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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El cochino Harry

Harry el sucio fue para Clint Eastwood (actor de éxito tardío y un poco bastardo, ya que provenía de su condición de demacrado e impávido asesino del spaghetti western almeriense) algo así como el retorno a casa. Dejó este rostro pálido por antonomasia de abatir con su colt comanches de Chipiona y mexicanos de Mojácar para allí desenfundar una feroz y estrepitosa magnum y, con sus torpedos, comenzar a abatir incontables chulos californianos en las aceras de San Francisco. Diecisiete años después, Harry el sucio vuelve a la carga en La lista negra.Balance del desaguisado: unos 30 sangrientos pasaportes sin visado de vuelta a otros tantos rufianes; varios miles de proyectiles en busca de la pechera de Clint, sin que logren rozarla, y entre ametrallamiento y ametrallamiento, una colección de versallescos tacos sin desperdicio, que añaden a Harry la condición de cochino además de sucio.

La lista negra

Dirección: Buddy van Horn. Estados Unidos, 1988. Intérpretes: Clint Eastwood, Patricia Clarkson, Liam Neeson. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Música, Novedades, Juan de Austria, Benlliure y Aluche.

Lindas caricias al paladar del oído, como ésta: Clint: "Las opiniones son como los culos, muchacho: todos tenemos uno". O bien un perfumado diálogo: Clint: "Oye, pollo, olvidaste tu tarjeta de la suerte"; Pollo: "¿Qué dice?"; Clint: "Que la cagaste, pollo" (dispara y lo mata). O bien este otro, más bucólico aún: Clint: "No me jodas más, chico. Te voy a dar una patada en el culo que te vas a cagar por la boca". Y así, ad náuseam, al menos en la versión doblada de este thriller engendrillo, escrito por estilistas del bien decir y realizado por un bordador de rutinas blandorras con apariencia de película dura.

La primera mano de salsa de tomate con que Eastwood tiñó de rojo, allá por el año 1971, las aceras de San Francisco tuvo su gracia, entre otras razones, porque, aparte de las lacónicas capacidades homicidas de la palidez del actor, detrás de la cámara estaba Donald Siegel, que sabía sacar verdadero cine de estos cochinos asuntos. Pero Van Horn, chusquero de Hollywood, no es Siegel, y lo demuestra con su analfabetismo en los crescendos violentos: carece de antenas para capturar el umbral apacible de los estallidos mortíferos, que son los que dan fuerza a la pólvora, por lo que la suya se queda en pólvora mojada.

De hecho, lo único interesante del filme -aparte de descubrir, en fa distancia irónica sobre la que monta su composición, cómo Eastwood no se cree absolutamente nada de lo que hace y de que está allí por un dinero cínico- es una curiosa parodia de la legendaria persecución de coches por las cuestas de San Francisco que hace un cuarto de siglo vimos en Bullit, pero esta vez con la ingeniosa variante de que ahora el coche perseguidor es uno de juguete con bomba dentro. Fuera de esto, nada.

En su actual madurez, Clint Eastwood -por aquí están todavía los ecos de su Bird- ha alcanzado a demostrar que es un cineasta de talento, que tiene cosas que decir y una manera propia de decirlas. No es confortador, por tanto, verle moverse, sin destino y sin convicción, en las angosturas de este mediocre filme, que, como todo lo lleno de palabrería, es mudo por puro y simple exilio de la elocuencia. Tan incurable es el silencio interior de los vanos estruendos de fogueo de esta Lista negra llena de trampas y cartones.

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