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Tribuna:EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO
Tribuna
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¿Hacia la paz en Palestina?

Emilio Menéndez del Valle

De los muchos que restan activos en el mundo, el conflicto israelo-palestino es simultáneamente el más antiguo, el más dramático y el de más dificil solución. Las características de las múltiples partes intervinientes (Estados árabes, superpotencias, comunidad judía norteamericana, amén de los directamente interesados) y las singularidades del mismo (un pueblo discriminado y perseguido por siglos que hace 40 años logra que la entonces comunidad internacional le proporcione un Estado donde asentarse y otro pueblo, todavía sin Estado, expulsado de la misma tierra común y en busca del retorno a ella o a parte de ella) han alimentado durante décadas la tragedia y el heroísmo, la razón y la sinrazón, el pretexto y la causa, la miseria y el horror.El enfrentamiento entre palestinos e israelíes ha sumido y sume a sus respectivos pueblos, a los del entorno inmediato y mediato (entre los que nos encontramos) y, por extensión, siempre que hay superpotencias directa o indirectamente implicadas, a todo el mundo, en una angustia permanente para cualquiera que sea mínimamente sensible. Pero el calvario a que están sometidos esos dos pueblos (obviamente y en las circunstancias históricas actuales, en especial el palestino) puede también llegar a producir por contagio la generalización del conflicto, con consecuencias graves de prever.

De ahí que, quizá ambientalmente influidos por la época navideña en que escribimos, haya que saludar con alborozo el recientemente conseguido acuerdo entre Estados Unidos y la OLP para sentarse juntos, cambiar impresiones y, quizá, negociar. Que se haya producido tal hecho es ya un hito fundamental para el desarrollo del conflicto porque, como es sabido, desde el nacimiento del mismo, EE UU se había negado tajantemente a reunirse en público con la "organización terrorista palestina", y a su vez ésta durante mucho tiempo consideró a Washington un "satán", aliado estratégico de Israel, al que había que combatir. No es el momento ahora de analizar en detalle las causas profundas por las que ambas partes han hecho respectivamente concesiones. Baste decir que la OLP, públicamente, ha pasado de "condenar" a "renunciar" al terrorismo y ha aceptado las resoluciones de las Naciones Unidas 242, 338 y, en especial, la 181 (que es la que legalmente en 1947 establecía en Palestina dos Estados, uno árabe-palestino y otro judío, solución entonces rechazada por los árabes). El 14 de diciembre pasado Arafat declaraba formalmente que apoyaba la resolución 181 "como fundamento de la independencia palestina".

Posiblemente el clima de mutuo entendimiento creado entre los gobiernos norteamericano y soviético ha influido en la decisíón de Washington de reconocer la tantas veces negada legitímidad de la OLP. No debe haber sido superfluo el creciente convencimiento de que una política exterior tan unilateralmente proisraelí acabaría dañando los intereses americanos en el mundo árabe. Así como el hecho de que la comunidad judía norteamericana -a la que pertenecen ilustres y sensatas personalidades- comienza a ver con preocupación la radicalización de posturas y el crecimiento de actitudes extremas en Israel.

En fin, está por comprobar si la naciente Administración Bush ha gravitado también, como podría parecer, en la decisión del presidente Reagan de abrirse a la OLP.

De cualquier manera, el paso está dado y, en mi opinión, lo írnportante ahora es saber cuáles van a ser las reacciones de las diversas partes implicadas en el conflicto.

Consideremos la reacción árabe y palestina, advirtiendo que escribimos a los pocos días de producido el primer encuentro en Túnez entre el embajador norteamericano y la delegación de la OLP. Se debe señalar de entrada que Yasir Arafat se ha jugado mucho en el envite porque, públicas o secretas, probablemente él hace mayores y más importantes concesiones que Washington.

