Almohadillazos
A almohadillazos acabó aquello. La gente estaba harta de novillos mansos, renqueantes y feos y sólo faltó que al último, el único guapo, lucerito y todo, con cuernos tan bien puestos que eran la envidia de más de uno, el picador le zurrara la badana durante el tercio y, cambiado el tercio, siguiera zurrándosela. El picador por la parte de fuera metiendo caña, el novillo por la de dentro intentando sacudírsela de encima y escapar, se armó un escándalo, parte del público la emprendió a almohadillazos contra el picador, con la mala fortuna para sus propósitos de que ponía en la refriega más furia que tino.Los turistas, ayer mayoría en Las Ventas cuando empezó la función, también estaban indignados y unieron su ardor combativo al de la alborotada masa indígena. Sintieron ser minoría para entonces. El resto había huído cuando vio vomitar sangre al segundo novillo de la tarde, mal herido en el cuello por Gonzalo González. Mediado el festejo, los tendidos de sombra -al principio cuajaditos de gente-, aparecían despoblados. Quedaron los cabales: la afición de acá y el turismo de allá interesado en perfeccionar sus conocimientos sobre la cuestión.
Aldeaquemada / Martínez, González, Pérez
Novillos de Aldeaquemada, discretamente presentados, renqueantes, mansos, de feo estilo. Alberto Martínez: estocada contraria y dos descabellos (silencio); estocada corta y dos descabellos (aplausos y también pitos cuando saluda). Gonzalo González: media delantera ladeada (palmas y también pitos cuando saluda); estocada enhebrada por el morrillo y bajonazo (silencio). César Pérez: estocada corta trasera ladeada (silencio); dos pinchazos muy traseros y bajos (silencio).Plaza de Las Ventas, 7 de mayo.
Preguntaban los turistas cómo se llamaban los toreros, se les respondía amablemente y les satisfacía comprobar cuán española era la terna: Martínez, González, Pérez; más racial no la conseguiría la empresa, por mucho que rebuscara en el escalafón. En cambio los novillos parecían chinos. Los novillos nada tenían que ver con el toro bravo. Ni locos repetían dos embestidas que recordaran, de algún modo, aquello que llamamos la casta del toro de lidia.
Pudieron estrellar a los novilleros, los tres en edad de merecer y uno nuevo en esta plaza, pero los novilleros no se dejaban estrellar por la casta china de los novillos, y se arrimaban de firme, aguantaban parones, sorteaban derrotes sin descomponerse. Hasta llegaron a correr la mano, que era como un milagro. Alberto Martínez le dio distancia al cuarto y ligó redondos; Gonzalo González hizo un toreo vertical y templado en el segundo, que simuló unas embestidas boyantes y luego le pegó una voltereta; César Pérez adelantaba toreramente el engaño a la ruína que salió en tercer lugar. En los restantes, Martínez, González y Pérez pelearon contra el infortunio. En el sexto acaeció lo de los almohadillazos al picador y pudo apreciarse después que también los merecía el novillo, por pregonao y por burro. Martínez, González y Pérez lo hubieron de pasar muy mal con esa encerrona, la habitual de Las Ventas, que han convertido en la plaza de los saldos.
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