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Algunas claves del reaganismo

La persistente y tenaz visión eurocéntrica de Estados Unidos de Norteamérica no sólo dificulta la comprensión de su realidad, sino que trastoca la información hasta el límite de la falacia. En la conceptualización, con frecuencia se cosifica la incierta percepción. Hablar de una era Reagan como una etapa de la historia reciente de EE UU o de reaganismo como una moral política o unas políticas insufladas por el aún presidente de EE UU es también proyectar la intensidad y la importancia que en nuestra sociedad tiene el poder político, y sobre todo el poder político personal. Desde luego, también en EE UU se llama a los últimos ocho años de su historia era Reagan, y reaganismo a cierta política, pero más como una marca que como un producto.El producto es la sociedad norteamericana, la marca es Reagan.

Una de las características del poder en EE UU y en las sociedades democráticas es su distribución: hay un poder político, un poder económico, un poder sindical, un poder de los medios de comunicación, un poder de los distintos territorios, un poder de los distintos grupos de interés... En ese conjunto, el poder político personal del presidente es importante y fundamental, pero sometido al control de los poderes del Estado y los otros poderes de la sociedad. El contrato-programa político deberá ser la síntesis tanto de los intereses de la sociedad como de las políticas adecuadas para satisfacer estos intereses.

Desde la independencia, y quizá como un reflejo de su cultura puritana, burguesa y de colonia, los norteamericanos han tenido una tremenda prevención al poder político, y sobre todo al poder político personal. Este rasgo de la cultura política norteamericana se ha visto reforzado recientemente por el desprestigio del Estado como consecuencia del fiasco de Vietnam, del escándalo del Watergate y de la inseguridad ciudadana. Reagan, sin duda, ha mitigado este desprestigio y ha aumentado la confianza en el Gobierno, pero, aun con todo, el electorado ha disminuido paulatinamente el poder de los republicanos en las cámaras hasta que la mayoría es demócrata.

Desde la óptica de un análisis social, vamos a intentar exponer los hechos socioeconómicos de la sociedad norteamericana, de los que el reaganismo sería, más que su inmanencia, simplemente su marca.

La crisis política y moral de la segunda mitad de los sesenta, decantada en las rebeliones estudiantiles, no sólo significaba un rechazo a la política agresiva y a la guerra de Vietnam, sino sobre todo significaba un cuestionamiento del sistema establecido, lo que produjo una ruptura de la confianza de los jóvenes en la cultura norteamericana, en el sentido norteamericano de la vida, en el sueño americano. Esta rebelión se proyectó, más que en una ideología, en una moral y una estética, de las que siguen alimentándose. Este conflicto generacional supone, por parte de los sujetos más creativos, el rechazo a integrarse en el sistema económico y político establecido, lo que significa una, ruptura en el proceso de retroalimentación de las élites en las empresas y en los Gobiemos norteamericanos, con la consiguiente merma de capacidad innovadora de estas instituciones sociales.

Como consecuencia de este distanciamiento del sistema de algunos sujetos bien dotados para el cambio institucional, y concretamente de las estructuras burocráticas e hipertrofiadas de las grandes corporaciones, se produjo una crisis estructural en la economía norteamericana, que se vio agravada por las políticas intervencionistas y distribuidoras del Estado, así como por el incremento de los gastos en defensa y la crisis del petróleo.

La crisis económica global, consecuencia de todos estos hechos, pone en cuestión la eficacia de las grandes empresas en cuanto a su capacidad de adaptación a las exigencias del entorno y del futuro. El efecto producido es una reducción de su demanda de empleo en general, de profesionales y de su horizonte de logro. El resultado es que dejan de ser un destino para los jóvenes profesionales y trabajadores en general, lo que supone un aumento brutal del desempleo, pero también supone la emergencia de nuevos empresarios de un nuevo perfil: serán empresarios-profesionales, con su gran ánimo de logro, que pretenderán valer por su capacidad y no por la posición en el trabajo; serán jóvenes, hombres y mujeres muy motivados, con un fuerte individualismo, que encontrarán en esta vía el camino de la realización personal y económica.