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Compromiso 'de facto'

Decíamos que la nueva perspectiva modifica la naturaleza del conflicto porque aceptar la resolución 181 significa enmendar de hecho la Carta Nacional de la OLP, que afirma que su país es "indivisible" y que persigue la "eliminación del sionismo en Palestina". Arafat y su organización, con el nuevo enfoque, se comprometen de facto a negociar el establecimiento del Estado palestino teóricamente proclamado hace unas semanas en los actuales territorios árabes ocupados, aceptando que la otra parte de la Palestina histórica es ya otro Estado, el israelí, creado en 1947 por la ONU.

Ello supone renunciar a la posibilidad, obviamente utópica, de que centenares de miles de palestinos, que viven en condiciones precarias en los campamentos de refugiados instalados en países árabes vecinos a Palestina, retornen a sus hogares y propiedades perdidos en 1947. Este y algún otro son argumentos que no hacen mella en la mayoría de los gobiernos árabes (otra cosa será ocuparse del reasentamiento en el futuro Estado palestino de esos numerosos integrantes de la diáspora, social, económica y culturalmente de un nivel diferente al del millón de compatriotas que viven en Cisjordania y Gaza). Pero sí son extremos utilizables por una minoría.

Así, acaban de reunirse en Damasco tres o cuatro grupos minoritarios, disidentes de la OLP, con la intención, ya reiterada y hasta ahora vana, de sustituir a Arafat y "liberar Palestina por la fuerza armada". Está asimismo por ver el grado de desacuerdo que la decisión histórica del presidente de la OLP adquiere en el seno del propio Comité Ejecutivo -donde están representadas todas las tendencias- de la organización.

Más grave me parece por el momento la reacción de la clase dirigente israelí, que ha cerrado filas y constituido un Gobierno de unidad nacional entre conservadores y laboristas. Lo sígnificativo es que se produce símultáneamente un retroceso en la postura de apertura del líder laborista, Peres, quien, contradiciendo su actitud de estar dispuesto a dialogar con "cualquier palestino que renuncie al terrorismo", acaba de publicar un artículo en The New York Times (el día 22 de diciembre), obviamente dirigido a la Administración norteamericana y a la colectividad judía local, en el que, aparte de negarse a asumir el fundamental cambio protagonizado, con alto riesgo, por Arafat, propone un programa de acción irreal y sofista. Peres -que no concede a la OLP ni el beneficio de la duda ni la posibilidad de que ésta, como indica Estados Unidos, demuestre con los hechos lo que formalmente ha proclamado- se retrotrae a posiciones que han dejado ya de ser mantenidas por el más moderado de los Estados árabes directamente concernidos en el conflicto: Jordania.

Hay quien mantiene que en esta postura de Peres, que en el nuevo Gobierno de coalición deja la importante cartera de Exteriores por la no menos importante de Hacienda, incide la necesidad de revitalizar desde su nuevo puesto el movimiento sindical y cooperativista israelí, base del propio Partido Laborista. Pero hay también quien piensa en el síndrome Grossman. David Grossman, escritor israelí, autor de un best seller sobre el holocausto, en una conferencia sobre la nueva situación recién celebrada en la universidad de Bolonia, se ha expresado en los siguientes términos:

"Durante años y años habíamos esperado esas palabras, Y ahora que Arafat las ha pronunciado, reconociendo a Israel, sólo sabemos decir: no puede ser verdad, no es sincero. Esta es la trampa en que nos encontramos los israelíes. Nos aterrorizan los cambios, pero no nos espanta el cambio a peor, sólo aquellos que suponen una mejora, los que nos obligan a enfrentarnos con una situación nueva".

Grossman habla del miedo inherente a la sociedad israelí: "Es el miedo el que siempre nos ha proporcionado la fuerza para seguir adelante, pero también el que bloquea todo intento de comprender la realidad".

Éste es el tremendo desafio de la sociedad israelí de hoy. En la columna contigua a los alegatos de Peres, el propio The New York Times editorializa así: "Lo que resulta más preocupante es la falta de voluntad de los políticos israelíes de encarar el cambio de caracteres sísmicos que se ha producido".

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España en Italia.

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