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Tribuna
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La desorganización ética

La libertad de Prensa permite contener y corregir los abusos del modelo de conducta social generalmente aceptado. Para que este sencillo método funcione bien es necesario que no haya división ni divergencias sobre la vigencia moral del modelo abusado. Dicho de otro modo, es preciso que no existan en la sociedad diferentes criterios de valoración moral para la conducta pública y la privada, para el comportamiento institucional y el individual, para la vida privada de las personas famosas y de las anónimas. El escándalo público sólo puede tener utilidad social en los sistemas políticos con una ética organizada.La pluralidad de fuentes generadoras de moral no ha podido desarticular en Estados Unidos la unidad de criterios éticos producida por el protestantismo y por los ideales democráticos de aquella república de propietarios agrícolas que, sin luchas de clases sociales, concibió la libertad como fundamento de la igualdad de los seres humanos. Aunque la igualdad de oportunidades no sea hoy un hecho real, todos los americanos creen que la tienen. Por ello, el ideal democrático continúa siendo el fundamento de su universidad moral, de su organización ética.

La moral del éxito propia de este pueblo, contra lo que aquí se cree, es de índole antimaquiavélica, porque está basada nada menos que en la moralización de los medios, y de carácter puritano, porque trae su origen de la predeterminación calvinista del fin último, cuya incertidumbre sólo permite adivinar como graciados a quienes cumplen sin fallo su deber cotidiano. La firme creencia en la igualdad de oportunidades y la lealtad de las relaciones industriales han sido suficientes para mantener contenidas en este pueblo las dos desviaciones modernas de las costumbres que una misma ansiedad manifiesta en todos los países que han superado el umbral de la pobreza: la ansiedad caníbal de devorar lo bello y lo potente, consumiendo mercaderías de prestigio y dejándose vivir la propia vida por la de los famosos. Un nuevo complejo de Narciso reclama la incesante satisfacción de esta ansiedad para velar el espejo de la mediocre realidad de esas capas sociales que gozan de capacidad adquisitiva con un trabajo sin sentido. En los países moralmente estructurados, estas pasiones no son motivo de escándalo social sino mercado para industriales publicitarios, comerciantes y psiquiatras.

No es éste nuestro caso Cualquier persona que ojee las llamadas revistas del corazón y la televisión, aunque no tenga conciencia de ello, se encuentra cada semana en un mar de confusión. Se escandalizan de lo banal. Se reconfortan con lo monstruoso. Lo blanco les parece negro. Lo pernicioso, útil La mentira, verdad. Y cuando, de vez en vez, aciertan en su interés, no saben por qué. Aquí lo bello y lo potente es producido con ostentación por una promiscua amalgama de vulgaridad y refinamiento entre personas representativas del nuevo poder político y financiero y de la vieja clase social que campeó durante el franquismo. La gente guapa representa la nueva concertación social entre socialismo y oligarquía que nos desconcierta moralmente a la gente fea.

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Para que se pueda entender en concreto lo que estamos expresando es muy ilustrativo el reciente ejemplo de la emisión del serial televisivo sobre la negociación del Gobierno con los sindicatos tras el importante 14-D. Este serial no ha escandalizado a los espectadores, la mayoría de los cuales fueron decembristas el día 14, porque habiendo recibido la sensación de que el Gobierno era flexible, modesto, generoso, y los sindicatos, rígidos, arrogantes, maximalistas, carecen de defensas y criterios morales para detectar las burdas mentiras de la autoridad.

La huelga de ciudadanos del 14-13 no fue convocada y realizada para obligar a los sindica tos a que negociaran con el Gobierno, como descaradamente insinuó su portavoz, sino para que un Gobierno recalcitrante en fracasadas negociaciones con los sindicatos, concediera sin más unas compensaciones mínimas a los sectores más necesitados de la población, especialmente clases pasivas y para dos. Jamás se había visto antes que unos sindicatos de productores tomaran el gran riesgo de una huelga general de consumidores por móviles altruistas.

El Gobierno reacciona así: "Reconozco el éxito de los sindicatos y el fracaso del Gobierno; por tanto, les invito a una negociación tripartita con la patronal". Ante esta artimaña provocadora, los sindicatos triunfantes actúan como si la huelga hubiera sido un fracaso y aceptan participar en un simulacro de negociación. Jamás se ha visto unos sindicatos menos firmes y decididos en la defensa de unos intereses que les había confiado el plebiscito a brazos caídos del 14-D.