A estos nuevos empresarios aburocráticos y creativos hay que añadir los que provienen de una formación técnica y que son consecuencia de la oportunidad que propician las nuevas tecnologías.

Todos estos nuevos actores empresariales crearán un nuevo tejido empresarial formado por innumerables pequeñas y medianas empresas versátiles y flexibles, que darán ocupación creciente a la mayoría de los jóvenes y desempleados, pero que para poder mantener su crecimiento y su generación de empleo y de riqueza necesitarán de un mercado más transparente y de una mayor capacidad de administrar sus recursos: necesitarán más competencia y pagar menos impuestos directos.

Simultáneamente a todo este proceso de renovación empresarial y económico, y teniendo como objetivo el renacimiento de los valores burgueses y capitalistas -tan norteamericanos, por otro lado-, una serie de fundaciones y de instituciones vinculadas al poder, como la Fundación Heritage, por ejemplo, empiezan a sembrar, a través de los medios de comunicación y a través de las instituciones del saber y del poder, las nuevas ideas, que no serán más que la recuperación de los principios del capitalismo y del mercado, del individualismo burgués y de la autoconflanza. Este movimiento ideático sentaría las bases teóricas de lo que se ha venido en llamar la revolución conservadora.

El éxito de estos nuevos empresarios, la expansión económica y el éxito de estas nuevasviejas ideas supusieron no sólo un nuevo dinamismo económico, sino también la neolegitimación del instrumento equilibrador de la sociedad norteamericana, la igualdad de oportunidades: un individuo con una buena educación, trabajador, inteligente, tenaz y ambicioso puede llegar a donde se proponga.

En este sentido, la movilidad vertical de la sociedad norteamericana se ha dinamizado vertiginosamente; la consecuencia lógica de este hecho es inmediata: la igualdad no se consigue mediante la protección y la distribución pública de las rentas, sino mediante el esfuerzo y el trabajo individual.

Todos estos hechos suponen que la sociedad civil estaba viva y dinámica bajo los Gobiernos de Ford y Carter, y además esta sociedad civil estaba cuestionando en su realidad y en sus creencias las políticas inerciales de los últimos Gobiernos, que apenas y muy tibiamente intentaban ir cambiando el rumbo.

Cuando Ronald Reagan, ex gobernador reelegido del Estado de California, el territorio más rico, dinámico y permisivo de la Unión, y posiblemente del planeta, es elegido candidato a la presidencia de Estados Unidos, lo que hace no es proponer a la sociedad norteamericana sus ideas personales y de su partido, sino, sencillamente, recoger en su programa las creencias e intereses de la cultura económica estadounidense y reflejarlas en las nuevas políticas que la sociedad necesita para su pleno dinamismo.

No es Reagan el que configura la sociedad norteamericana, sino que es el presidente Reagan quien ha aprendido en California y quien es sensible a esa nueva dinámica social, aplicando unas políticas basadas en la idea de mercado y en la idea de competencia, tanto en el interior como en el comercio internacional.

Por supuesto, el rigor del mercado ha producido efectos no deseados en la economía y en la sociedad norteamericana: incremento de algunas bolsas de pobreza, déficit comercial..., pero sin duda alguna, también ha supuesto un saneamiento de su estructura social y empresarial, una recuperación de la confianza en su economía, en los valores capitalistas tradicionales, es decir, en su cultura económica. Pero lo que quizá sea más importante desde una perspectiva de futuro es que esta reestructuración económica de la sociedad norteamericana abre las puertas de esta sociedad a la era posindustrial, no sólo por el saneamiento y la reestructuración económica de sus sectores tradicionales modernizados por las nuevas tecnologías, sino sobre todo por las nuevas actividades basadas en las nuevas tecnologías y en los nuevos servicios.

Cuando la innovación incesante y la competencia son las bases de un sistema socioeconómico, y la crítica social con humor y lucidez, como la de Tom Wolfe, la confianza y el optimismo parecen actitudes más lógicas que el pesimismo. Esta satisfacción, esta seguridad, esta confianza y esta vigencia de las viejas-nuevas ideas renacidas del capitalismo y del éxito económico de la última década son, sin duda, las que han asegurado la continuidad en Bush y no el continuismo del reaganismo.

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