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21º FESTIVAL DE TEATRO DE SITGES

Tres espectáculos bochornosos en una jornada decepcionante

El domingo se anunciaba como el día grande del festival, porque se estrenaban las dos coproducciones de este Sitges Teatre Internacional (STI), algo así como el sello de identidad del certamen: Encrucijada, del colectivo vasco Bekereke, y Alla luna, del Teatro Tascabue di Bergamo. A veces, los espectáculos son mediocres, decepcionantes o claramente malos, pero en pocas ocasiones se han ganado a conciencia todos los superlativos más bochornosos: la jornada dominical del STI fue un escándalo que puso de manifiesto de nuevo las peligrosas carencias y desviaciones del festival que dirige Toni Cots.

La tarde arrancó ya de manera decepcionante con la presentación de Trans/Humà, de Jordi Rocosa, uno de los tres proyectos realizados por encargo del festival. Aparte de convocamos en una punta de la ciudad para decirnos que la historia comenzaba justo en el otro extremo, a unos dos kilómetros paseo Marítimo abajo, Trans/Humà fue un quiero y no puedo que apenas dio más de sí.Todo se redujo a una especie de versión nómada motorizada de ese espectáculo que, años atrás, Albert Vidal paseó por los zoológicos del mundo tras su estreno en Sitges. Algo así como el tren de la bruja, pero en plan antropológico industrial, o sea, un espacio vital en cada vagón de juguete: en primer lugar, el tresillo arrimado a un viejo televisor, luego la cocina, la entrada a la fábrica, el retrete... y el dormitorio en el vagón de cola. En un par de minutos el espectáculo se había agotado.

A eso de las nueve, tras el habitual retraso, asistíamos al primer desastre de la jornada: The women with the blue hair, y de eso iba el rollo, de tomadura de hair con leves toques pornográficos, coreografiado (es un decir) por la compañía de Isnel da Silveira.

Y llegamos ya al segundo y sonoro escándalo de la noche dominical: Encrucijada, uno de los encargos del STI, que no pudo estrenarse la noche anterior a causa de la oportuna lluvia de cada año. Por lo que vimos, esta gente de Bekereke no tiene ni la más remota idea de lo que es teatro de animación, de participación o de calle, llámenle como quieran. No tienen ni la más leve noción de lo que es el juego teatral, ni tienen sentido del humor, o, en todo caso, tienen un humor pésimo y una gracia que da pena. Encrucijada no es más que un par de disparates mal ideados y peor realizados, puestos de pie con la ayuda de mercenarios y comparsas reclutados a última hora.

En cuanto a Teatro Tascabile di Bergamo, que estrenó Alla luna, otro de los geniales encargos del lúcido, brillante y prestigioso director del STI, la cosa resultó otro desastre.

Los pobres italianos quizá no tienen ninguna culpa de ser como son, ingenuos, sosos y, en definitiva, impresentables en el sentido más compasivo del término. La culpa de todos estos escándalos es únicamente de este señor que cuando desembarcó en Sitges, hace tres años, declaró, más o menos, que venía dispuesto a dar una lección de teatro a la profesión, al público y, claro está, a la crítica, porque no teníamos ni tenemos idea de lo que está ocurriendo en el mundo, decía. Sus lecciones, señor Cots, son todo un ejemplo de cómo acabar de una vez por todas con el teatro y, en consecuencia, con el escaso y sufrido público.

Pero vayamos Alla luna. Primera escena: en una playa, una triste parodia de ese viejo anuncio de coñá con caballo y señora buena a lomos. Luego, un charlatán de feria con zancos pero sin gracia abre la procesión hasta la improvisada era a las puertas de una ermita. Llegamos y nos encontramos con un alegórico foc de camp.

Boda con zancos

No pasa nada, excepto que por aquí y por allá se ven italianos corriendo como si tuvieran algo importante entre manos. Tras un cuarto de hora de espera, suena una marcha nupcial en versión chatarra mayor, se abren las puertas de la iglesia y aparecen los novios. "¡Vivan los novios!", grita el penoso anfitrión.Tras la lluvia de arroz, los novios inauguran el baile, al que se une una decena de invitados, todos ellos encima de altos zancos. Y ya está. Lo que se dice una indignante mamarrachada.

"Mamá, ¿el teatro siempre es así?", se lamentaba un pequeño espectador.

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