Merche Esmeralda: "Yo al flamenco no le falto al respeto"
Su interpretación de 'La Soleá' con el Ballet Nacional de España es unánimemente elogiada
El Ballet Nacional de España cerró su temporada en Madrid con un éxito sobresaliente -La Soleá, de José, Antonio-, debido en gran parte a su protagonista, Merche Esmeralda. El espectáculo se exhibirá en el Palacio de los Deportes de París del 24 de enero al 12 de febrero. Su baile emociona, vence el artificio y gana a los críticos -en Estados Unidos han comparado su aparición en el Metropolitan con la de María Callas, Margot Fonteyn o Carmen Amaya-, y así, casi sin darse cuenta, Merche Esmeralda se ha convertido en una estrella, aunque sin renunciar a su flamenco, del que afirma que jamás le ha faltado al respeto.
Sevillana, de esa edad en la frontera de la madurez en que la belleza se posa y la personalidad toma las riendas, Esmeralda saborea este reconocimiento que ahora le llega, aunque dice: "Yo no quiero ser famosa. Quiero ser digna de mi profesión, y ser feliz. Yo soy la Merche Esmeralda de hace veintitantos años", dice con un punto de amargura ante la expectación que produce estos días.Empezó a bailar flamenco a los 12 años -estudió con Adelita Domingo, Enrique El Cojo, Matilde Corral, Paco Fernández...-, pero pronto, además de su gracia, llamó la atención su belleza, su físico de niña fina: cuando tenía 17 años y bailaba en Las Brujas, Dino de Laurentis quiso convertirla en una estrella de cine, pero ella se negó, y no me arrepiento", dice; "si yo hubiera sido otra cosa no hubiera estado mi baile. Para mí lo importante es la danza".
Merche Esmeralda es una bailaora de porte elegante, que se dice "flamenca de sentimientos". Nunca le importó saltarse los cánones en honor a un movimiento natural, a su verdad. Sus brazos son peculiares, heterodoxos en flamenco -la gran bailarina clásica Natalia Macarova le dijo este verano: "Hasta ahora, yo pensaba que mis brazos eran únicos"-, y recuerda que al principio se lo reprochaban: "Me decían que parecía un cisne; nunca me importó. Lo que me manda el flamenco es lo que yo sienta, lo mío, y en verdad me alegro mucho de haberlo defendido, porque cuando me ven dicen: 'es ella'. Sino soy pura, seré menos, pero yo al flamenco no lo estoy molestando, no le falto al respeto, sino todo lo contrario, le estoy dando lo mejor de mí misma".
"Mi vida ha sido muy dura", dice con la serenidad con que habla del pasado y su acento de mujer sensible. A los 14 años empezó a hacer galas en los hoteles de la Costa del Sol, en tablaos; hizo alguna temporada con el Ballet Festivales de España. Señala su participación en el Festival Flamenco de Sevilla, donde le cantó Antonio Mairena, como un momento importante en su vida; fue cuando su nombre empezó a sonar entre los flamencos. De ahí pasé al tablao Las Brujas, en Madrid, donde estuvo muchos años.
"Estoy orgullosa de haber sido de tablao, aunque se me haya crillicado. El tablao me ha dado un sentido del ritmo, de la percusión, a saber de compás, a reaccioriar ante los imprevistos; todo eso es un beneficio para luego estar en un escenario. Pero lo importante es evolucionar, y llegó el momento en que se me quedó pequeño el tablao".
De la compañía al 'ballet'
Se casó, y durante poco tiempo tuvo su propia compañía, hasta que, en 1980, Antonio Ruiz la llamó para entrar.en el Ballet Nacional: "Me dijo: 'Mi arma, estoy detrás tuya desde hace mucho tiempo; yo quiero que te vengas al ballet conmigo'. Creo que esa noche no dormí de la ilusión que yo tenía". Lo dejó poco después por "cosillas" de las que rio quiere hablar. Se incorporó entonces al Ballet Español de Madrid, que habían fundado José Antonio -para el que no tiene más que elogios- y Granero, y tuvo un gran éxito con El jaleo, donde, además de bailar, cantaba, siguiendo su antigua afición.En 1983, cuando María de Ávila se hizo cargo del Ballet Nacional, le pidió que volviera, pero tuvo que esperarla tres años porque "ocurrió algo en mi vida particular y había dejado de bailar". Madre de dos hijos -Francisco, de 18, y "mi pequeño", de cuatro-, ha intentado compatibilizar su casa con su baile, y aunque ha tenido que renunciar a algunas cosas, "nadie puede reprocharme nada. La distancia no tiene que ver con el amor; hay mujeres que están todo el día en su casa limpiando y fregando y no están cerca de sus hijos".
Ahora, en el Ballet Nacional -donde figura como estrella invitada desde hace tres años-, se encuentra a gusto, dispuesta a disfrutar de esa Soleá que José Antonio ha hecho para ella y a la que vaticina un éxito igual al de Medea o Bodas de sangre.
Se lamenta de que el flamenco en general está mal porque no hay espectáculos, sólo hay festivales, y los tablaos hoy están muertos. "Cuando yo empecé, los tablaos eran la alegría del país. Ahora es difícil que surjan artistas porque no hay espectáculos. Sólo está el Nacional y la compañía de Gades, pero no pueden acoger a tanta gente. Habría que crear compañías regionales y de flamenco".
En el escenario, Merche Esmeralda se despega del conjunto y proyecta en su baile una fuerza, una autenticidad que contrasta con la afectada homogeneidad del resto. "El flamenco es muy verdad, no se puede bailar con una colocación elegante, tienes que romperte. Igual que te pasa en la vida, a veces, te sientes un príncipe, y otras te estás rompiendo".
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