La obsesión unitada
ESCARMENTADOS EN cabeza ajena, los socialistas han venido considerando el mantenimiento de su unidad interna como uno de sus más preciosos activos. Los ejemplos de debilitamiento (o autodestrucción) aportados por partidos como la UCI), el PNV o el PCE convencieron a los dirigentes del PSOE de que su permanencia en el poder dependía, tanto o más que del eventual acierto político del Gobierno, (le la imagen de cohesión interna que fuera capaz de irradiar. Durante algún tiempo, la inepcia de la oposición proporcionó a los socialistas una coartada complementaria: siendo el único partido de implantación nacional no corroído por divisiones internas, el mantenimiento de la unidad orgánica y la cohesión política interna no sólo era un objetivo partidario, sino un factor de estabilidad del sistema democrático mismo. Armados con tan consolador -y peligroso- argumento, los dirigentes socialistas han llevado su obsesión hasta límites abiertamente contradictorios, en primer lugar, con la tradición de] partido, pero también, a medio plazo, con su revitalización.Uno de los efectos fue la renuncia o el aplazamiento sine die, so capa de la urgencia de las tareas inmediatas -afianzar la democracia, garantizar la integración en Europa, ganar el referéndum de la OTAN-, del debate político, tanto más necesario en un partido forzado a adaptarse con enorme rapidez a situaciones no previstas. El PSOE era capaz de imaginar escenarios futuros y de debatir sobre ellos, pero entre el horizonte de] siglo XXI y los problemas prácticos de la gobernación se creó un considerable vacío político. Sin debate interno, y reducido a la condición de prolongación del Gobierno, el partido se vio incapaz de desempeñar papel mediador cuando surgió la disidencia, primero, y la ruptura, después, de UGT.
El modelo organizativo, cuyo símbolo es el hecho de que el número uno y el número dos del partido coincidan con el presidente y el vicepresidente del Gobierno, respectivamente, se reveló eficaz para mantener la cohesión interna mientras las contradicciones se mantuvieron en niveles discretos, pero impidió prever los movimientos de fondo que hicieron posible la huelga general de diciembre y reaccionar con prontitud una vez producida la movilización. El hecho de que hayan tenido que pasar dos meses y medio hasta que aparezca, y precisamente con la firma de los militantes críticos, el primer documento que plantea una respuesta política a los problemas revelados el 14-D indica las insuficiencias de aquel modelo.
Porque, en lo que tiene de diagnóstico, el contenido del documento difundido ayer por unos cuantos ex altos cargos y dirigentes locales en nada difiere de lo que, en condiciones normales, hubiera tenido que expresar la dirección del partido inmediatamente después de la huelga. A saber, que, habiendo reducido su mensaje a la proclamación de los buenos resultados económicos, bastaría cualquier traspié respecto a las previsiones gubernamentales para que quedasen al descubierto las contradicciones de su política: la persistencia de desigualdades sociales muy acusadas, el abandono de cualquier proyecto de articulación social sobre bases diferentes a las tradicionales, las deficiencias de los servicios públicos. Los críticos no plantean ninguna revisión ideológica fundamental, ni siquiera un modelo organizativo verdaderamente alternativo. Se limitan a pedir un debate más abierto, el restablecimiento del diálogo con UGT y la reorientación de las prioridades; es decir, aproximadamente lo que se acordó hace poco más de un año en el 31º congreso.
Pero la sacralización de la unidad -elevada además, como se ha visto, a la categoría de garantía de estabilidad de todo el sistema- es un camino de difícil retorno. Las enormes presiones que han recibido los firmantes de tan moderada propuesta de debate antes de que ésta se hiciera pública ilustra bien sobre la escasa disposición de la dirección del partido a admitir la disidencia, por modesta que ésta sea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.