Japón, año 1
La muerte de Hirohito reabre la polémica sobre el sistema de cronología anual
EL FIN DE UN EMPERADORRAMÓN VILARÓ, Las imágenes de archivo que reflejaban ayer las televisiones japonesas, en el histórico momento del cambio de titular en el trono del Crisantemo, contrastaban entre un joven vestido de militar pasando revista a sus tropas a caballo con las de otro veinteañero jugando al tenis bajo la mirada de una bella mujer plebeya, Michiko, que terminaría siendo su esposa y actual emperatriz.
Treinta años separaban a un Hirohito envuelto en el militarismo de Japón de los años veinte de su hijo Akihito, cuando en los años cincuenta comenzaba la recuperación de Japón bajo el signo de la paz. Con el nuevo emperador Akihito, de 55 años, debutó ayer para 122 millones de japoneses el gengo o nueva era, bautizado con el lema Heisei o de la paz y éxito. Empieza igualmente el año 1 para un Japón ultratecnologizado, aunque muchos medios políticos progresistas no ocultan sus deseos de que se aprovechara el relevo imperial para dar un paso más en la apertura y el internacionalismo de la que es ya una primera potencia económica en el mundo, adoptando definitivamente el calendario gregoriano, con el año 1989.El gengo, o lema con que se bautiza el inicio de un nuevo mandato imperial, forma parte de las tradiciones ancestrales niponas, así como la de contar los años a partir del inicio de cada mandato imperial. La era de Hirohito, el emperador que mayor tiempo se mantuvo en poder en la extensa dinastía japonesa, duró oficialmente 64 años. A partir de ayer, todos los calendarios, billetes y monedas, matasellos de correos, documentos oficiales, facturas y recibos o fechas de caducidad de productos alimenticios, incorporarán la nueva cronología. Pese a la explosión industrial del Japón actual, que inició el bisabuelo del nuevo emperador, el célebre Matsuhito, que con su era Meiji trazó los primeros cimientos de modernización de Japón a partir de 1867.
El gengo se procura que sea siempre limitado a no más de dos kanjis, o ideogramas, a fin de que sea fácil de escribir y recordar para la población. El gengo de la era Heisei tiene sus raíces en la vieja China y fue elegido por el Gobierno de entre varias propuestas presentadas por académicos y expertos en caligrafía japonesa y china.
Según explicó el portavoz del Gobierno, Keizo Obuchi, el nombre fue tomado de unas memorias históricas escritas en el siglo II por el chino Su Ma Chien y de unos escritos de Confucio. El primer ministro, Noboru Takeshita, declaró más tarde que la denominación hace referencia al logro de la paz tanto en la tierra como en el cielo, por lo que "es el más apropiado a una nueva era".
La polémica del 'gengo'
El sistema del gengo generó una fuerte polémica a mediados de 1979, cuando la izquierda nipona -socialistas y comunistas- intentaron sin éxito oponerse a que el partido mayoritario, el Liberal, aprobase, en junio de ese año, una nueva ley que autorizaba la continuidad de esta tradición. Los izquierdistas se apoyaban en la limitación de los poderes imperiales, producto de la derrota japonesa en la II Guerra Mundial, que fueron reducidos a una categoría de símbolos del Estado, bajo el control parlamentario.
Aunque el Gobierno deja total libertad para utilizar el calendario gregoriano, aplica el calendario imperial a los documentos oficiales, actitud con la que parece no estar de acuerdo la totalidad de los japoneses. Los periódicos, por ejemplo, utilizan el calendario japonés para referirse a asuntos internos, pero adoptan la numeración gregoriana para informaciones internacionales.
Posiblemente la polémica del gengo, que es objeto de deliberaciones en medios escolares, docentes y políticos, no afecta a muchos japoneses más allá del simbolismo que encierra. Una parte importante de la población siente estimulado su orgullo nacional con la mantención de estas tradiciones, que les permiten sentirse aún un pueblo elegido y en las cuales se basó el nacionalismo nipón de los años treinta.
Es muy posible también que el gengo tenga un significado menos vinculante para el nuevo emperador del que tuvo para sus predecesores. Sobre todo porque Akihito creció, se educó y se forjó en un Japón cuyas batallas y victorias son hoy meramente económicas y comerciales. Un Akihito que se educó en Oxford, que se atrevió a casarse con una plebeya y cristiana -en un país de tradición sintoista-, Michiko hija de un multimillonario proctor de salsas y harinas de soja, de la que se enamoró jugando al tenis.
Un nuevo emperador, en definitiva, que parece dispuesto a seguir tirando la cortina del Trono del Crisantemo a fin de hacerlo más transparente y menos apasionado. Las encuestas de opinión ya han advertido que para muchos japoneses, sobre todo los jóvenes, la institución monárquica les merece respeto, pero les suena cada vez más lejana.
El emperador Akihito ya no pasará revista a las tropas a caballo, en una sociedad donde son los robots los que prevalecen a la hora de pasar revista a las cadenas de montajes. Pero sí tendrá que. reinar en una nación cuya orientación política oficial pretende modernizar el potencial de unas fuerzas militares limitadas por la actual Constitución a ser fuerzas de autodefensa, política que no deja de crear inquietud entre algunos países vecinos del área Asia-Pacífico de Japón.
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