En cuanto a las formas, no puede ser más evidente la treta, la mala educación del Gobierno y el desconcierto moral de los líderes sindicales. En cuanto al fondo, el Gobierno regatea y va subiendo su oferta, como si se tratara de un chalán realizando un trato de feriante y no del pago de un compromiso público doblemente debido, en virtud de la promesa anterior firmada y en virtud de la deuda democrática contraída el 14-D. Y en cuanto a la ideología, es decir, a la justificación gubernamental de su negativa, entramos ya en lo monstruoso: "No puedo dar lo que me piden 10 millones, de ciudadanos porque ellos no saben que eso les perjudica. Yo les convenceré de su error". Esta ideología fundó el despotismo ilustrado. Este paternalismo fundó la dictadura de Franco. Y ahora, retirada la ilustración y el paternalismo por el uso de la grosería, la mentira, y un iletrado determinismo económico, el poder aparece desnudo en toda su cínica y espléndida barbarie. Pero esto no es motivo de escándalo público.

Aquí está la razón de que lo gravísimo de la situación no sea el comportamiento de este o de otro Gobierno, sino el estado de indefensión inmunológica en que se encuentra la sociedad española contra la enfermedad oportunista que invade y corrompe a toda la clase política, casi toda la clase intelectual y los poseedores del nuevo signo de la riqueza, la liquidez especuladora. Lo escandaloso es que tan descarada glotonería, tanta bulimia política, no sea rechazada con un puro y permanente escándalo público contra el poder fruidor, contra la fruición exhibicionista de los poderosos.

Por ello no importa tanto criticar al Gobierno como encontrar la causa profunda del mal que padecen las capas integran

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La desorganización ética

Viene de la página anteriortes de la alta sociedad económica, cultural y política. Lo urgente es diagnosticar el origen de esta flagrante desorganización ética de la sociedad, y la clase de relación que tiene este caos de las altas costumbres con el sistema político en vigor. No necesitamos probar la existencia real de este desorden moral porque estas cuestiones, como todos los síntomas, no se demuestran, se muestran por sí mismas.

Las dictaduras no conocen este tipo de desarreglos porque en ellas la moral, como el ciudadano, es uniformada por el terror. Llámese jacobina, comunista o fascista, consista en una deificación de la razón, del partido, de la nación, la ética dictatorial está fuertemente organizada hasta que desaparece o se debilita el catalizador, en cuyo momento la moral natural de la libertad, hasta entonces comprimida por la moral oficial, se expande por todos los circuitos del entramado social, convirtiéndose en la universidad moral de la democracia pluralista, salvo (que otro dique convencional, otra moral oficial, contenga su fuerza de expansión.

Esto último es lo que sucede en esos períodos históricos donde las libertades no crean el orden político, sino éste a aquéllas; donde no son conquistadas por el pueblo, sino otorgadas o concedidas por la autoridad. Es natural que estas expediciones administrativas de las libertades políticas, como los demás expedientes de concesiones estatales, se hagan bajo un riguroso pliego de condiciones caracterizado por el privilegio, la ficción jurídica y el pago de un canon, ya se verá cuál.

El gran parecido de familia entre los rasgos de la Restauración de ayer y la Instauración de hoy, la identidad del pacto constituyente de ambos sistemas junto con la similitud ideológica, pueden conducimos a la precipitada conclusión de que el desorden moral y la dimisión intelectual de la transición sólo son un retorno a la España de la Restauración. La sensación de que estamos reviviendo la mediocridad y la incompetencia de la España restaurada se acentúa aún más leyendo a las grandes y numerosas personalidades que entonces se rebelaron contra la moral y la cultura oficial.

La más grande de todas escribió en 1915 un fabuloso retrato de la Restauración. El diablo Ariman ha "podido establecer, aunque de manera transitoria, el imperio de la deliciosa sinrazón, ley de la mentira provechosa, holganza de las inteligencias, triunfo de las travesuras, terreno en que medran los tontos, se enriquecen los audaces y todo va al revés... En el suelo de Farsalia-Nova, la desorganización ética es el fundamento de nuestro poder".

El raro coraje moral de un filósofo, el joven Ortega, denunció públicamente la identidad del diablo galdosiano: "La Restauración fue un panorama de fantasmas, y Cánovas, el gran empresario de la fantasmagoría". Pero la empresa de desorganizar la ética, de alimentar el desorden moral, de convertir la mentira. en fundamento del poder no es tarea que pueda hacer un solo hombre, ni que pueda ser acometida con procesos racionales. El genial artista acude por ello al diablo. El gran filósofo encuentra el concepto corruptor: "Conciliación sin vencedores ni vencidos. ¿No son sospechosas, no os suenan como propósitos turbios estas palabras? Esta premeditada renuncia a la lucha, ¿se ha realizado alguna vez y en alguna parte en otra forma que no sea la complicidad y el amigable reparto? Fue Cánovas un gran corruptor, como diríamos ahora, un profesor de la corrupción".

