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Gibraltar

Acaba de terminar una nueva ronda de conversaciones sobre Gibraltar, la colonia británica situada en la provincia de Cádiz, con los resultados habituales: España sigue sin avanzar un milímetro en el tema de la soberanía, que es lo único que le debía interesar. Londres ha reiterado una vez más, esta vez con sonrisas en lugar de caras agrias, como corresponde a dos países que han intercambiado recientemente visitas reales, su conocida posición sobre la Roca: no hará nada en contra de los deseos de la población gibraltareña. Los deseos de 20.000 gibraltareños pesan más para el Gobierno británico que toda una doctrina de descolonización expresada inequívocamente una y otra vez por las Naciones Unidas Y que los sentimientos de 40 millones de habitantes de un país socio y aliado como España. Después de vivir 11 años en el Reino Unido y seguir desde hace más de 25 el contencioso anglo-espáñol sobre la Roca tengo la impresión de que tanto en el 10 de Downing Street como en el Foreign. Office tienen una cinta grabada con la contestación oficial británica sobre Gibraltar y que nuestros jefes de Gobierno y ministros no escuchan en realidad las voces de las Margaret Thatchers o Geoffrey Howes de turno, sino una voz en off de la cinta de marras, que se pone automáticamente en movimiento cada vez que los interlocutores españoles dicen aquello de ¿Y qué hay de la soberanía?La repetición de la misma cantinela por parte de Londres en cada negociación con España no es de recibo y debía sonrojar por igual a quien la dice y a quien la escucha. El Gobierno británico que invoca los deseos de los gibraltareños para no hacer la más mínima concesión a España en el tema de la soberanía de la Roca es el mismo que en 1985 ignoró olímpicamente a los cinco millones de habitantes de Hong Kong, que no desean ser transferidos a China cuando la colonia sea devuelta a Pekín en 1.998. Los deseos de la población gibraltareña son respetabilísimos, y, de hecho, en todas las propuestas españolas, desde Castiella hasta nuestros días, Madrid se ha mostrado dispuesto a hacer a los habitantes de la Roca más concesiones administrativas que a cualquier ciudadano español. Pero lo que se discute, y en Londres lo saben perfectamente, aunque adopten la rentable política del avestruz, es un tema de soberanía territorial y no de derechos políticos de unos ciudadanos.

Es muy deseable conseguir el establecimiento de un clima de confianza entre España y Gibraltar siempre que esto conduzca a la postre a la resolución del tema de fondo. Pero no a costa de una continua renuncia de las bazas españolas. Porque si seguimos diciendo a todo que sí, como hasta ahora, nuestros descendientes podrán ver cómo en el milenario de la fraudulenta toma de Gibraltar, en el 2704, la Unión Jack sigue ondeando sobre Gibraltar. Todas las ventajas de la apertura de la verja han caído del lado de Gibraltar. España no ha conseguido ninguna contrapartida.

El nuevo ministro principal de la colonia, Joe Bossano, acaba de decir en Niza, en contra de todo lo acordado en el obsoleto pero hasta ahora válido Tratado de Utrecht, que Gibraltar es de los gibraltareños, y se sigue negando -¿desde cuándo el Gobierno de la Roca tiene el derecho de veto sobre un acuerdo hispano-británico?- a que los aviones españoles utilicen el aeropuerto. ¿Son estas palabras y hechos consecuentes con la creación del clima de confianza deseado? El señor Bossano sólo se ha acordado de España para pedir la instalación de una fábrica de propiedad gibraltareña en El Campo, prueba evidente de lo liliputiense de un territorio como Gibraltar, donde para hacer nuevas casas hay que robarle terrenos al mar. Creer que sólo las sucesivas concesiones españolas, o ese híbrido denominado paciencia activa y patentado por Fernández Ordóñez, van a forzar un cambio de mentalidad en los gibraltareños es creer en los cuentos de hadas. Cuanto mayor sea la prosperidad gibraltarena a costa de Madrid y menores las cargas que tenga que soportar el contribuyente británico de Manchester, Inverness o Bristol para el sostenimiento de la colonia, menores serán las posibilidades de España para recuperar la soberanía de su antiguo territorio.

