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"Leña al mono hasta que hable inglés"

Marcos Peña

La actuación de los sindicatos, criticada por su distanciamiento con el Gobierno, ha llevado a la Secretaría General de Empleo a calificarlos como parte de una "estrategia de desmigajamiento de las instituciones políticas". Para Peña, el papel de las centrales es clave a la hora de conseguir una sociedad más vertebrada

En los últimos meses, días o minutos que no recuerdo bien, me ha tocado en suerte leer varios artículos de Álvaro Espina, que van desde la concertación social hasta los Balcanes, pasando por el alma espero que inmortal de los sindicatos. El hecho es singular y merece comentario, y no sólo por la sorprendente proliferación, sino porque el autor además de fecundo es también secretario general de Empleo y Relaciones Laborales. O O sea, de aquel órgano de la Administración presuntamente ideado para mantener una saludable relación con los sindicatos. Pero claro, afirmar "que se están convirtiendo en la punta de lanza de las múltiples fuerzas que trabajan actualmente en España en favor del desmigajamiento de las instituciones políticas" no parece que ayude mucho a estrechar amistades. Por otra parte, yo no sé, pero tengo mis dudas que cosas de este estilo le sean útiles para alcanzar un acuerdo en la Mesa sobre el Empleo. En fin.En todo caso no es ahora mi intención analizar críticamente el pensamiento de Álvaro Espina; si lo saco a colación es porque me sirve de paradigma de las variopintas salidas, interpretaciones y propuestas, a menudo incongruentes (es decir, que carecen de relación con el objetivo deseado), que los más aplicados líderes del PSOE y del Ejecutivo gustan ofrecer desde hace ya, ay de mí, más de tres meses. Y todas ellas me ayudan a reflexionar sobre un par de cosas que me parecen obvias. Miren ustedes, si nos encontramos ante un problema que consideramos grave nuestra conducta al respecto parece que debe cumplir dos requisitos mínimos: que aquello que podamos hacer o decir no agrave aún más la situación, y en la medida de lo posible, que nuestro comportamiento ayude en algo a la solución del problema. Pero la estrategia de "leña al mono hasta que hable inglés", no creo yo que dé mucho de sí, entre otras cosas porque los monos, con la increíble tozudez que caracteriza a su especie, se empecinan en no aprender ni una sola palabra. Tampoco es que cunda mucho la estrategia alternativa de "yo soy la verdad y la vida", porque, qué les voy a decir, el personal es muy susceptible y muy tiquismiquis, y se molesta cuando le llaman tonto.

Quizá el meollo de la cuestión es que no todos los afectados juzgan el problema de la misma manera. Pues si se piensa como Modigliani, y tantos otros, que los sindicatos son dinosaurios, torpes y engorrosos vestigios del pasado, pues bueno, cuanto antes soltemos el lastre, mejor. Lo que pasa es que ya está todo escrito, y lo que intuyen o quieren descubrir los modernos de aquí ya lo escribió, hace más de cuatro años en Francia, François des Closets; se llamaba aquello Cómo acabar con la sindicatocracia, y pronto se convirtió en el furioso libro de cabecera de los jóvenes leones.Los efectosPero, cómo no, también pueden pensarse otras cosas y estimar, por ejemplo, que la quiebra entre el PSOE y el mundo sindical puede acabar produciendo, tres efectos bastante poco atractivos: la pérdida de la mayoría absoluta, la orfandad y la imposibilidad de transformar y vertebrar la sociedad española.

Poca gente en el PSOE duda que el desgarro sindical no vaya a repercutir electoralmente, y si a ello añadimos que la actual mayoría absoluta es exigua, lo más probable es que ésta no se repita. Y llegados a este punto nadie sabe si se gobernará o no en coalición, y con quién, en su caso, convendrá pactar. Lo cierto es que el escenario que se avecinaba era de ensueño: consolidación europea, reactivación económica, comienzo del fin del terror... Y todo esto -y lo gordo es que sin saber todavía muy bien por qué- se ha venido abajo, y por culpa de unos indocumentados! Bueno, pues cambian dos respuestas: repetir que "los sindicatos no se han parado a considerar los contenidos de las propuestas del Gobierno" -claro, como son imbéciles-, "que se está reclamando un cambio del liderazgo" y que la UGT va con malas compañías y se está echando a perder. O callarse un poco, meditar, e intentar comprender para recomponer. Pero tal como están las cosas muchos representantes del socioiluminismo parecen batallar por la mayoría relativa, quizá porque como dijera una de sus más influyentes reinonas: "A mí lo que me pide el cuerpo es el giro social, así se iban a enterar esos desgraciados lo que cuesta un peine".

