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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Al borde de lo imposible

La noche oscuraDirección y guión: Carlos Saura. Fotografía: Teo Escamilla. Montaje: Pedro del Rey. Música: Juan Sebastián Bach. Producción: Andrés Vicente Gómez. España, 1989. Intérpretes: Juan Diego, Julie Delpy, Fernando Guillén, Manuel de Bias, Fermí Reixach. Estreno en Madrid: cines Azul y Luchana.

Era esperada con curiosidad esta nueva película de Carlos Saura. La razón de tal atención adicional hay que buscarla en el lado negativo de las dos películas inmediatamente anteriores realizadas por este cineasta, cuya carrera está llena, con pocas excepciones, de triunfos de alcance internacional, pero cuyo renombre había recibido sendos reveses en esas referidas últimas películas, El amor brujo y El Dorado.En la primera, Saura hizo una jugada fácil y la perdió. Su tercera colaboración con Antonio Gades, lejos de superar las dos anteriores, se instaló con autoindulgencia a la sombra del éxito de éstas y, probablemente a causa de desequilibrios en el guión mal hilvanado de la película, resultó insatisfactoria. En la segunda, Saura se adentró en un esquema de superproducción de aventuras, pero dentro de él buscó, de manera suicida, la forma de expresar en tal esquema situaciones y obsesiones propias de un filme intimista, y la mezcla no funcionó. De ahí que una tercera incursión en territorios resbaladizos y ajenos hubiera supuesto para el cineasta un tercer fracaso consecutivo, que en cine, donde arte y éxito son difíciles de divorciar, le hubiera acarreado complicaciones.

Para enfrentarse a esta encrucijada de su carrera, Saura, al elegir La noche oscura, decidió dar un paso difícil, que tiene el aspecto de una prueba destinada ante todo a medir sus propias fuerzas y mostrar que -después de las facilidades de El amor brujo y de la embarullada aparatosidad de El Dorado- sabe y puede llevar adelante un filme en el borde de lo imposible, cargado de muchos y muy sutiles riesgos, en el que podía caer, al menor titubeo, en el mismísimo ridículo. Pero lo cierto es que Saura no cae en él. Hizo un filme muy serio, de espaldas a las actuales pautas del comercio cinematográfico, de éxito popular difícil o incluso imposible: un trabajo autoexigente, valeroso, construido casi en su totalidad sobre un austero mano a mano entre una cámara y un actor encerrados entre cuatro paredes.

El mérito de una película debe medirse, si es que es mensurable, en relación directa con las dificultades que su sostenimiento como tal película presenta a su realizador. La noche oscura está erizada de ese tipo de dificultades que a primera vista no lo parecen o parecen todo lo contrario: son las dificultades que en cine conlleva siempre la búsqueda y elaboración de lo sencillo, de la sencillez misma: esa fértil paradoja que otorga tanto mayor mérito a un trabajo cuantos menos recursos de apoyatura se emplean para llevarlo a cabo, el viejo e infalible principio de economía expresiva que es la ley del más cuanto menos.

En La noche oscura, Saura dice mucho con muy poco, indaga dentro de una gama muy variada de cuestiones a través de una sóla cuestión. No narra apenas nada. Es su filme, más que un relato, una averiguación, el desvelamiento del mecanismo anímico que llevó hace tres siglos a un poeta a hacer luz encerrado en la penumbra de una mazmorra, a vertebrar con la escueta música de sus palabras el denso silencio en que le sumergió la adversidad. Es Juan de la Cruz una cumbre de la poesía lírica universal. Y Carlos Saura y Juan Diego intentan escalar por dentro -ese es el signo de la dificultad de la tarea- esa cumbre.

Éso, sólo eso, es el filme; nada más, y nada menos. Aburrirá La noche oscura a quienes sientan ajeno el asunto en que indaga. Dejar insatisfechos a quienes ven es la indagación de otra manera. Expulsará del cine a quienes en una sala cinematográfica busquen acción. Carlos Saura y Juan Diego les dan todo lo contrario: pasión en sentido literal, la antípoda de la acción. Y he aquí finalmente un filme sin historia, sin situaciones en sentido convencional, sin ornamentos de ningún tipo, sin acción apenas, casi sin transcurso. Apasionará a quienes amen descubrir en el cine, arte de componendas, el sabor inimitable de la caida libre sin red protectora, de la dificultad de lo sencillo, del puro riesgo y del coraje intelectual.

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