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En la selva

Manuel Vicent

La cúpula del Vaticano se reflejaba en una charca llena de cocodrilos; una manada de cebúes iba por la plaza de San Pedro a abrevar en la fuente del obelisco y algunos rinocerontes dormitaban a la sombra de la columnata de Bernini. Dentro de la basílica, en el baldaquino del altar mayor, se columpiaban los chimpancés. Quedé pasmado ante esta visión. Había recorrido parte del país, dejando atrás los cocoteros, cafetales y plantaciones de cacao; luego me había adentrado por la ruta de los elefantes hasta llegar al corazón de la selva africana, y allí, en medio de la jungla, en las afueras del poblado de Yamoussoucro, de pronto descubrí la silueta del Vaticano en el horizonte sobre una nube de flamencos que se acababa de levantar de la laguna en el crepúsculo ensangrentado. Me encontraba en Costa de Marfil. Después supe a qué se debía el sueño. El presidente de esta república, Félix Houphouet Boigny, padre de la independencia, católico fervoroso y hortera insigne, había mandado levantar en su pueblo natal, junto a la residencia de verano, una inmensa basílica, copia exacta de la de San Pedro, en Roma, para honrar a Dios.Frente a la imagen de esta gigantesca fábrica religiosa, rodeado por el estertor de la naturaleza, tuve una experiencia sagrada. Vi el gran templo del Vaticano en medio de la selva, sin un solo creyente, con las puertas abiertas de par en par, y, bajo los dinteles labrados, toda clase de fieras entraba y salía como los fieles en un día de fiesta. Los cebúes llenaban las naves, aves del paraíso de plumas azules volaban por el recinto mientras en lo alto de los capiteles había leopardos bostezando y las gorgonas eran hidras reales, serpientes vivas que palpitaban de sopor en los aleros. Dentro de la primera iglesia de la cristiandad crecían los árboles carnosos, cuyas raíces iban en busca de los sepulcros papales, y una multitud de monos gritaba en el coro y uno de ellos tocaba al órgano, una fuga de Bach. Creí que Dios había recuperado por fin la inocencia de sus criaturas. Los hombres no estaban.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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