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A lo largo del siglo

Jean Guitton, uno de los más destacados filósofos del catolicismo francés contemporáneo, ha dado a luz un volumen de 458 páginas que contiene una reflexión vital llena de novedad y encanto. Conocí a Guitton y disfruté en ocasiones de su talento narrador de anécdotas interminables y sabrosas en las sobremesas de la nunciatura de París en los años sesenta. Tenía la complexión somática del francés rubicundo, con cierto aire campesino y saludable, y unos ojos vivos que centelleaban en ocasiones, sobre todo cuando participaba activamente en las discusiones en torno al café y al Armagnac. François Mauriac, que era, en ocasiones, otro de los comensales, respiraba en cambio acritud combativa. Se hablaba entonces del Concilio Vaticano II, en el que Guitton había participado dirigiéndose a la numerosa asamblea episcopal sobre el tema del ecumenismo, por invitación directa de Juan XXIII.El general De Gaulle seguía aquel proceso eclesiástico trascendental, y lo había calificado públicamente como "el más importante acontecimiento del siglo XX". Uno de los atractivos del libro Une vie. Un siècle es el gran número de semblanzas personales que contiene. Guitton sostiene que no puede conocerse a fondo la historia de una época sin haber examinado la condición humana, el talante íntimo y los resortes psicológicos de los personajes claves en las grandes decisiones que cambiaron el curso del mundo. En él retrata a los que fueron sus maestros en los años formativos: por ejemplo, el padre Pouget (misterioso y fascinante fraile, medio ciego, que vivía en la pobreza estricta y en la oscuridad, cor.servando en su memoria textos enteros de filosofía científica, de fisica teórica, de teología (logmática y de exégesis bíblica), o Henri Bergson, en cuya cátedra trabajó de estudiante, y que dejó también en su ánimo una estela de admiración que conservará hasta la muerte de aquél. El respetuoso distanciamiento del pensador judío hacia el joven estudioso cristiano es uno de los episodios más conmovedores del relato.

Guitton, metido de lleno en su trabajo de pensador y analista, se ve envuelto en las polémicas interiores del modernismo y de la interpretación evangelística. Su pasión viajera le lleva a Roma y a Tierra Santa, en donde residevaríos años. Allí visita la Escuela Bíblica francesa; escucha a Tisserant y a Lagrange; recorre los hitos arqueológicos del tiempo de Jesús; se asombra ante los escenarios históricos del cristianismo en Jerusalén, tan yuxtapuestos en su ámbito reducidísirno. Sigue también las huellas de Ernesto Renan y visita la residencia en la que escribió durante años algunas de sus obras magistrales y dubitativas y el lugar de Líbano en el que murió y se halla enterrada la hermana del escritor, Henriette.

Conoce a fondo la ciudad de Roma, por fuera y por dentro. No le gustan las intrigas vaticanas y sí, en cambio, el abordar de frente con los pontífices los grandes problemas pendientes. Conoce y frecuenta a los papas, desde Aquiles Ratti hasta Juan Pablo II, y analiza con imparcialidad y conocimiento de causa lo que resulta más positivo de sus diversas orientaciones y documentos.

Guitton tiene una visión dinámica y."activa del cristianismo, ortodoxa y progresiva a un tiempo. La separación de las iglesias de Oriente y de Occidente le llenó de tristeza y de preocupación. Fue notable su intento de reconciliar a la Iglesia anglicana con la de Roma, proceso que inició con el primer lord Halifax -Robert Woods- y continuó, años después, con su hijo el lord Halifax, compañero de Chamberlain en los últimos intentos apaciguadores de la Gran Bretaña conservadora frente a los planes demenciales de la Alemania hitleriana. Ni la unión de las dos iglesias pudo alcanzarse entonces por la disputa sobre la legitimidad de los ordenamientos, ni el appeasement del nacionalsocialismo en Godesberg y en Múnich sirvió para nada. La gran catástrofe bélica se puso en marcha y cambió la geografla política del mundo. Guitton, movilizado, fue apresado por los ocupantes alemanes en Clermont Ferrand y enviado a un campo de concentración por su condición de oficial de la reserva.

Una vida. Un siglo es el testimonio autobiográfico de un hombre que hizo de la reflexión centro de su existencia, y que tuvo siempre la paciencia y la liberal apertura de escuchar con buen ánimo la opinión de sus adversarios, sin que por ello se resintieran su fe, la solidez de sus posiciones o la amistad de los contendientes. Es original su interpretación del dogina de la resurrección de la carne, sin el que, según san Pablo, toda nuestra esperanza sería vana. Los niveles del soma, de la psique y del neuma eran examinados por él, con una hermenéutica distinta, de gran novedad por su inteligencia pensante.

Guitton sostiene que es difícil concretar cuál es el ecuador en la trayectoria vital de cada uno. Para él lo fue la cautividad de los cinco años en Alemania, que le parecieron un quinquenio perdido, en el que zozobra y en el que la angustia de la prisión, pendiente de la marcha de la guerra, le impedía escribir ordenadamente y llevar a cabo en esos años una obra positiva.

Su libro es el reflejo de un propósito concreto: "Ejercer el acto de la memoria al más alto nivel y en profundidad". Joubert escribió que "la memoria no le servía sino para conservar la esencia de lo que leía, de lo que veía y de lo que pensaba". Guitton añade que el último acto del recuerdo es dejar que desaparezca lo accidental, lo efimero, lo furtivo y lo frívolo en un largo proceso evanescente, conservando en cambio lo que puede ser eternizado dejando que "el tiempo sea convertido en un tiempo intemporal".

También se entrevistó con todos los grandes de la política francesa de su tiempo. Ofrece en el libro unos retratos puntuales de De Gaulle, Giscard y Chirac. Pero acaso las páginas más atractivas sean las que dedica a un largo diálogo con François Mitterrand, al que conoció indirectamente desde los tiempos de la posguerra y que le visitó un día de mayo de 1982, casi por sorpresa, en su residencia campestre de Creuse, acompañado de un amigo común. "El presidente tiene una palidez notable", escribe, "unas comisuras labiales apretadas, de gesto irónico; un punto de duda aparente, como quien busca una palabra que, por supuesto, tenía cuidadosamente elegida de antemano, y un fondo de angustia". ["Expóngame en 10 minutos su filosofía". "Necesitaría horas". (Sin embargo, accedió al deseo del jefe del Estado.) "Jean Paul Sartre es el filósofo francés más conocido en el mundo. Su tesis es lo absurdo de la existencia y su falta de sentido. Ello conduce a la desesperación y al suicidio. Yo propongo, en cambio, la aceptación del misterio. La fe en la trascendencia de la vida humana. Ello sostiene mi esperanza]" "El presidente", escribe, "me escuchó en silencio. Luego me relató cómo había sido educado en el catolicismo por sus familiares creyentes y piadosos. Y que ese sustrato infantil y adolescente seguía existiendo en la profundidad de su ser". Guitton sugiere que hay una condición mística en el carácter de Mitterrand que se hace presente en el diálogo íntimo, cosa que no ocurre con otros grandes líderes de la derecha, católicos comprometidos y beneficiarios del masivo voto creyente de Francía, la hija predilecta y cristianísima de la Iglesia romana.

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