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Las ' goteras' del Auditorio

Hace ya cuatro meses que se inauguró el Auditorio Nacional con sus dos salas: la grande o sinfónica y la de cámara.Desde estas páginas hemos escrito sobradamente acerca de las excelencias de su acústica y sobre el hecho de que, por vez primera, se construyese en Madrid, que se convertirá en la capital cultural de Europa en 1992, un local especialmente proyectado para escuchar música.

El arquitecto García de Paredes y su equipo (al que yo denomino "la segunda familia García de la música española") han recibido parabienes junto con algunas censuras, especialmente dirigidas al aspecto exterior de la construcción, que resulta aceptable para unos, mediocre para otros y definitivamente feo para unos terceros.

Inacabamiento

Pero hay en el Auditorio una serie de aspectos que, al no encontrar solución después de transcurridas más de 16 semanas, empiezan ya a ser preocupantes. Para empezar, está la lentitud de la construcción en las obras de acceso, que si en las plazas situadas ante cada uno de los ingresos a las salas marchan "a pie cojito", como de La Atlántida decía Mannuel de Falla, en el caso del lateral que da a la calle de Suero de Quiñones resulta impresentable y hasta podría rodarse en él alguna escena de una película de guerra.En el orden interior, además de seguir el mismo aire, más que adagio, la decoración (pinturas, esculturas) y de encontrarnos a la espera de los órganos -¿tendremos que esperar tanto como la ciudad de Granada, a cuyo Auditorio Falla todavía no ha llegado el órgano?-, se hace notar, y se comenta cada día entre los habituales, la ausencia de pasamanos en ciertas escaleras, los verdaderos disparos de unos seguros en las puertas, sólo amainados por el sacrificio de la espina dorsal de los acomodadores.

Se cuida con una puntualidad digna de elogio la prohibición de fumar fuera de los lugares señalados, pero no se hace lo mismo con la entrada y salida de los asistentes, algunos de los cuales lo hacen a su antojo, incluso interrumpiendo la continuidad de los conciertos. Dificil arreglo tiene, por el momento, la estrechez de espacio entre las filas de butacas, pues ello supondría una disminución del aforo de cada una de las salas.

Todas las atrás indicadas parecen a primera vista pequeñas cosas, menudencias, y una por una lo son, pero lo cierto es que todas ellas reunidas dejan de serlo, pues hacen bastante poco confortable al Auditorio Nacional y restan comodidad, en suma, a la audiencia de los recitales y de los conciertos que se celebran en él.

Se llegó a la inauguración del Auditorio Nacional en la fecha prometida, lo que mereció un cerrado aplauso por parte de los melómanos, pero ahora es necesario terminar completamente el auditorio. El día que lo esté celebraremos su verdadera y definitiva inauguración, aunque sea sin programas especiales ni mayores solemnidades.

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