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Tribuna
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Tres errores

Con las figuras llegó, en la segunda corrida de feria, el llamado toro de Sevilla. Los veterinarios, en esta ocasión, no resistieron la presión del taurinismo, que, cuando rechazan un toro, les acusa de incompetentes. Los ganaderos suelen criticar esas decisiones facultativas con la pregunta: ¿pero quién va a tener más interés que el ganadero en presentar una corrida con trapío nada menos que en la Maestranza? El viernes vimos que el argumento es una falacia. Con el presupuesto de la buena fe del ganadero, mientras no se demuestre lo contrario, los criterios de elección de la corrida para la Maestranza seguramente establecen la prioridad en la reata y no en el trapío.Naturalmente, el trapío es algo visible, aunque subjetivo, mientras que la conducta del toro es sumamente aleatoria e incierta. Los toros segundo y tercero de la corrida de Juan Pedro Domecq, lidiados anteayer, seguramente tenían una magnífica nota, pero, sin embargo, acusaron una evidente falta de casta y carecían del trapío mínimo para una corrida en la Maestranza, o en cualquier plaza de primera categoría. Luego fallaron en la doble vertiente. La del trapío la pudieron y debieron evitar los veterinarios. Lo que la corrida llevaba dentro sólo Dios lo sabía. Parece claro, por tanto, que no es posible sostener la pretensión de los ganaderos: que los veterinarios no juzguen la presencia, sino sólo la salud y el peso de las reses a lidiar.

Claro que, a lo mejor, el patronímico de toro de Sevilla se fundamenta en que el bondadoso público hispalense se traga todo. El viernes no se protestó la insignificancia del segundo y del tercero. Sólo una voz aislada, como clamando en el desierto, sonó allá por la grada de sol: "¡Ganadero, esto es una novillaaadaa!". Inmediatamente fue acallada por aquello del silencio de la Maestranza. Craso error, cuyas consecuencias pagaremos indefectiblemente. El silencio de la Maestranza es un don de esta afición, en cuanto significa actitud de respeto e interés por la labor del diestro, que le permite una concentración en su labor sin la zarabanda y el bullicio de otras plazas. Pero el silencio de la Maestranza no puede ser excusa para tolerar que nos den gato por liebre. Ya que los veterinarios no desecharon los toros en el reconocimiento, debió hacerlo el público con una rotunda repulsa.

Si con las figuras llegó el torete, algunas de éstas también se equivocan. Por ejemplo, Espartaco. El diestro se encuentra en la cima. Nadie puede, por sitio, por afición y por oficio, arrebatarle el cetro. ¿No hubieran lucido mucho más todas esas cualidades con el segundo toro de la corrida de Palha, por citar un caso reciente, que con el cuarto de Juan Pedro Domecq, al que le cortó una oreja? Los toreros, para pasar a la historia, han de tener gestos. Es verdad que el de Espartinas alguno ha tenido. Todos recordamos cuando hace dos años se encerró con seis toros de Miura. Aquello no salió todo lo bien que el diestro y la afición deseaban. Pero en la fiesta hay que contar con un cúmulo de imponderables, que unas veces benefician y otras perjudican al torero. Espartaco se encuentra en estos momentos preparado para seguir haciendo gestos. Todo lo que haga, y puede hacerlo, con otro tipo de ganado cobrará mucha más importancia. Puede ser una figura histórica, sin dejar de ganar el mucho dinero que está ganando, de lo cual nos alegramos mucho. Pero no sólo de pan vive el hombre.

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