La agonía del despertar
M. T., La noche ha sido dura. Decenas de cohetes de lanzamiento simultáneo han dejado la ciudad prácticamente sin una calle intacta, a lo largo de un bombardeo que comenzó a media tarde y cesó a las cinco de la madrugada.
A eso de las dos, a la sinfonía artillera se unió en la capital libanesa el estruendo de los cañonazos que las dos fuerzas enemigas se estaban atizando en plena línea verde de separación de los dos sectores de la capital libanesa, utilizando carros de combate.
Por la mañana salimos a buscar las nuevas heridas de Beirut. No hizo falta ir muy lejos. Un proyectil había caído en la casa de al lado.
En el distrito de Aisheh Bakkar, una familia sufrió la pérdida de cuatro de sus miembros a causa de un obús de 240 milímetros que pulverizó su refugio, construido en la planta baja de su humilde hogar. Cuatro muertos y 10 heridos, entre ellos dos niños.
Hasta ahora la gente se creía a salvo bajo tierra. Ese mito también se ha desplomado. Galeani Itani, que se salvó porque había pasado la noche en casa de unos parientes, llegó a tiempo para ver cómo los muchachos de la Cruz Roja rescataban los cadáveres de sus parientes.
Al otro lado, en el puerto de Junié, cientos de aterrorizados cristianos que trataban de huir de la guerra en un transbordador en dirección a Chipre fueron sorprendidos por los bombardeos mientras esperaban en, el puerto. El pánico les hizo pisotearse unos a otros.
Todo el que puede abandona Beirut: unos van hacia la relativa seguridad del sur de Líbano, otros intentan alcanzar Chipre como sea, otros huyen hacia Damasco.
La carretera que conduce a la capital de Siria está llena de coches que transportan en el techo colchones y los enseres indispensables. Pero la mayoría de la gente, en esta ciudad de 1,5 millones de habitantes, es pobre, lo ha perdido todo. Y tiene que quedarse en la ratonera, sin otro espacio en que moverse que el de sus estrechos refugios.
El habitual recuento matutino de desdichas ya ni siquiera les hace lamentarse a gritos. Se enfrentan a los hechos con un rostro lacónico en el que está escrita toda la desesperanza del mundo.
Sólo sonríen -pero con una sonrisa ausente de los ojos- cuando tropiezan con un amigo. Es decir, cuando descubren que aún cuentan con un amigo vivo.
Todos saben que el bombardeo recomenzará en breve, y por eso el saludo es siempre una pequeña alegría que inevitablemente acaba en una despedida incierta.
Con ese espíritu, los habitantes de Beirut se ponen luego a hacer cola en las panaderías, antes de correr a ponerse a salvo.
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