John Tower, un amigo de Bush en apuros
El Senado se resiste a confirmar al secretario de Defensa a causa de su pasado con el alcohol, las mujeres y los contratistas militares
El Senado -que se niega a confirmarle como secretario de Defensa, después de tres semanas de audiencias, temiendo que se convierta en un peligro para la seguridad nacional y sea vulnerable a cualquier chantaje- y la Casa Blanca están enfrentados en un drama político clásico de Washington, con todos los elementos de morbo necesarios (sexo, whisky y dinero) para apasionar a la opinión pública. El Pentágono y la revisión necesaria de las posiciones estratégicas de EE UU con vistas a las negociaciones START con la URSS están paralizados. Las principales publicaciones de defensa piden la retirada de Tower.El caso Tower es especialmente sangrante para Bush, que lleva tres semanas insistiendo en los altos estándares eticos que, para diferenciarse de Reagan, exigirá a los miembros de su Administración. "No basta con que sean honestos, es necesario que lo parezcan y que se evite hasta la apariencia de deshonestidad", ha afirmado el presidente. Los defensores de Tower contraatacan diciendo que es víctima de un linchamiento público sin pruebas. Pero se multiplican las acusaciones de dudosa conducta contra este político que quiere ser -viste como tal- un caballero inglés, al parecer también con todos sus vicios, espécimen por el que ha confesado particular admiración.
No es frecuente que al elegido para dirigir el Pentágono se le espete a la cara, con la televisión en directo: "¿Es usted un alcohólico?". Y John Tower, ex senador, una figura minúscula que parece una fotocopia del actor Mickey Rooney, contestó secamente: "No, soy un hombre de cierto control". Pero días después la Prensa informó que Tower, con dos divorcios tras de sí, en el comedor de un hotel de Washington le dijo a su actual pareja: "Prepárate que voy a meterte inano por debajo de la mesa". Más tarde saltó el rumor de que Tower, un halcón en temas militares convertido ahora a la austeridad necesaria para el Pentágono, en este período de grandes déficit, le había puesto hace años un piso en Houston a una bailarina rusa.
Una reportera preguntaba ayer en la conferencia de prensa diaria de la Casa Blanca por qué el presidente no cree a la segunda mujer de Tower cuando afirma que es "un alcohólico incorregible". El 90% de estas alegaciones es probablemente "pura basura", dijo ayer un senador, pero el otro 10% y las dudas suscitadas por su carácter e integridad han exigido que el FBI realice una investigación. Los agentes de la Oficina Federal de Investigación han recorrido los restaurantes favoritos de Tower en Washington preguntando si el ex senador ha sido visto ebrio. Se ha investigado su época de negociador de armas estratégicas, en Ginebra, de donde se cuentan fiestecitas privadas anegadas de whisky y secretarias acosadas en la increíble búsqueda de sí mismo de este hombre de 63 años.
Cuando el FBI parece que no había encontrado nada concluyente sobre su hígado y su sexo, presuntamente desbocado -al menos eso asegura la Casa Blanca-, aparecen nuevas acusaciones de turbios manejos financieros y conflictos de intereses. Al parecer, Tower recibió para sus campañas políticas fondos de contratistas militares investigados en el más reciente caso de corrupción del Pentágono. El Senado, que en un principio estaba tratando con guante blanco a un ex colega, ha decidido congelar el examen de Tower durante dos semanas, lo que para muchos significa el fin de sus posibilidades de convertirse en secretario de Defensa.
Viejos compañeros
Si no fuera porque se trata de un asunto entre viejos compañeros, nadie dudaría de que Tower hubiera sido ya rechazado. Pero lo que parecería increíble en otro sistema, y suficiente para buscar otro secretario de Defensa, la actuación de Tower como consultor de los principales fabricantes de armas de EE UU, aquí no lo es tanto. También ha salido a la luz que algunos de sus interrogadores del augusto Comité de Servicios Armados del Senado también han visto engrasadas sus carreras políticas por los mismos intereses, los grupos de presión del armamento.
Tower ha prometido, bajo juramento, que las grandes firmas de defensa que le pagaron cientos de miles de dólares no comprometerán su actuación al frente de¡ Pentágono. "Me retiraré cuando esté implicada alguna de las antiguas compañías para las que he trabajado". A lo que un senador le dijo que entonces el Pentágono estaría sin jefe el 90% del tiempo.
Hasta hace sólo 48 horas parecía que, aunque tocado políticamente, Tower salvaría la inquisición parlamentaria y sería confirmado. Pero el poderoso presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, el demócrata Sam Nunn, un político moderado con el que contaba Bush para abrir una nueva etapa de concordia entre el Ejecutivo y el Legislativo, ha dicho basta. Nunn ha expresado "serias preocupaciones" de que Tower no haya superado su problema de alcoholismo y que esto pueda interferir en sus deberes en el Pentágono. "Es un trabajo de 24 horas, y no sólo de ocho. Con la información que tengo ahora no podría votar favorablemente su confirmación".
Bush insiste en que "es el mejor candidato, no hay nada sustancial que pruebe las acusaciones contra él y debe ser confirmado lo antes posible". Pero ya se habla de que la Casa Blanca tiene una lista de eventuales sustitutos y de que, al dejar a Tower cocerse lentamente en su propia salsa con el retraso de la votación, Bush está esperando a que su amigo político realice una retirada digna con el menor daño posible para la presidencia.
El caso Tower se compara con el del vicepresidente, Dan Quayle. En ambas ocasiones, George Bush, en contra de la opinión de sus principales asesores.
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