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Tribuna
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Latido

Manuel Vicent

Ardían los mariquitas en todos los sótanos bajo una niebla escarlata, y entre ellos se daban besos delicados al pie de la barra, desplegando las alitas dulcemente hacia atrás. Llevaban grandes escotes en la espalda, la cabellera les cubría con varias ondas angelicales una oreja sonrosada y de la otra les colgaba la pluma de un ave del paraíso. De noche se oían por toda la ciudad las trompas de caza que hacían sonar los propios venados, cuyos ojos insomnes eran de plata. Con un garfio en los genitales huían por los largos pórticos muchachas heridas gritando, y estos alaridos de sangre eran la melodía que bailaban los rufianes en unos antros donde los amores violados no cesaban de derramar miel hasta el amanecer. En algunos túneles también había yeguas hacinadas con las crines plagadas de flores, ofreciéndose mutuamente el galardón de Venus, mientras relinchaban en la oscuridad. Corrían tiempos de dulzura. Unos soñaban con inyectarse música de Bach en las venas, otros lucían mamíferas de lujo en los espaciosos atrios de la filosofía, muchos sólo buscaban una bala de oro para suicidarse. En una esquina de la ciudad un profeta ciego vendía dinamita de la mejor calidad en las tinieblas del sábado, y a esa misma hora las ninfas abrían el compás dentro del camisón perfumado, y un furioso guerrero siempre entraba en ellas silbando un himno.La noche era la barrica más suave que uno pudiera imaginar, y su oscura cavidad de carne exquisita se hallaba unida a una mecha de pólvora seca, por la cual discurría quemándola una estrella de hada madrina. Todos esperaban que la explosión coincidiera con el instante álgido del placer, y cuando ésta se produjo al filo de la madrugada, el profeta ciego pudo contemplar desde la azotea el grandioso fogonazo, en cuyo interior vislumbró siluetas de corceles y yeguas arrebatados, vírgenes partidas por la cintura, torsos de mármol que aún palpitaban, sexos que parecían constelaciones, mariquitas, venados, rufianes, gárgolas y garfios, todo disparado por un inmenso latido. Y eso era la noche.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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