El actual Gobierno de Madrid es muy dado a tragarse los espejismos proyectados desde Londres. Se ha extasiado ante el anuncio de que los británicos piensan realizar una reducción del 50% de su presencia militar en la Roca. Sin embargo, la reducción afecta sólo a los efectivos del Ejército de Tierra, 1.500 hombres del Royal Anglian Regiment, cuya función en la Roca, dado que España hace años que optó por la vía pacífica para la resolución de su contencioso con el Reino Unido, es puramente ceremonial. Los efectivos que de verdad cuentan a efectos de la Alianza Atlántica, que son los adscritos a la Royal Air Force y a la Royal Navy, permanecen y permanecerán intactos. En román paladino, la reducción significa que al contribuyente británico le costará un poco menos el mantenimiento de su colonia gaditana. El colmo de la desfachatez es que, según se ha filtrado en los medios de comunicación británicos, Londres espera una contrapartida, un gesto amistoso por parte del Gobierno español, verbigracia, a saber, que se agilicen los trámites fronterizos o que España reduzca sus guarniciones en las sierras circundantes. Es decir, una nueva concesión española. La lectura de la Prensa británica de estos días demuestra que una vez más Londres trata de ganar tiempo con la esperanza de que el problema de Gibraltar se diluya en la Europa sin fronteras de 1992.

En toda la negociación gibraltareña, el Gobierno de Madrid da la impresión de estar hipnotizado (en inglés, mesmerized), por la actitud de Londres. Parece como si España, que es la ofendida, tratara de hacerse perdonar el hecho de tener que soportar una colonia en su territorio en el umbral del siglo XXI. El toro no se ha agarrado por los cuernos. La negociación gibraltareña no es un tresillo isabelino de tres patas, sino una mesa de pino castellano de cuatro: Londres, Madrid, Gibraltar y... Washington. Mientras los Gobiernos españoles no se enteren de que una de las claves de la solución del tema gibraltareño se encuentra a orillas del Potomac no se producirán avances sustanciales en la negociación.

Hace unos,días, uno de los periódicos más influyentes de Estados Unidos, con línea directa a la Casa Blanca, The Wall Streel Journal, dedicaba un editorial a Gibraltar con el título 'Un hipo gibraltareño'. En sus líneas puede encontrarse la última ratio geopolítica de la actitud británica en el tema de la Roca. "La fiabilidad de España sigue siendo dudosa por una serie de razones", decía The Wall Street Journal. Las razones expuestas por el periódico eran las patadas en las espinillas propinadas a Washington por el Gobierno socialista desde 1982, desde la expulsión de los F-16 de Torrejón hasta la negativa de la utilización del espacio aéreo español para el reabastecimiento de los aviones cisterna de la USAF en su última acción contra Libia, pasando por la situación psicodélica de nuestro modelo de integración en la Alianza Atlántica.

Decía Salvador de Madariaga que el principal problema de Gibraltar era el de su base militar. "Elimínese la base y se eliminará el problema", decía Madariaga. La eliminación de la base es por el momento impensable dada la actual política de bloques y la situación estratégica de la Roca. Pero lo que no es impensable es la exposición de las legítimas aspiraciones de España sobre Gibraltar ante las opiniones públicas de Occidente y, especialmente, ante una opinión tan sensibilizada ante los problemas coloniales como la norteamericana. Hay una compañía de seguros en Estados Unidos cuyo lema es As solid as the Rock of Gibraltar (Tan sólida como el Peñón de Gibraltar). Si el Gobierno de Madrid consigue convencer al de Washington de que un Gibraltar español sería tan sólido para la defensa de los intereses occidentales como un Gibraltar británico, una gran parte del camino se habría andado.

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