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Madrid por ojos extraños

Viajeros impenitentes de otras épocas describen los secretos de la ciudad

En la tradición decimonónica de los libros de viajes, España gozó de una inusitada atención por parte de aristócratas, iluminados y vagabundos de toda ralea. Contribuyó a ello, sin duda, la óptica romántica que confundía a Sevilla con Bagdad y al español caído del imperio con un primo segundo de Mahoma. En 1896, el señor FoulchéDelbosc entretuvo su aburrimiento haciendo cuenta de cuantos emplumados viajeros habían visitado nuestro país, hallando nada menos que 858 libros. De ellos, la mayoría hacía cala y prueba de la Villa y Corte.

Esta visión literaria y externa de Madrid ha motivado la exposición Viajeros impenitentes, con la que la Consejería de Cultura de la Comunidad ha inaugurado la sala de exposiciones de la biblioteca de Azcona. En ella el madrileño actual podrá encontrar sorprendentes visiones de su ciudad y dejar volar por un momento su imaginación sobre un pasado en el que se cimenta el agobio presente.Saber que algunas cosas no cambian no es consuelo, pero puede propiciar alguna irónica sonrisa.

Así, cuando Charles Davillier afirmaba en 1874: "Los alquileres son muy caros en Madrid; los terrenos cercanos a la Puerta del Sol alcanzan casi los precios de París". No sabía el bueno de don Carlos que habría de llegar la posmodernidad y con ella ese lamento parisiense llegaría hasta las mismísimas estepas de la vecina Móstoles.

Edmundo de Amicis estuvo en Madrid con ocasión del breve reinado de Amadeo I. El autor de Corazón, padre del televisivo y lacrimógeno Marco, tenía una visión maravillada de la Villa y Corte: "Codeándose con la gente más distinguida veíase a la del pueblo llano, abundando allí tanto las chaquetas y los calañeses como las levitas y los guantes claros de cabritilla... la mescolanza de tan diversas clases y condiciones, la variedad de trajes y uniformes, los elegantes trenes y briosos caballos, se comprenderá su incomparable efecto, del que ni Hyde Park, de Londres, ni los Campos Elíseos, de París, pueden dar idea".

Hay algo en las palabras de Edmundo de Amicis que recuerda el tono actual de ciertos voceros de la cultureta cuando hablan del eje cultural de Atocha a la plaza de Colón. El Museo del Prado ya estaba allí.

El tráfico parece que apuntaba ya entonces congestión. Así lo describía Luis Teste en 1872: "La Castellana ... La calzada está intransitable por las cuatro hileras de coches, la mayor parte de a dos caballos. Hay landós, victorias, berlinas, tílburis y coches de familia que datan de Carlos III".

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Barullo de coches y caballos

Claro que la autoridad también procuraba soluciones, y su cronisa fortuito -vuelve Amicis- comenta: "Merece señalarse una circunstancia: el orden perfecto que reina en estos paseos, en medio del aparente barullo de los coches y caballos y del gentío, orden que se debe a la cuidadosa vigilancia de los guardias de a caballo, que andan de continuo de acá para allá para evitar que los coches se salgan de la fila...". Algo en todo caso más humano que el ojo informático que ahora cumple la misma función sobre filas interminables y paralíticas.George Borrow (1836) es quizá el cronista que más incide en los aspectos sociales. Introductor de la Biblia, ministro del Señor, Borrow hizo el retrato de la cárcel de Madrid en estos términos: "Uno de los calabozos es, si cabe, más horrible que el otro; le llaman la gallinería, y en él encerraban todas las noches la carne joven del presidio ... ; las autoridades no se preocupan más que de impedir su fuga, no prestan la más mínima atención a su conducta moral ni consagran un solo pensamiento a su salud, comodidad o mejoramiento mental mientras los tienen encerrados".

Este párrafo bien podría atribuirse a los amotinados de Carabanchel desde la amplia visión del mundo que procuran las azoteas de la séptima galería.

Giacomo Casanova, René Bazin, Théophile Gautier, Henry Swinburne, Claude Jordan y un numeroso etcétera miran, ven, se copian descaradamente, inventan y, sobre todo, se interesan por un pueblo.

Madrid recibe de todos ellos piropos y afrentas, elogios y críticas punzantes, según el talante, según les va la feria. Porque un viajero escribe al dictado de sus zapatos, y siempre han existido alfombras y empedrados.

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