Parte de una gran historia
Christopher Hampton escribió en 1968 su segunda obra de teatro, Eclipse total. Tenía 22 años, era un niño prodigio, pertenecía a la plantilla del Royal Court como dramaturgista, estaba graduado en Oxford en Literatura Francesa y Germánica y había comenzado a escribir esta obra en la universidad, impresionado sin duda por los dos grandes poetas franceses que estudió y que se le presentaron como tema dramático: la relación entre Verlaine y Rimbaud.Relación literaria, mística, sexual, mezclada con el ajenjo -que llegó a ser prohibido por sus efectos destructores del cerebro y la personalidad- y por la contradicción de sus vidas con el medio burgués del que dependían y del que nunca se desprendieron. Lo principal de la carrera dramática de Hampton ha estado dedicado a las de otros escritores. Uno de sus atractivos es el idioma inglés, de lingüista, que utiliza. Cualquier traducción, por tanto, es difícil. La de Sierra tiene más adhesiones en los errores -absenta por ajenjo, Francisco el Primero- que en la brillantez, aunque el monólogo de Verlaine conserva su belleza.
Eclipse total
De Christopher Hampton (1968), traducción de Miguel Sierra. Intérpretes: Compañía Juan Ribó, Fernando G. Cuervo, Alexandra Fierro, Juan Ribó, Antonio Duque, Modesto Fernández, Francisco Maldonado, Margarita González, Jeannine Mestre, Achero Mañas. Asesor literario: Luis Antonio de Villena. Música de José Páez. Vestuario: Sonio Grande. Iluminación: José Miguel López Sáez. Decorados: Andrea d'Odorico. Dirección: Roberto Villanueva. Teatro Bellas Artes, 13 de enero.
La obra está resuelta, al estilo de su época, en breves escenas cortadas por oscuros, en las que se trazan algunos momentos biográficos, desde lo que fue un tremendo encuentro poético y humano hasta el relato hecho a Verlaine de la muerte de Rimbaud por la hermana de éste, Isabelle. No se hurtan las escenas escabrosas y duras. El realismo es tal que en la noche del estreno el actor Fernando Guillén Cuervo (Rimbaud) hirió realmente con el puñal a Juan Ribó (Verlaine).
Sobre estos dos actores cae el peso principal de la función y, no se puede saber bien si por defecto del autor o del director, Roberto Villanueva, no diferencian entre sí suficientemente los caracteres, las edades, las diferencias humanas que tanto crearon la oposición de sus vidas y la fuerza de su relación. Los dos hacen su trabajo con el mismo ímpetu, con el mismo tejido de poetas malditos según la historia y la leyenda. Todo lo demás empalidece. Alexandra Fierro, bella y desganada, no destaca el papel de la esposa-niña de Verlaine. Y Jeannine Mestre tiene que exagerar su buen oficio para conseguir un tipo que la saque del relieve oscurecido de la tropa. Oscuro está el escenario, y lo es el decorado -de Andrea d'Odorico-, meramente funcional. Todo ello puede tener el morbo de lo prohibido, del amor llamado también oscuro; pero no aparece por ningún sitio el verdadero chispazo de lenguaje y de literatura que brotó entonces. Como biograria dramática es también incompleta y, salvo las escenas que pueden parecer más violentas, todo lo demás es relatado. La realidad, en este caso, es inmensamente superior a la ficción.
Se estrenó ante un público muy especial, de invitados muy destacados en la vida literaria, teatral y social: un público que escuchó en silencio la obra, y que estalló en ovaciones dedicadas especialmente a la interpretación de Juan Ribó -cabecera de esta compañía- y de Fernando Guillén Cuervo, que habían puesto en ella un esfuerzo sobrehumano.
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