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Tribuna:EL NACIONALISMO COMO PROYECTO
Tribuna
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Los vascos y su futuro

Los vascos en su conjunto y, de entre ellos, la mayoría nacionalista moderada tienen ante sí el reto de su propio futuro. La ruptura del PNV no ha sido un episodio más o menos importante de una pelea doméstica, sino uno de los síntomas finales de la crisis del propio nacionalismo como proyecto. El argumento autocomplaciente de que las opciones nacionalistas siguen incrementando su peso electoral de conjunto puede resultar un cálculo y una perspectiva catastrófica a medio plazo. Ha podido llegar el momento en que esconder la cabeza debajo del plumaje de los símbolos comunitarios apretando el botón del victimismo, de la xenofobia o la optimización de conflictos con Madrid sea pan para hoy y hambre para mañana.Los partidos están llamados a diseñar el futuro de una sociedad y a embarcar pedagógicamente a los ciudadanos en tal aventura colectiva, tanto como a canalizar los intereses inmediatos de sus clientes, ya sea desde el Gobierno o la oposición, y administrar las cosas públicas al nivel institucional que les corresponda. ¿Tiene el nacionalismo tal representación del futuro para los vascos o, por el contrario, sigue llenándose la boca de viejos símbolos y altisonantes conceptos sagrados para una Euskadi por construir?

Ni la aceptación o rechazo de la Constitución, ni la autodeterminación o la independencia, ni la fusión con Navarra, ni la valoración o el futuro del euskera, ni otras muchas reivindicaciones pueden seguir exhibiéndose como recursos retóricos a modo de estaca sagrada, cuando el que tenemos delante no nos hace caso, trata de arrollarnos o, simplemente, lo hace mejor que nosotros. ¿Para cuándo la revisión profunda de los contenidos políticos de tanta semántica? Los conceptos, símbolos y representaciones políticas se conjugan en pasado, presente y futuro, y, sobre todo, tienen su razón de ser en los ciudadanos que los sustentan.

Por otra parte, las representaciones sociales que tratan de dar existencia nacional a un colectivo, que tan sólo la tienen tendencialmente en su nivel voluntarístico o simbólico, habrán de requerir la racionalización modernizadora que les dé forma histórica, en términos de fines / medios, de metas finales y objetivos graduados en el tiempo. Tal dinámica permitirá que se invierta en la cultura política vasca el actual sobrepeso de la premoderna "ética de los principios" en favor de la también weberiana "ética de la responsabilidad".

Se puede pensar que o el nacionalismo tradicional y el moderado debaten abiertamente, sin complejos y a fondo sus ideas y sus proyectos de futuro, poniendo a punto y consensuando los ingredientes políticos básicos de la cultura nacional vasca, o ños las tendremos que ver con los componentes ultras y antidemocráticos que casi todos los movimientos nacionalistas tienen que soportar, especialmente cuando alimentan una subcultura de la violencia, de la insumisión y de la ausencia de valores.

Una 'guerra' ajena

Han pasado los tiempos de la instrumentalización de la violencia como forma de rentabilizarla políticamente por tirios y troyanos. La mayoría de los ciudadanos vascos ha convertido en evidencia social que del terrorismo sólo pueden esperar perjuicios, que no quieren ser salvados y representados por él y que la guerra de ETA no es su guerra.

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La pacificación y normalización de Euskadi pasan para la mayoría de la opinión pública vasca por la disuasión de los terroristas y la desmovilización de los violentos, pero esto no es conseguible sin una movilización y un rearme moral de la mayoría pacífica y democrática, encabezada, no por declaraciones retóricas de los políticos, aunque sean unánimes, sino por un proyecto político consensuado, primero por los nacionalistas y, después, por todos los partidos democráticos.

Las próximas elecciones autonómicas son un buen momento para ensayar y fraguar un escenario de futuro, administrado por la coalición plural del nacionalismo democrático, que tiene que afrontar la responsabilidad histórica de demostrar su capacidad para gestionar la paz entre los vascos, basada en un proyecto nacional caracterizado por la integración generosa del pluralismo de los vascos de ayer, de hoy y de mañana. Ya no se trata de gobernar por gobernar, porque, a estas alturas, hacerlo en falso puede que sólo sirva para engordar a costa del presupuesto o para dar satisfacción a egos frustrados.

De todas las encuestas de opinión últimas se deduce que los vascos no creen que la erradicación de la violencia sea cosa de "dos partes en guerra" (ETA y el Gobierno), sino de la habilidad de los políticos vascos para aglutinar, dar moral, movilizar y dirigir a la mayoría democrática hacia un cuadro normativo generoso y de amplio espectro, que nos permita reconciliarnos con nosotros mismos, sentirnos iguales políticamente y, sencillamente, respirar tranquilos, a pesar de la impugnación irredentista minoritaria, que, de esta forma, ya habremos conjurado.

Esto será lo que, finalmente, nos permita dedicar la mayor parte de las energías y el caudal creativo que nuestro pueblo atesora a levantar el país y ponerlo a la altura del siglo XXI del mundo occidental desarrollado, y no a seguir hundiéndolo en el tercermundismo cutre de la imaginación de un puñado de niñatos y revolucionarios de salón.

Francisco J. Llera es sociólogo, profesor titular de la universidad del País Vasco.

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