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Secretarias

Rosa Montero

Un buen número de mis amigas son secretarias. Sufridísima profesión ésta que, como es público y notorio, parte de un malentendido colosal: la confusión que padecen muchos jefes entre la esfera de lo laboral y lo doméstico. Y, así, a las secretarias no sólo se les exige, como es lógico, una profesionalidad despepitante, sino que además han de reservar vuelos para viajes privados y mesas para comidas familiares, recordar el aniversario de boda de su jefe o adquirir entradas del concierto rock para la niña adolescente y el novio con cresta de la niña. Otrosí, y dependiendo del calibre del morro directivo, las secretarias pueden verse abocadas a recoger trajes del tinte, pasear perros, regar plantas, cepillar abrigos repujados de caspa ejecutiva, quitar el polvo a mesas de despacho e incluso subir del bar cafés y ensaladillas. Todo esto sin mencionar los posibles achuchones rijosillos, que aún hay, y el fastidio de tener que aguantar las depresiones y las mustias confidencias de tu jefe, confidencias que suelen mantener una direccionalidad jerarquizada, de modo que, cuando al ejecutivo se le pasa la murria, la supuesta complicidad se fosfatina, convertidos de nuevo en amo y sierva con un abismo intermedio muy preciso.Pues bien, este estupendo panorama es susceptible aún de empeoramiento. Me cuentan que, embargados por este frenético culto a la apariencia en que vivimos, los directivos de las empresas han empezado a confundir la modernidad con la lindeza. Y, ahora más que nunca, exigen que sus secretarias, además de eficientes, sean un prodigio de juventud y de guapeza. Para dar imagen, argumentan con estupendo desahogo. Las quieren elegantes, altas y macizas, cosecha del 92 y pata negra. Ellos, mientras tanto, los jefazos, son exactamente como siempre, o sea, barrigones, calvos, los pies planos, retacos, estevados y bisojos, verdaderos adefesios, en fin, los pobrecitos. Pero así, con el adorno de sus chicas, se creen que van a conquistar Europa. Sea usted secretaria trilingúe para esto.

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