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Tribuna
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Eutanasia

Manuel Vicent

He aquí el último lujo: divisar la muerte como una bahía azul desde lo alto de la cama turca teniendo una barrica de opio colgada del techo con una goma que llegue hasta tus labios y estirar la pata envuelto en una humareda de extrema dulzura chupando sin parar mientras la memoria se llena de seres amados y risas felices. Ya sé que no hay opio para todos. Por eso esta agonía de diseño oriental resulta muy cara, si bien el zumo de amapolas entre nosotros puede ser sustituido por la resignación cristiana o la moral estoica. En Occidente los ricos mueren rodeados de infames botellones y a su alrededor los médicos tienen que dar saltos para no pisar los tubos y cables, que se hallan conectados con el ventrículo izquierdo del agonizante y con su cuenta corriente. No es fácil vislumbrar así la caravana de elefantes blancos cargados de joyas que a la hora del trance supremo desciende por la ladera hacia la bahía azul de la muerte. Cuando no se posee la inocencia de los pobres o la naturalidad de los animales, uno debe ayudarse con ciertas pócimas para despedirse de este mundo con alguna nobleza. Lo mejor es adquirir a tiempo un buen barril de opio, instalarlo en el cielorraso de la habitación y dejar que fluya durante los últimos años sobre tu lengua enmudecida como la propia sustancia de los sueños, aunque también existen otros productos de farmacia más asequibles, aparte de los santos óleos.Todo el budismo cabe hoy dentro de una pastilla de Valium. La serenidad que alcanzaron los ascetas y la súbita ascención de los místicos hasta la séptima cara del dado, en nuestro tiempo han sido reducidas a una fórmula química que se expende en cualquier esquina. El tramo final de la vida aún está lleno de indignidad, pero ya se acerca del día en que será lícito entrar en la botica con la cabeza muy alta para comprar Eutanasín en grajeas de acción rápida, las cuales poseerán sintetizado en su interior la muerte y el mar, una imagen de amor y exquisita belleza unida a la oscuridad que se funde con la luz más cegadora.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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