Este primer efecto de la quiebra sindical parece el más clarito de todos. Todos lo comprenden perfectamente, y todos, aunque sólo sea por motivos egoístas, están interesados en solucionarlo. Lo que, sin embargo, ahora pasamos a comentar ya no es patrimonio de todos los socialistas, pero sí de bastantes que de repente se han encontrado huérfanos de modelo y afectivamente escindidos. Y, en estos momentos, van de esquizofrénicos por la vida. Para ellos la política socialdemócrata era algo más que una fórmula magistral que cada año, o cada cuatro, se acordara con los sindicatos, y a vivir. Sí, era algo más; era una convivencia, una relación especial que se establecía con las clases trabajadoras a quienes se consideraba objeto prioritario y sostén fundamental de gobierno. Era continuar una historia, participar en un proyecto de futuro.

El sindicato era algo más que el interlocutor social, como ahora se dice, era el aliado natural, porque la acción de gobierno favorecía necesariamente a sus representados. Era, para qué engañarnos, el último depositario de la seña de identidad. Y es importante saber quiénes somos y de dónde venimos, ¿porque si no sabemos de dónde venimos, cómo vamos a saber a dónde vamos?, Gramsci dixit.

Quizá para los señores de la estadística esta orfandad signifique poco, porque al fin y al cabo ¿cómo se cuantifica este desasosiego y esta desilusión en la contabilidad nacional?

Es habitual que destacados dirigentes del PSOE y del Gobierno se quejen de dos cosas: vendemos mal, lo que hacemos y la sociedad española está desvertebrada, es poco solidaria, está muy corporativizada... La famosa carencia de sociedad civil.

Puede que no sea verdad, que yo no lo sé, que "el buen paño en el arca se vende", pero a nadie se le escapa que esta sociedad de nuestros pecados está poco socializada, cada uno va a su aire y, como sigamos así, la plaga de España-es-el-país-más-moderno-y-divertido-del-mundo puede acabar con nosotros el día menos pensado. Y aquí volvemos a lo de siempre: en cualquier sociedad el elemento integrador por antonomasia es el trabajo. A través de él se produce la incorporación de los jóvenes al cuerpo social, con él se transforma la sociedad, con él se corrigen las desigualdades, él crea la riqueza y el bienestar. Y guste o no, es el sindicato quien mejor lo representa.

Sería normal pensar que siendo el sindicato la organización intermedia de masas por excelencia y el depositario, como decíamos, del valor trabajo, su participación en las tareas de vertebrar -y transformar la sociedad fuera esencial. Y no creo que se necesitase un gran esfuerzo de imaginación para darse cuenta que la devaluación del factor trabajo, que desde hace tiempo venimos padeciendo, iba paulatinamente a provocar la deserción sindical. Es decir, y para mí esto es importante, que se ha producido por algo más que por el fracaso en la concertación.

Vivimos en una sociedad mágica donde las cosas parece como si cayeran del cielo, en la que nada pintan quienes las producen, en un país imaginario en el que los trabajadores no han tenido nada que ver con el control de la inflación y el incremento de la riqueza. Todo lo conseguido se ha debido al acierto de discretos (antes) y elegantes señores, sacerdotes de la alta política y las finanzas, que con esfuerzo y abnegación han descubierto las palabras mágicas, y han tenido el coraje de decirlas: ¡España, levántate y anda!... Y si ahora el sindicato se interpone en su andadura, nada más razonable que quitarlo del medio e inventarse otra cosa. Porque con él o sin él la política de salón seguirá existiendo: razonable, certera, incontrovertible, innegociable...

Y claro que seguirá existiendo, ¿por qué no?, pero con dos matizaciones: que no se conseguirá el objetivo de una sociedad más vertebrada, más igualitaria, y, lo que para algunos puede resultar más grave, que puede que esta política la hagan otros.

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