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El cura y las prostitutas de Rompechapines

Un sacerdote de Jerez ejerce su apostolado en los prostíbulos

Salvador Pérez, el cura de Rompechapines, barriada donde está la mayor parte de los prostíbulos de Jerez, no cree que el obispo se enfade demasiado cuando lo vea fotografiado. "Soy amigo", dice, "de todos los curas; algunos me pueden entender, otros no, porque crean que mi labor en favor de las prostitutas no es propia de la Iglesia, pero detrás de mí está Cáritas". Como delegado en el barrio de esta institución, sirve de puente ante la Administración para resolver los problemas cotidianos de este colectivo que integra a más de 30 mujeres.

Nacido, criado, bautizado y ordenado sacerdote en el barrio gitano de Santiago, es hijo de una familia acomodada de Jerez, circunstancia que le permitió estudiar en El Pilar, colegio marianista donde encontró su vocación. Desarrolló el sacerdocio en la sierra gaditana y en las barriadas rurales de Jerez, hasta que el obispo Rafael Bellido Caro lo llamó para asumir su actual responsabilidad en Rompechapines. Allí llevaba ya seis años cuando el Ayuntamiento presidido por Pedro Pacheco comenzó a esbozar un plan para la reinserción de las prostitutas."No creo que el proyecto del Ayuntamiento vaya a erradicar la prostitución", comenta. "La prostitución se va a seguir dando porque es una manera de sobrevivir, justificable o no, pero no condenable. Se trata de condenar la prostitución y sus causas, no a las prostitutas. Existe marginación porque, la sociedad está mal y no podemos atacar a quienes sufren esta injusticia social, sino más bien los mecanismos que provocan esta realidad".

Escucha música clásica -"no porque sea cura"-, bebe siempre con los amigos, atraviesa unos momentos de cierta euforia con el Jerez CD, fuma considerablernente, prefiere los atardeceres de Sanlúcar y se queja de que no tiene tiempo para pasear a Tana, una perrita que le regaló una prostituta de Rompechapines. Vive con su madre, que es quien sufre las consecuencias de su desorden laboral. Pese a su fe y a su hábito, sabe que es imposible transformar la realidad. "Hay quien me llama pesimista", dice.

Participó en la manifestación del 14-D porque "creí que tenía que estar allí. Los sindicatos defienden una causa justa; hay muchos trabajadores que se sienten bastante defraudados con este Gobierno, que ha perdido los papeles".

Lejos de la teología de la liberación, apuesta por una Cáritas diocesana, progresista y comprometida con los marginados, aunque asegura que "hay desconfianza por parte de una Cáritas que ha sido o pretendido ser la mentalidad de una época paternalista y limosnera que sólo iba al parcheo, frente a otra Cáritas que quiere estar con las gentes que sufren marginación social".

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