La casa verde
En el colegio-residencia El Valle viven 48 niños tutelados de 0 a 6 años. En el primero de los dos pisos del edificio, situado al final de la avenida de la Reina Victoria, hay una escuela infantil que los internados comparten con los chicos del barrio en un intento de facilitar la integración. En el piso superior están las distintas casas o secciones que comparten grupos de seis niños. Cada una tiene su habitación, baño y cuarto de estar independiente y un educador. Los colores de las paredes, cortinas, colchas, jaboneras y toallas diferencian e identifican las estancias. Hay casas azules, rojas o verdes.
En la casa verde, por ejemplo, viven dos parejas de hermanos y dos niñas. El mayor tiene cuatro años y el más pequeño acaba de cumplir uno. Todos tienen su pequeña o gran tragedia en sus expedientes. Una de la pareja de hermanos son hijos de toxicómanos cuya tutela podría pasar a los abuelos con alguna ayuda económica para su mantenimiento. Los niños sólo aciertan a comprender que sus padres están "malitos" y no pueden atenderles. Llevan un año en el centro.
Los padres de la otra pareja de hermanos habitan una casa sin condiciones. El padre no trabaja y la madre tiene problemas de salud. Sólo viven con sus hijos los fines de semana. Otro de los inquilinos de la casa verde es una niña de tres años que tiene a sus dos padres presos. Igual que el padre de su compañera, una niña de dos años cuya madre, además, desapareció.
Cada niño tiene asignada una cantidad de dinero para ropa, además de la propina semanal, más extras como salidas al cine o al Parque de Atracciones, especialmente para los niños que no tienen a nadie con quien pasar el fin de semana. Eso pasa con la mitad de los pequeños inquilinos.
Cuando por fin encuentren una familia y abandonan el centro se llevarán consigo tres cosas: un completo expediente médico y educativo, un álbum de fotos con sus mejores momentos en el centro y sus juguetes favoritos. Entonces la alegría y tristeza se confunden. "Para todos es un triunfo cuando el niño encuentra una familia", afirma Rosa Vázquez, directora de El Valle, "pero siempre queda la tristeza de ver marchar a un chaval al que has visto cómo empezaba a andar y a hablar. Incluso sus amiguitos se quedan a veces tan tristes que alguno hasta se niega a comer".
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