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La sabiduría espiritual

Según mi limitado conocimiento de la religión musulmana, el martirio está implícito en la fe. Aunque todas las creencias, más tarde o más temprano, indican que el verdadero creyente tiene que estar dispuesto a morir por su dios, es posible que entre todas las religiones sean los musulmanes los que siempre se han mostrado más leales a esta severa norma. Ahora parece como si la corrupción espiritual del siglo XX se hubiera introducido también en las filas del islam, porque cualquier musulmán que consiga asesinar a Salman Rushdie será recompensando con la generosa suma de cinco millones de dólares. Éste debe de ser el mayor contrato criminal de la historia. El islam, con todas sus grandes virtudes y vicios, iguales por lo menos a las virtudes y vicios de cualquier otra religión importante, ha introducido ahora un elemento nuevo en la historia de la teología. Se le ha añadido, además, la lógica del sindicato. Uno ni siquiera tiene que pertenecer a la familia para cobrar. Basta con que se limite a ser el francotirador. Por supuesto, el novelista que hay en mí insiste en pensar cómo odiaría ser el francotirador tratando de cobrar cinco millones de dólares. Ahora que la acción se ha llevado a cabo, se me puede considerar un infiel. "Oh, mire", puede decir mi capo iraní, "realmente no podemos permitirnos pagar esos cinco millones. Perdimos tantos hombres en la guerra con Irak, hay tantas viudas que necesitan limosnas, y tenemos además nuestros huérfanos y los veteranos de guerra mutilados... En fin, caritativo asesino, pensamos que tal vez usted desearía contribuir a la causa generosamente".Esto no es más que la especulación de un novelista. Para eso es para lo que estamos aquí, para especular sobre las posibilidades humanas, para enzarzarnos en esas fantasías, cinismos, sátiras, críticas y exploraciones de la vanidad humana, de sus deseos y su valor, que las blancas paredes de las grandes corporaciones intentan ocultarnos. Los novelistas somos emborronadores de cuartillas que intentan explorar lo que queda por ver en los intersticios. A veces cometemos errores y ofendemos a víctimas inocentes con nuestras palabras. Otras, somos afortunados y hacemos que personas que gozan de un indebido poder mundial se sientan incómodos durante un período breve de tiempo. Normalmente empleamos nuestras días en ofendernos los unos a los otros. Somos, después de todo, un elemento frágil, una especie en peligro. Y no es atípico de los débiles en peligro comerse los unos a los otros cuando caen. Pero ahora el ayatolá Jomeini nos ha ofrecido una oportunidad de recuperar nuestra frágil religión, que consiste en creer en las palabras y estar dispuestos a sufrir por ellas. Nos despierta ante la cólera que sentimos cuando nuestra libertad para decir lo que deseamos, sea sabio o estúpido, bondadoso o cruel, prudente o imprudente, se vea en peligro. Descubrimos que sí, que puede ser que estemos dispuestos a sufrir por nuestra idea. Puede que incluso estemos dispuestos, en último extremo, a morir por la idea de que la literatura seria, en un mundo de certezas menguantes y ecologías obstruidas, es el absoluto que tenemos que defender.

Hemos tenido el ejemplo de la mayor cadena de librerías en América, Waldenbooks, que ha retirado Versículos satánicos de sus estanterías a fin de garantizar la seguridad de sus empleados. Imediatamente le siguió B. Da ton. Ambos tenían motivos justificados, indudablemente. ¿De qué sirve tener posibilidades de ascenso en el trabajo en una gran empresa si la seguridad de uno no está garantizada? ¿Hay que dejarse matar por la venta de un libro? El fin del mundo ha llegado. ¡Peor! Uno podría morir asesinado comprando un libro. ¿Quién podría perdonar a esa empresa? Por supuesto, la opción de sopesar dicho peligro con calma e informar a empleados y a clientes de las verdaderas probabilidades no se ha tomado nunca en consideración. En la ruleta rusa, utilizando el clásico revólver, hay una probabilidad entre seis de que te mates cada vez que aprietas el gatillo. Me alegra decir que yo nunca he jugado a la ruleta rusa, pero si lo hubiera hecho estoy seguro de que las probabilidades me hubieran parecido estar a la par. Hubiera necesitado que una parte de mi cerebro explicara a la otra una y otra vez que las probabilidades eran realmente de cinco a una a mi fávor.

Waderibooks tiene algo así como .000 puntos de venta. En una se nana laboral, de lunes a sábado, si un terrorista consiguiera atacar con éxito una tienda, las probabilidades de que no fuera la tienda en la usted trabaja serían de 6.000 a una a su favor. Si como cliente pasara media hora en una de esas 1.000 tiendas, abiertas ocho horas al día durante seis días a la semana, las probabilidades a su favor ascenderían a 16 veces 6.000, o cerca de 100.000 probabilidades a su favor. Creo que tales probabilidades, si se les diese publicidad, habrían atraído a tantos posibles clientes buscando el morbo de un pequeño riesgo como a los que habrían asustado; para los empleados se podría haber instituido un aumento del 10%. corno paga extraordinaria de peligrosidad. ¿Para qué están si no los fondos para imprevistos?

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No, la respuesta de por qué Walderibooks desestimó Versículos satánicos es porque venden su producto como si fueran botes de sopa. únicamente los sin hogar se arriesgarían por un bote de sopa. Los grandes distribuidores de libros no se preocupan por la literatura, sea seria, medio seria o mala. Los distribuidores consideran los libros como un bien que pudriría el mismo espíritu de la circulación monetaria si permanecíeran demasiado tiempo en el estante. Por tanto, contratan empleados que tienden a reflejar sus propias costumbres. Si Saul Bellow tuviera que comprar una de sus propias novelas en una cadena en la que no lo hiciera habitualmente y pagara con su tarjeta de crédito, las probabilidades de que el dependiente reconociera su nombre serían aproximadamente las mismas que las de la ruleta rusa: una de seis. Saul Bellow podría entrar y salir de una cadena de librerías como un fantasma. También yo. Igual que cualquier otro escritor serio reconocido que haya estado en candelero durante 30 o 40 años. A Tom Wolfe puede ser que le reconocieran, pero Tom, al menos este año, es el bote de sopa que más se vende.

No es sorprendente, por tanto, que las cadenas norteamericanas de librerías al por menor parezcan sentir más respeto por

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