Híbrido e inconexo

Robert Towne es un experto guionista de estilo negro. No es ésta una conjetura, porque lo ha demostrado. Su nombre está en los títulos de crédito de Bonnie y Clyde, Chinatown y El padrino, que son tres de las obras mayores del esfuerzo de recuperación para el cine moderno de la vieja y rica tradición norteamericana del thriller. Se sabe, por consiguiente, la lección. Pero, sorprendentemente, a la hora de dirigir uno de sus guiones no lo ha digerido del todo bien.Por una parte, Towne ha querido en Conexión tequila abarcar demasiado, y por otra se ha quedado corto, incluido el guión del filme, que es en teoría su punto fuerte. Abarca demasiado porque, por un lado, quiere poner en pie un thriller con esquema bastante ortodoxo, pero por otro lado intenta incrustar en la trama negra un juego de amor triangular que frena mucho las derivaciones violentas de aquel esquema.

Y el filme no le sale cohesionado: por un lado está la historia Iírica y por otro la historia policiaca, pegadas la una a la otra, pero no orgánicamente entrelazadas ambas. De esta manera, de su esfuerzo de síntesis sale un cadáver de síntesis: un híbrido en el que es perfectamente posible diferenciar las escenas líricas de las escenas de acción, sin que las unas contagien a las otras.

Las causas del desajuste hay que buscarlas, por un lado, en el personaje que encarna -en sí misma bien- Michelle Pfeiffer, que peca de indefinición y lejanía; para entendernos, de marcianismo, ya que parece caída en ésta directamente de otra película. El guionista Towne no compromete al personaje en lo que ocurre a su alrededor, hace de él un sujeto demasiado pasivo en el torrente de sucesos, sin que se pringue en ellos, y esto por fuerza crea un vacío de acción en la misma médula de la acción.

Por otra parte, el director Towne no se compromete en cuanto tal en las ambigüedades -por frustradas que estén- del guionista Towne, y en lugar de buscar para un relato de dos caras una realización de dos caras, acorde con la duplicidad de la historia, realiza el filme sin cambiar de tono de principio a final, con una tozuda reincidencia en la misma cadencia, sin rupturas interiores del ritmo, sin sentido alguno de lo brusco y lo crispado. Da la impresión de que el realizador -cosa frecuentísima- no ha leído bien el guión, cosa que aquí agrava el hecho de que director y guionista coincidan.

Se salvan de esta contradicción las buenas maneras de Gibson, Russel, Juliá y sobre todo de Michelle Pfeiffer, que sotienen a cuerpo limpio una película casi insostenible.