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Al asalto de la capital de invierno

Los 'muyahidin' avanzan hacia Jalalabad en busca de "dínero, joyas y chicas guapas con faldas cortas"

La capital de invierno de la vieja monarquía afgana se esconde tras los cinturones de seguridad formados en su torno por el Ejército del régimen de Najibulá, mientras conquistadores, predicadores y violadores avanzan animados por la idea de hacerla suya. "Jalalabad es una fruta madura que sólo espera que la cojamos", afirma el comandante de Jehandab Jal, un importante jefe guerrillero wahabí, que en las últimas semanas ha reformado enormemente las posiciones de su partido, el Ahle Hadith, en el área..

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La batalla de Jalalabad es mitad sueño, mitad ambición. Jóvenes de diversas tribus afganas, bajados de las montañas para unirse a las filas muyahidin, ven la conquista de la ciudad como el fin de su soledad. La ley islámica no condena el rapto de mujeres durante la guerra santa.

"Si capturamos Jalalabad nos haremos con grandes cantidades de dinero y joyas y, sobre todo, con chicas guapas con faldas cortas", comentan los muyahidin a la luz de la hoguera que calienta las ruinas de la base en que nos alojamos. "Yo no tengo dinero para pagarme una esposa, en Jalalabad podré coger al menos una", comenta un muchacho de pelo castaño y ojos grises que apenas ha pasado la pubertad.

Kalashnikov al hombro, los guerrilleros siguen con atenta mirada cualquier movimiento de esta enviada especial. Para muchos de ellos es la primera vez que ven una mujer, aparte de sus hermanas y su madre.

Cada uno tiene su propia idea de la guerra santa: "Son mujeres educadas y comunistas, no sólo las haremos nuestras esposas, sino que las islamizaremos", afirma otro joven.

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A lo lejos aparecen las luces vigilantes de una ciudad que no está dispuesta a rendirse. El Ejército Rojo abandonó Jalalabad nada más firmarse el acuerdo de Ginebra en abril de 1988, y el régimen afgano ha conseguido mantener su capital de invierno ligada, por el cordón umbilical de la carretera internacional de Peshawar a Kabul, a la capital oficial.

El comandante Anwer, del Jamiat Islam¡, uno de los siete partidos de la alianza suní, sería precisamente el encargado de romper ese cordón que abastece a Jalalabad. Según Anwer no se debe de atacar la ciudad si antes no ha sido aislada de Kabul, y para ello los muyahidin deben conseguir, en cualquiera de los casi 200 kilómetros de distancia entre ambos núcleos urbanos, un bloqueo firme y definitivo de la carretera.

Las estrategias de los comandantes más fuertes que cercan Jalalabad son, como es habitual entre los afganos, muy distintas y difíciles de concordar. Para el comandante Gayur, del Hezb¡ Islam¡, que lidera Bulgudi, Hezkmatiar, el más extremista de los líderes suníes, el asalto debe de realizarse "ya". El ingeniero Mahmod, del Hezbi Islam¡ de Yunus Jalis -el partido más fuerte del área-, es partidario de convocar el Shura (Consejo Consultivo) entre los comandantes y realizar una operación conjunta. El comandante del moderado Frente Islámico Nacional de Afganistán (NIFA), otro de los fuertes en Jalalabad, Shed Mohamed Palavan, favorece esta estrategia y está convencido de que la ciudad caería en pocos días de asalto. Este punto le convierte, frente a Mahmod, en un impaciente.

La fuerza 'wahabí'

Pero a estos grupos guerrilleros habituales es necesario añadir otro que está cobrando auténtica fuerza en esta zona del país. Son los wahabíes del Agle Jali, que lidera el maulana (dirigente religioso) Jamilur Rahman. Este grupo, apoyado por Arabia Saudí, se ha hecho con gran parte de la provincia de Kunar, y avanza imparable hacia el Sur. Los wahabíes, una escuela dentro de la religión suní, son disciplinados, organizados y tienen buenos sueldos: 750 rupias al mes (4.500 pesetas).

Las tierras fértiles de Nangarhar, los jardines de su capital, Jalalabad, la planicie en este país de montañas, llenan las ansias de muchos afganos.

Las reglas establecen que cuando un puesto se rinde, una quinta parte del botín va para los partidos que intervengan en el sitio, y el resto se divide entre los muyahidin. Si se asalta y conquista, todo el botín se reparte a partes iguales entre los guerrilleros. Esto, en teoría; luego, a la hora de la victoria, todos se lanzan como aves de rapiña a ver quién se hace con más carroña.

Al otro lado de este cerco muyahidin, la XI División del ejército de Najibulá no está dispuesta a rendirse. Los más de 10.000 soldados, milicias y agentes del KAHD (espionaje militar) que defienden Jalalabad saben que la muerte es lo único que les espera, y prefieren librar la batalla hasta que caiga la última gota de sangre.

Abdul Aziz, funcionario político del NIFA, reconoce que los muyahidin no hacen prisioneros de guerra. "Los comunistas que capturamos los matamos", afirma.

Prestigio y gloria arrastran también hacia esta batalla. Conquistada Jalalabad, el antiguo palacio del ex monarca Zahir Shah, sería la sede del Gobierno de transición de la guerrilla. Pero la razón última, o tal vez la primera, para atacar Jalalabad es que históricamente la conquista de Kabul ha empezado en la capital de invierno.

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