cuadros referidos a sus recuerdos personales.
"A la serie que traje a Arco, en la que empleé la fibra de bananera, la llamé Warehouse. El guarejaus era el almacén, que se relaciona en principio con toda la cultura de los plátanos, y además con los comerciantes ingleses. Puse nombres en inglés a las obras, pero reinterpretados por el pichinglis canario. Por ejemplo Sanapú, como se llamaba al lugar de carga y descarga de los barcos de carbón en Las Palmas".
Sobre su postura con relación al mercado del arte, ahora que va a pasar temporadas en Madrid, Juan José Gil dice no tener muchos prejuicios. "La pureza de pensamiento que se tuvo en ciertos momentos, si bien no se abandona, otra cosa es que sea sostenida por el objeto artístico, fundamentalmente porque tienes que vivir. El arte se comercializa desde hace siglos como se comercializa todo, desde las ideas a las religiones. Otra cosa es que la gente olvide que en definitiva lo importante es la obra, o que la gente camine de la mano de los críticos de tumo, o que éstos se olviden de lo que es en esencia la creación artística y desvíen las miradas del público hacia criterios impuestos por clanes determinados. Ése es el debate que hace falta".
Un aspecto sobre el que Gil piensa que también debería abrirse discusión es hasta qué punto resulta o no pernicioso el arte como objeto dé consumo. En este sentido opina que "hay entre la gente más joven un pequeño despiste, originado en las mediaciones impuestas por la fama inmediata, el dinero cómodo o la falta de trabajo. Creo que no es tan importante llegar pronto como decir cosas. ¿Llegar adónde y para qué? La vida es la que da las pautas; la gente tiene que tranquilizarse respecto a la inevitable moda de ser joven. Es necesaria una actitud autocrítica, quemar etapas, acumular conocimientos y rebasar una serie de experiencias para llegar a una obra que realmente diga cosas".
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