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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El reencuentro

CON LA llegada hoy de Gorbachov a Pekín, después de 30 años de distanciamiento entre los máximos líderes de la URSS y China, se abre una nueva etapa en las relaciones de los dos grandes regímenes socialistas del planeta. Ello ha exigido una preparación compleja. Casi desde su llegada -en marzo de 1985- a la secretaría general del partido comunista de la Unión Soviética, Gorbachov mostró sus deseos de mejorar las relaciones con una República Popular China inmersa de lleno en la reforma impulsada por Deng Xiaoping. No obstante, los deseos del líder soviético encontraron dificultades por parte de Pekín. El interés de Gorbachov era obvio: al patentizar que el enfrentamiento entre China y la URS S era algo ya superado, consolidaba su propia posición en las negociaciones con EE UU y en el contexto internacional.China no estaba dispuesta a normalizar las relaciones a cualquier precio. De una parte, no quería ni oír hablar de algo que significara un retorno a lo que habían sido las relaciones con la URSS en los años cincuenta, cuando ambos países se consideraban parte de un "campo socialista mundial" dirigido por la Unión Soviética. Por otra parte, la reforma había modificado sustancialmente su situación. China mejoraba sus relaciones con EE UU, Japón y otros países capitalistas. Con la URSS tenía un contencioso muy grave, con raíces históricas y agravado por los choques de 1969. Aceptaba, pues, mejorar el entendimiento, pero paulatinamente y en un marco que permitiese superar los tres obstáculos -concentración de tropas en la frontera común, Afganistán y Camboya-, condición indispensable para la normalización de las relaciones.

En los tres últimos años, el acercamiento se hizo con pequeños y cada vez más consistentes pasos: aumento de los intercambios económicos y culturales e incremento de los contactos entre ministros y altos funcionarios de los dos países. Dos decisiones soviéticas de 1988 fueron esenciales para el desarrollo de la normalización de las relaciones: el desplazamiento de tropas de la frontera china y la retirada de Afganistán. Con ello, dos de los tres obstáculos quedaron solventados. En cuanto a Camboya, los últimos meses fueron de una actividad diplomática desbordante, encaminada a preparar la retirada de las tropas vietnamitas. De esta forma se cumple la última condición china para celebrar la actual cumbre Deng-Gorbachov.

El problema camboyano no está resuelto aún, pero el camino que se inició ofrece garantías serias de que los vietnamitas se retiren en septiembre y de que, tras ello, se establezca un régimen pluripartidista, abierto a la economía de mercado, presidido por el príncipe Sihanuk y con la participación en el Gobierno de las diversas fracciones políticas. Todo ello supervisado por fuerzas u observadores internacionales. De esta forma se aleja la amenaza de una Camboya convertida en colonia de Vietnam, posibilidad que determinó la intransigencia china.

Un análisis del proceso que ha desembocado en el viaje de Gorbachov a Pekín pone en evidencia lo lejos que están las dos partes del clima de los años cincuenta. Son otra URSS y otra China las que se reencuentran. Baste señalar que los líderes de la etapa glacial, Mao y Breznev, no sólo han desaparecido sino que son objeto de duras críticas en sus respectivos países, lo que facilita que el tenso pasado pueda ser enterrado de modo casi natural, sin vencedores ni vencidos. Deng y Gorbachov -al final de su andadura el primero, en plena marcha el segundo- encabezan dos grandes reformas que están liquidando muchos de los dogmas sagrados del ideal socialista. Sus conversaciones no se detendrán en lamentar los fracasos de ese ideal, tendrán otros centros de atención. La ideología es quizá lo que menos les interesa.

Se encuentran hoy en Pekín los jefes de dos grandes Estados con un interés prioritario por encontrar puntos concretos de cooperación, principalmente económicos. Existen para ello posibilidades considerables, dado el potencial de desarrollo que tienen la URSS y China, pero ambos necesitan acceder a la tecnología moderna y, consiguientemente, acrecentar sus relaciones con Occidente. Ninguno de los dos líderes puede olvidarlo. Las nuevas relaciones entre Moscú y Pekín que se inauguran estos días no van a mermar la apertura a Occidente. Más bien lo contrario.

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