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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos mundos africanos

LA MATANZA recíproca de senegaleses y mauritanos, que ha causado hasta el momento centenares de víctimas, sin mayor fundamento aparente que el recelo nacional ante la presencia y la presión del vecino, subraya hasta qué punto una cierta idea tradicionalmente unificadora y reduccionista de África es sólo un producto de la historia colonial.El continente negro tiene dos grandes puntos de contacto y fricción entre dos masas humanas que lo pueblan mayoritariamente: los pueblos de carácter árabe-beréber y los de raza negra, que dominan algo más de la mitad meridional de África; los dos puntos de mayor contacto directo son Sudán, en el Este, y Mauritania, en el Oeste. En ambos territorios, ese contacto es complejo y sangriento. En Sudán ha adquirido desde hace 20 años la forma de una guerra civil entre un Norte árabe-musulmán y un Sur negro animista o cristiano, y en Mauritania, una dudosa mayoría árabe, más cultural que racial, conoce unas malas relaciones seculares con la población negra, emparentada con Senegal.

Mauritania es un Estado que nació a la independencia en 1960 con un grave problema de identidad, entre su pertenencia cultural al mundo árabe y su realidad demográfica, mucho más próxima a la negritud. Históricamente, la parte del país de origen árabe ha ejercido su dominación sobre la población negra, que es probablemente mayoritaria, hasta el extremo de que la esclavitud infligida principalmente a este último segmento de la población sólo fue abolida legalmente en los años sesenta. Al mismo tiempo, la proximidad de Senegal -donde reside una importante colonia mauritana- y una inevitable porosidad de las zonas fronterizas constituyen un motivo para que Mauritania mire con inquietud nacional hacia el Sur en el temor de irredentismos espontáneos, aunque haya que subrayar que Senegal jamás ha estimulado las preocupaciones de su vecino.

Las fronteras africanas, apegadas como mal menor al legado del tiralíneas colonial, no han sufrido la relativa racionalización que dos guerras mundiales impusieron en Europa. Nada habrían, evidentemente, de envidiarnos por ello. Pero sí hay que apuntar que el desarrollo integral de África pasa por la construcción del Estado sobre una base que no puede ser exclusivamente tribal, racial o religiosa. Por ello, los enfrentamientos en ese punto de confluencia de dos mundos, por graves en pérdida de vidas humanas que puedan resultar, no han de llevarnos a una cómoda condena de esas fronteras artificiales, sino a comprender cómo el desarrollo político va ligado a la construcción de espacios económicos viables.

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El problema, en último térn-fino, que divide a estos dos países no es la separación cultural e histórica, sino, con mucha mayor gravedad, el del desarrollo por realizar. A la hora de la independencia del marco colonial francés, a fines de los cincuenta, se perdió la oportunidad de crear marcos de cooperación económica. Mauritanos y senegaleses pueden vivir más o menos revueltos, siempre y cuando tengan con qué vivir materialmente.

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