Tenemos que restregamos los ojos para comprobar que no estamos soñando, que estas palabras no se refieren al momento actual, sino a otros tiempos pretéritos, donde una Constitución pactada por consenso en nombre de la reconciliación nacional no produjo, sin embargo, la desformalización ética de la sociedad.

El secreto de que entonces se conservara lo que hoy se ha destruido reside en el carácter excluyente del pacto constitucional de la Restauración respecto a ciertos sectores sociales. A diferencia de lo que ocurre en la actual Instauración, la representación política y sindical de la clase obrera no se implicó en el artificial equilibrio pactado entre los partidos de la burguesía, y ésta tuvo que guardar formas civilizadas por temor a una clase obrera ascendente. Galdós hace decir al jefe del partido en el poder, Dióscoro: "Sin embargo, conviene guardar ciertas formas y no proclamar el imperio de la sin razón".

La hipocresía permite conservar la organización ética de la sociedad y considerar como simples abusos los casos que escandalizan a la opinión, porque más bien que un homenaje del vicio a la virtud es un tributo que el vicio paga al miedo. Sin temor social desaparece el esfuerzo espiritual de la hipocresía y aparece en toda su rusticidad el cinismo del más fuerte. Lo que separa a la refinada hipocresía del bruto cinismo, lo que distingue intelectualmente a personalidades como Cánovas y Sagasta de otras como Suárez y González es lo que distancia a las costumbres sociales de la Restauración de esta concordada y bárbara alianza del dinero y del Boletín Oficial. dos papeles que la reconciliación nacional utiliza para organizar un nuevo reparto de jerarquías, riquezas y sueldos infiltrando a la pequeña burguesía profesional en las tradicionales capas dirigentes de la sociedad, sin acercar a las clases sociales opuestas.

No podemos, en consecuencia, explicar la desorganización ética de la instauración por las causas políticas de la restauración. Y como la historia raramente produce singularidades, antes de presumir de la originalidad del modelo español de transición de las dictaduras a la libertad estamos obligados a comprobar si este modelo con todos sus ingredientes ha existido alguna vez y en alguna parte, y si la desorganización ética de la sociedad es consecuencia o fundamento de tal régimen político.

Está históricamente identificado y universalmente reconocido como "régimen de la vergüenza nacional" un sistema político cuyos caracteres constituyentes fueron: demolición de una dictadura por los ministros del dictador, ideología liberal, separación de Iglesia y Estado, libertad de cultos, libertad de Prensa, pacto entre toda la clase política, reconciliación nacional, ruptura con el propio pasado, Constitución y Gobierno de consenso, amnistía, elecciones con listas cerradas, golpe frustrado de la extrema derecha, ilegalización y represión de la extrema izquierda, retorno de exiliados, multiplicación de la Prensa, ocupación política de los cargos burocráticos, predominio de la economía sobre la política, reducción de la política económica a monetarismo y presión fiscal, independencia formal de la autoridad monetaria, reprivatización de bienes nacionales, invasión de capital extranjero, agitación de los banqueros, formación rapidísima de nuevas fortunas, promiscuidad de la antigua y la reciente riqueza con la clase política y artistas de fama, tráfico de influencias, comisiones en los contratos del Estado, explosión exhibicionista del lujo, proliferación de restaurantes, salas de fiestas y espectáculos, relevancia social extraordinaria de mujeres divorciadas y ligadas a los hombres fuertes de la situación, desnudez de la moda femenina, liberación de precios y del comercio exterior, inflación, contención de salarios, paro, represión de actividades sindicales de los trabajadores y de la huelga, aumento de la delincuencia, de la mendicidad y de la policía, decadencia del arte, mediocridad intelectual y elevación del cinismo al poder político y social.

El nombre genérico de este singular régimen es Termidor. Su apellido específico, Directorio. En recuerdo suyo, París conserva la plaza de la Concordia, denominación que los termidorianos dieron a la plaza de la Revolución. Está visto: el original francés es vergüenza de la historia de Francia, y su copia española, motivo de orgullo nacional y de prestigio internacional para España.

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