Condenado por inocente
Los vecinos apoyan al ex alcalde de Alburquerque que deberá pagar los 312 millones del déficit municipal
"Volvería a hacer lo mismo porque tengo la conciencia tranquila", asegura convencido Juan Viera Benítez, ex alcalde comunista de Alburquerque (Badajoz). Viera ha sido condenado por el Tribunal de Cuentas a abonar al Ayuntamiento 312 millones como responsable directo del déficit en las arcas, municipales entre 1979 y 1984, cifrado en esa misma cantidad. Retirado desde hace cinco años de la vida política, en el pueblo se le recuerda como "un buen alcalde", aunque ingenuo y descuidado, que "hizo mucho por la gente humilde", y nadie cree que se haya beneficiado económicamente.
"Al lado de mi tienda había una taberna, y su dueño muchas veces vino a pedirme una lata de atún, un par de huevos y pan para que Juan comiese", comenta Tomás, el propietario de una ferretería. "Era un hombre bueno que no hizo daño a nadie. Incluso a la gente de derechas que tenían fincas por donde pasaba la conducción de agua potable les dejó hacer un enganche para coger agua para sus explotaciones". El ex alcalde, apartado hoy de toda actividad política, ejerce como profesor de Química en el instituto Meléndez Valdez, de Villafranca de los Barros; en sus primeras declaraciones a un medio de comunicación asegura "no tener ningún patrimonio", y con la seguridad de que será declarado insolvente, aguarda "tranquilo" la acción de la justicia, y dice: "Sé que cada mes me descontarán dinero de mi sueldo de profesor".
Un par de magdalenas
"El dinero no se puede esconder, y si Juan sigue en España trabajando de profesor y ahora le condenan, ya me dirá", dice Juana junto al mostrador de una pastelería donde la propietaria asiente diciendo: "Pobrecito, si algunas noches venía a por un par de magdalenas...".Durante su gestión municipal, Juan Viera puso en marcha una política de empleo "muy especial". Los cerca de 500 obreros acogidos por aquellas fechas al empleo comunitario trabajaban los 30 días de cada mes y percibían el salario mínimo interprofesional, todo "un privilegio", según destacaron entonces los medios de comunicación.
Obsesionado por el fantasma del paro y dispuesto a cubrir una serie de deficiencias descubiertas entre las clases más humildes, Viera apoyó su política laboral con la creación de toda una infraestructura: constructora municipal, plan de viviendas, fábrica de hormigón, cebaderos, complejo turístico...
De todo ello hoy sólo quedan alrededor de 50 viviendas construidas en las afueras del pueblo sobre una antigua dehesa. "A los pobres nos hizo casas y a los jóvenes los tenía siempre ocupados, aunque fuera blanqueando la plaza", señala Paula, a la entrada de su vivienda, mientras, a su lado, Reyes es rotunda: "No tendremos mejor alcalde. Vino con coche y se fue andando". Para José Piris, vecino del mismo barrio, "don Juan era un tío cojonudo. Pero la canalla le arrolló".
Esta última afirmación es prácticamente generalizada en el pueblo. "Era un pedazo de pan, no sabía decir no a nadie y se rodeó de lo peorcito de aquí. Incluso cuenta un vecino ("pero, por favor, no diga mi nornbre") que en cierta ocasión "El Quinito, que no pasa por ser precisamente un santo, y que estaba mucho a su lado, se sentó en el silón de alcalde y allí despachaba como tal".
Juan Viera Benítez fue alcalde de Alburquerque (5.600 habitantes) en dos legislaturas. "Se emborrachó de poder. No se atenía a las disciplinas de partido. Era puro anarquismo. Tomaba las decisiones en asambleas multitudinarias con 300 o 500 personas". Así describe la situación Arturo Álvarez, compañero de corporación de Viera. "Juan solía decir una frase: 'La ley está mal hecha, luego no cumplamos la ley'. El tema se le escapó de las manos, dependía de la calle. Era la utopía llevada al final. Se autoconstituyó en un pequeño emperador". No había presupuesto y las cuentas se hacían a su manera, pero no se llevó dinero", afirma Arturo Álvarez, quien no entiende muy bien "eso del déficit de 312 millones. Ese dinero está enterrado en el pueblo. Los gastos están hechos, lo que falta es justificación".
Inviable
Para recaudar fondos vendía leña, carbón y solares, "lo que supone la vuelta de mucha gente al pueblo. Pero la situación no podía mantenerse por mucho tiempo, y los proveedores y los bancos le negaron su apoyo". "Recuerdo que tenía interés por un solar. Me pidió 300.000 pesetas, y a los pocos días me dijo que si le daba 100.000 pesetas era mío. ¡Hombre, Juan, comenté, a mí me gustan las cosas serias!", señala Tomás.Sus compañeros de partido, viendo que su "proyecto era inviable" y que "la situación resultaba insostenible", le presentaron una moción, "posiblemente la primera vez que ocurre en España", dicen, y le abandonan "Después no nos dejaba entrar en el Ayuntamiento", añaden.
"Da trabajo a todo el que se lo pide" y llega a contratar a 54 funcionarios para el Ayuntamiento. "Deja de pagarnos a nosotros para pagar a los obreros", señala uno de ellos, que dice: "Aún nos deben casi un millón. Cada tres meses nos daba 100.000 pesetas y a callar. Conmigo no se portó bien, pero ni robó ni convirtió aquello en un prostíbulo. A Juan Viera le sobraban mujeres".
En la cafetería Tegamar, llena al atardecer de obreros que apenas consumen y que se congregan alrededor del televisor, el camarero afirma: "La gente no habla del tema ni incluso cuando apareció la sentencia de Viera" al que define "como un extravagante que se portó muy bien con los obreros y que se dejó influir por mucha gente. Si le dejan solo no hubiera pasado lo que pasó".
En Alburquerque, la gente le recuerda con cariño y sin resquemor. Su antiguo compañero de partido, Arturo Álvarez, llega a afirmar que "si se presenta otra vez, gana las elecciones".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.