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Tribuna:LA ARBOLEDA PERDIDA
Tribuna
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Ya es así

Cuando yo escribía Sermones y moradas, poco después de Sobre los ángeles, mi estado de confusión aún era más grande. Pasaba unos días del verano con Maruja Mallo, que vivía en Cercedilla, yéndome yo a la noche a Collado Mediano, cerrando los ojos durante el camino que mediaba entre la estación y mi casa, apuntando con lápiz en un cuadernillo los poemas que se me iban ocurriendo, durante poco más de medio kilómetro que tenía el camino. Luego, al día siguiente, corregía el poema y lo ponía en limpio. El poema que más me gustaba y hoy me sigue gustando, escrito en la oscuridad de los ojos mientras andaba, es el más triste de todos, pues yo vivía un momento muy depresivo de mi juventud. Se titula Ya es así. "Cada vez más caído, / más distante de las superficies castigadas por los pies de los combatientes, / o más lejos de los que apoyándose en voz baja sobre mis hombros / quisieran retenerme como pedazo vacilante de tierra. / Veo mi sangre a un lado de mi cuerpo, / fuera de él precipitarse como un vértigo frío. / Y esta lengua, / esta garganta, me hacen pesado el mundo, / huir y enmudecer antes de tiempo. / Allá abajo, / perdido en esa luz que me trata lo mismo que a un muerto más entre las tumbas, / junto al peligro de los nombres que se pulverizan, / con la lejana tristeza del que no pudo hablar de sus viajes, / a derecha e izquierda de los demasiado solos te espero".Este poema me sucedía entonces en un momento en que me sentía muy solo y angustiado, en medio de los que ya no hablaban pero que aún no habían muerto y necesitaban esperarte. Pero a la vez era el momento en que yo comenzaba a pegar larguísimos poemas subversivos por las paredes de las calles, llevando el grito de la mayor desesperación, cagándome en los muertos de todos en aquel momento en que las armaduras se desplomaban en la casa del rey... "¡Oh, desventurados gritos que no eran respondidos por nadie, pero que mi rempujada sangre se moría por tenerlos que lanzar irremediablemente!". Tenía yo entonces 29 años y los jóvenes oficiales Fermín Galán y García Hernández habían caído fusilados una mañana nevada del mes de diciembre. También Fernando Villalón Daoiz, conde de Miraflores de los Ángeles, se iba a morir en aquellos días, dejándoles a los toros, que él soñaba que tuviesen los ojos verdes, las pupilas más negras y la más tremenda bravura, repartiendo cornadas contra la barrera y enviando al cielo caballos ya casi muertos y picadores.

Era el momento en que a mí me enloquecía más que nunca pisar los barrizales, en que las hojas aplastadas del otoño se me adhiriesen a las suelas de los zapatos y hacer el amor en los bancos helados de los parques. Cuántas cosas he dejado de contar en estas arboledas. Yo he tenido amores correspondientes a mis libros más conocidos. Algunos viven todavía. No sé si morirán antes que yo. No lo quisiera. Vive todavía aquel que le dije en Sobre los ángeles: "Tú. Yo. (Luna.) Al estanque. / Brazos verdes y sombras / te apretaban el talle...". Esa persona, repito, vive y no hace mucho me escribio una beatífica postal...

Como caídos de las constelaciones, tengo que decir que son unos pájaros los que aparecen en mi balcón para acompañarme casi todo el día, o al menos cada media hora, poco más o menos, María Dolores, una excelente persona que me acompaña con su trabajo diariamente, entre unos pequeños geranios que ha sembrado en un arriate colgante -de los cuales uno ya ha dado dos florecillas rojas- ha colocado un hondo platillo con alpiste junto a una taza, con agua. Al principio, sólo apareció un gorrión, que se regodeaba comiendo y esponjándose en el agua alborozadamerte. Vino sin nadie durante bastante tiempo. Y entonces yo lo comparaba con la avecilla que acompañaba al prisionero de León, el del antiguo romancero, al que un ballestero mató un día, deseándole yo un mal castigo por haberlo dejado sin la única compañía que tenía. Ahora, poco a poco, se ha corrido la voz por entre los árboles del barrio, y ya son tres y hasta cuatro los pájaros que vienen bulliciosos a dejar vacío el plato de alpiste que María Dolores les pone casi todos los días. Ellos han corrido la voz de que en el balcón de un poeta hay comida y agua en abundancia. Y así ha llegado a oídos de una gruesa paloma, que se ha atrevido a comer del alpiste varias veces. Esta paloma no me gusta demasiado, porque, además, creo que va a romper de un aletazo los geranios nacientes. Pero, venga o no venga, yo estaré feliz y consolado con la diaria compañía de los gorriones, a los que veo engordar, partiendo o llegando veloces a su comedero de alpiste. Tengo la pretensión de saber en dónde viven, en qué arbol de la calle de Juan Gris tienen su casa. Pero son tan rápidos que no he podido averiguarlo.

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Ese amor mío actual por estos pajarillos me lleva a la terrible época en que yo los mataba sin piedad, después de cazarlos con red durante los amaneceres primaverales en el coto de El Puerto de Santa María. Ya, estoy seguro que lo he contado, pero ahora sólo quiero recordar, insistiendo, que después de caídos bajo la red, yo los mataba apretándoles los sesos para poderlos entrar en el pueblo, escondidos en mi ancha blusa marinera, para que a la entrada del puente de San Alejandro el consumista no los descubriera, pues no estaba permitida la entrada. ¡Qué bestia que era yo! Ahora, no. Cualquiera pensará que soy un poeta sensiblero, un viejito que pierde el día en contemplar unos pajarillos de m. que me hacen perder el tiempo evitándome escribir sobre cosas más serias. Es verdad, tal vez. Pero es mucho peor contemplar la televisión que tengo delante y sólo ver piernas y culitos moviéndose bajo canciones repetidas por piernas y culitos monótonos, contoneándose. ¡Cuánto más emocionante es ver un águila arrebatando a un corderillo por las serranías de Cazorla!

Tocante al primer poema, escrito con los ojos cerrados, que cito al comienzo de este capítulo, diré algo de lo que dice Javier del Amo en su muy interesante libro Mente y emotividad: "Alberti se vive como si estuviera muerto ya, una forma de muerte en vida. Es el morir en cada instante del poeta Krisnamurti, con la lágrima, en la sonrisa, debajo de la hoja muerta, en los pensamientos errabundos, en la plenitud del amor".

Momentos antes de terminar este capítulo, me llega una carta de Hans Mainke en la que me dice: "Estamos trabajando en El ceñidor de Venus desceñido. Creo que saldrá un libro bello e interesante". En él hay un poema que termina: "En verdad, dice el toro, el mundo es bello. / Encendidos están de amor los ramos. / Abre la boca. (El mar. El monte.) Cierra los ojos y desátate el cabello".

Así es.

ã Rafael Alberti.

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