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El perfil de Carlos III

En el retrato de Goya -con traje de caza, la izquierda enguantada empuña el largo fusil como un cayado de pastor-, el rostro, de tres cuartos, es el de un sesentón que, despegado, irónico, sagaz, consigue aún sacarle alguna diversión a la vida. Quizá le divertía la caza, el soñar con una buena partida de caza; pero, habiéndose vestido de cazador y empuñado el fusil sólo para posar delante de un pintor, es probable que le divirtiese el pintor que estaba retratándole: su pericia, su nerviosismo, su hosquedad.Tratemos de girar el tres cuartos del retrato de Goya hasta un perfil, y ahí está en las monedas de plata del reino de Sicilia, circundado por la leyenda "Carolus D. G. Sic. Hier. Rex" (Carlos, por la gracia de Dios, rey de Sicilia y de Jerusalén). En la onza de oro, probablemente acuñada en los comienzos de su reinado, han querido adularle: un perfil romano, la nariz casi perpendicular a la frente; pero en las monedas de plata hay una progresión aerodinámica, que diríamos hoy: la frente y la barbilla forman ángulo agudo en la nariz. Un perfil que hubiera hecho las delicias de Giovanni Battista dalla Porta, que un siglo antes había publicado un tratado sobre la fisonomía del hombre en comparación -física y caracterial- con las especies animales, del león al perro, del caballo al cerdo. Y hojeando el tratado parece que podemos detenernos, para Carlos III, en el grabado donde la cabeza de un hombre se compara con la cabeza de un perro: "La cara larga de un perro con la del hombre", y, por larga, Dalla Porta entiende una cara aguda -huidiza la frente, huidizo el mentón-, cabalmente como la de un galgo. Aunque cuando pasa a definir el carácter del hombre de perfil de galgo no atina en absoluto con el de Carlos III: "La cara larga", dice, "es de hombre ultrajante", y pone como ejemplo a Ladislao II de Polonia, que disfrutaba cuando sus cortesanos robaban, violaban e injuriaban.

No sabemos si Carlos III vio alguna vez el tratado de Dalla Porta, pero creemos que no le habría disuadido de hacerse representar en las monedas tal como era, y hasta nos agrada imaginar que de la idealización o adulación de la onza de oro se haya pasado al realismo de las monedas de plata gracias a su intervención. Habrá dicho a los grabadores de la ceca: "No me hagáis otra cara, me va bien la que tengo". Su fealdad -volviendo a mirar el retrato de Goya- era de las que suscitan simpatía, cordialidad, confianza. Era un rey digno de su ministro, aquel Bernardo Tanucci, toscano, que tuvo la osadía de arremeter al mismo tiempo contra los señores feudales, los jesuitas y la masonería. Lo cual era entonces un poco demasiado, y lo sería también hoy. Pero Tanucci aguantó, y siguió adelante, mientras Carlos III le apoyó y hasta que Fernando IV cayó en otra, manos, de forma que hoy podemos comprobar melancólicamente que el mejor momento del reino de Nápoles y Sicilia -hirviente de reformas, libre de influencias- fue el del reinado de Carlos III y del gobierno de Tanucci. Y es asombroso que celebrándose en 1988 el segundo centenario de la muerte de Carlos III (murió el 14 de diciembre de 1788), ni el correo italiano, siempre dispuesto a conmemorar en sellos a personajes mucho menos representativos, ni las universidades, siempre dispuestas a organizar congresos, se hayan acordado de él, Evidentemente, ni los democristianos ni los laicos de tradición masónica tienen el menor interés en recordar a un rey como Carlos III y a un ministro como Tanucci. Años atrás, habiendo hablado yo de Tanucci, me lo reprochó agriamente un periodiquito masónico

Siempre he sentido repugnancia hacia cualquier tipo de adscripción política, parapolítica o criptopolítica; pero la figura de Tanucci no me entusiasma sólo como enemigo de la masonería, los jesuitas y los señores feudales. Años atrás, en Stia, en la provincia de Arezzo, su pueblo natal, en la casa que fue suya, leí esta lápida: "Aquí nació y vivió Bernardo Tanucci, ministro y confidente de Carlos III y Fernando IV de Borbón en el reino de Nápoles y Sicilia. Político experto de su tiempo, gobernó durante XLIII años el Estado con poderío de príncipe y tuvo en las cosas de Italia y España autorizada voz. Murió dejando tras sí casi en pobreza a su familia y mucho nombre a la historia". Inscripción veraz: cuando murió, grande fue el estupor en toda Italia de que no hubiese acumulado riquezas (Montanelli comenta: "También entonces la honradez, en Italia, era de mucho efecto"). Pero para hacer lo que hizo, para merecerse los enemigos que tuvo, no podía ser de otro modo: sus principios morales debían ser muy sólidos; sus ambiciones, de transparente idealismo; su honradez, absoluta.

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Cuarenta y tres años de gobierno. En Sor Escolástica, Stendhal pone en boca de Carlos III: "¿Dónde podré hallar otro ministro tan honrado, tan activo, que ha rechazado diversos millones de la curia romana?". Pero en la Histoire de ma vie, Casanova cuenta de una carta que Fernando IV escribía desde Nápoles a Carlos III con muy otros sentimientos respecto del honrado e inflexible ministro: "Todos mueren al final de su carrera, salvo Tanucci, que vivirá, creo, hasta el final de los siglos".

Ansioso de desgobernar, como luego consiguió fácilmente, Fernando IV despidió a Tanucci. Y la historia de la Italia meridional recobró esa continuidad que aún hoy nos entristece.

Traducción: Esther Benítez.

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