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Fuga

Rosa Montero

Cinco niñas sevillanas se han escapado de un internado para correr una aventura. Las tiernas criaturas tienen entre nueve y 13 años. Y no son las únicas: si no recuerdo mal, hace un par de meses, otras dos niñas se largaron a zascandilear por los alrededores de su pueblo norteño. En peripecias semejantes es donde mejor se constata el cambio en las costumbres y en las mentes. Las niñas ya no son lo que eran, afortunadamente.No es que una piense que la emancipación de la mujer haya de pasar obligatoriamente por la fuga sistemática de todas las muchachitas del país. Pero es un símbolo de la mutación social más profunda y dificil: del cambio en las fantasías y en los sueños. Antes eran sólo los niños varones quienes se escapaban de sus hogares dispuestos a conquistar la Tierra, mientras las nenas se quedaban atrincheradas en su habitación jugando, encierro sobre encierro, a las casitas. En la tradición de muchachas fugadas sólo cabía la modalidad de la mozuela ya algo talluda que huía en brazos de su novio: un asunto, en fin, clásicamente femenino, con la chica bajo la viril tutela del amante. Pero que unas mocosas decidan marcharse por sí solas a descubrir y gozar del vertiginoso y vasto mundo, eso es algo nunca visto, el despiporre. El espacio exterior siempre ha sido un territorio culturalmente vetado para la mujer. Ahí fuera, se nos ha dicho, donde soplan los vientos y se construye la historia, reina el hombre, mientras que el lugar de la mujer es un rincón interior que no está recogido en los anales. Pero las nuevas generaciones de chicuelas parecen haber roto estos milenarios muros de cristal. Sus fantasías ya no tienen límites. Esto sí que es una revolución en toda regla.

Frente a la potencia revulsiva de estos cambios importa relativamente poco que haya magistrados reaccionarios, empresarios borricos y mandamases de un machismo mostrenco. Son especies tan condenadas a la extinción como el mamut: no hay lugar para ellos en un mundo en el que también las niñas pueden soñar con universos.

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