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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más que un fracaso

LA RUPTURA definitiva de las negociaciones entre el Gobierno y los sindicatos se ha producido al fin, y con ella, el modelo de concertación que ha formado parte de la cultura política con la que los socialístas lograron el poder en 1982. Todavía es pronto para saber cuál de las dos partes en conflicto perderá más, aunque, mientras esto se dilucida, queda claro que los principales pagadores serán aquellos colectivos -los más desfavorecidos (pensionistas, parados, funcionarios modestos y asalariados con hemorragias sistemáticas en su poder adquisitivo)- sobre los que se ha discutido sin llegar a un acuerdo.El bloqueo de la concertación ha tenido mucho que ver con las segundas intenciones que cada parte ha atribuido a la otra. Las centrales han sospechado, no sin algunos fundamentos (véase la iniciativa del PSOE de crear delegados del partido en las fábricas), que los tecnócratas del Gobierno han pretendido aprovechar la confusión para segar la hierba a los sindicatos. El Gobierno, por su parte, ha tenido pocas dudas de que los burócratas sindicalistas han intentando llevar el enfrentamiento hasta llegar a cuestionar la legitimidad del Ejecutivo. Así, en una sola cosa han coincidido unos y otros: van a por nosotros, tenemos que defendernos. Y esta defensa ha acabado en suicidio. Como en toda paranoia, la tonelada de suspicacia se arracima en torno a un gramo de realidad. Por ambas partes; y ello es así no porque convenga diluir responsabilidades, sino porque también en este terreno resulta válidáel dicho según el cual dos no se pelean si uno no quiere. Resulta asombroso el juego que ese gramo, convenientemente estírado, puede dar a la hora de elaborar una muy coherente teoría basada en el principio de la conspiración.

Es cierto que el margen de maniobra del Gobierno, limitado por la necesidad de hacer compatibles los objetivos centrales de su política económica con el precio de la paz social, ha sido bastante estrecho. Pero también lo ha sido, al menos en una parte de sus reivindicaciones, el de los, sindicatos. Una negociación funciona cuando cada parte reconoce las dificultades de la otra para ceder en determinados aspectos. Es lo que acaba de ocurrir en Italia, donde los sindicatos han renunciado a la más popular de sus reivindicaciones -referente al indulto de delitos fiscales-por comprender que era también aquella de más diricil cumplimiento por parte del Ejecutivo. El resultado ha sido un acuerdo que evitó la huelga general contra un Gobierno de derechas, y que ha reforzado el papel de los sindicatos como interlocutores sociales, haciendo avanzar paralelamente el debate político con planteamientos nuevos, que habrán de ser tenidos en cuenta, en adelante, por el Parlamento y los partidos.

En España, el balance es hoy bastante diferente y desesperanzador. Con el fracaso de la concertación social, los sindicatos han malbaratado los réditos de la movilización de diciembre, apareciendo como fuerza capaz de organizar una huelga general, pero no de administrar responsablemente su éxito mediante acuerdos negociados, es decir, de ganar la huelga, que es para lo que éstas son convocadas. Así, es más que probable que otra convocatoria de paro hallaría resistencias muy considerables en sectores que el 14-D la apoyaron sin reservas y que hoy se sentirán estafados por la falta de acuerdo. El papel dinamizador de la vida social y política jugado por los sindicatos puede así diluirse justamente cuando las condiciones favorecían el desbloqueo del debate sobre cuestiones como la aspiración a una concepción más capilar del poder, la función de las asociaciones intermedias en la definición de las prioridades, la institucionaliz ación de canales de participación y corresponsabiliz ación social, etcétera. En una palabra: el verdadero golpe de timón.

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El Gobierno tampoco sale bien parado de esta experiencia. No sólo porque se diluye de una vez por todas el carácter ideológico de la socialdemocracia que hasta ahora ha intentado representar, sino, sobre todo, porque en la vida cotidiana empeorarán las condiciones para la paz social. Ello debilitará su proyecto electoral hasta límites difíciles de prever, ya que una parte de la población que votó al PSOE se refugiará en quienes prometen mano dura y normalidad ciudadana. Es decir, los conservadores. Y otra, se irá tras los sindicatos en busca de posiciones más coherentes con la izquierda clásica. En definitiva, la forma más lastimosa de caminar hacia el declive político.

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