Una 'Mutisia' en Cádiz
Ante todo, según la regla del cicerone Stendhal, los detalles exactos. En este caso, los tocantes a la planta que Linneo bautizó con ese nombre, Mutisia, género del cual hay no menos de 11 especies diferentes. Copiaré los términos con que el príncipe de los botánicos describe una de ellas, la Mutisia clematis, primera en lograr carta de ciudadanía en los reinos de la ciencia botánica:"La llamaré Mutisia. Jamás he visto una planta más rara: su yerba es de clemátide; su flor, de singenesia. En este orden natural, ¿quién había oído hablar de una flor compuesta con tallo trepador, zarcilloso, pinnado?". Y tras los detalles exactos, las ineludibles interrogaciones: ¿por qué a Linneo se le ocurrió llamar Mutisia a tal género botánico?; ¿a quién comunicaba, desde su escandinava Upsala, esa sucinta descripción de la planta?, y, por fin, ¿qué tiene que ver todo esto con el hecho de que un ejemplar de la Mutisia clematis haya venido de Colombia a Cádiz?
El día 6 de junio de 1773, José Celestino Mutis escribía en Santa Fe de Bogotá al lejano y venerado maestro europeo; su amigo Clemente Ruiz Pabón, que desde Nueva Granada se disponía a viajar hacia Suecia, pondría la carta en manos del destinatario. Con ella le enviaba Mutis -lo diré con Linneo, en su oportuna respuesta- "una riqueza tal de plantas raras y aves que me he quedado completamente estupefacto. En los últimos ocho días he examinado, al derecho y al revés, de día y de noche, todas estas cosas, y he saltado de alegría cuando aparecían plantas nuevas, nunca vistas por mí". Una de ellas, la que desde entonces lleva el nombre de Mutisia, en honor de quien en tierra neogranadina, colombiana luego, la había descubierto. No merecía menos el botánico Mutis, cuyo "nombre inmortal ningún tiempo podrá borrar", según palabras del propio Linneo en la respuesta de que estoy hablando.
Cuando entre nosotros tanto se habla de Carlos III y de nuestra modesta pero estimable y prometedora contribución a las luces dieciochescas, ¿cuántos son los españoles en quienes se cumple la predicción linneana y saben algo acerca de ese José Celestino Mutis, súbdito de Carlos III en el reino de Nueva Granada, que con tanto acierto exploró la flora de aquellos pagos? ¿Y por qué la ocurrencia de traer a Cádiz, para ver si en nuestra tierra prende, un ejemplar de la planta que perpetúa su nombre?
De nuevo se impone la necesidad de consignar varios detalles exactos. José Celestino Mutis nació en Cádiz, estudió Medicina en su ciudad natal y en Sevilla, buscó en Madrid y en vano un porvenir adecuado a su talento, y al fin, joven aún, pudo encontrarlo en Nueva Granada como médico de virreyes, reformador de los estudios médicos, sacerdote de vocación tardía, botánico eminente y educador de la juventud neogranadina. Si se me pusiese en el trance de mencionar los españoles que, como hombres de ciencia, más y mejor parte tuvieron en la cultura de nuestro siglo XVIII, ésta sería mi propuesta: los hermanos Elhuyar, Andrés del Río, Mutis, Jorge Juan y Antonio de Ulloa; todos ellos, no por azar, españoles de España y América, y todos, unos más, otros menos, dignos de figurar en la historia universal de sus respectivas disciplinas. Se pregunta uno: sin el fracaso de nuestra incipiente Ilustración y sin la serie de guerras civiles que trajo consigo la Guerra de la Independencia ¿hubiesen logrado España e Hispanoamérica en el siglo XIX un nivel intelectual y científico equiparable al de los países occidentales de Europa?
Como enriquecedor del saber botánico, Mutis mereció la estimación de que esos y otros elogios de Linneo -a los que habían de seguir los de Alejandro von Humboldt- son elocuente testimonio. Como médico estableció planes de estudios más modernos y científicos que los vigentes en la metrópoli. Como sacerdote, tanto intelectual como políticamente, fue todo lo progresista que un sacerdote católico podía ser en la segunda mitad del siglo XVIII. Como educador metió en las almas de varias generaciones de jóvenes americanos amor a la ciencia, amplitud de mente y espíritu de libertad; luchadores por la independencia de la futura Colombia fueron no pocos de ellos. Como biólogo investigador, no sólo como taxonomista de nuevas especies botánicas, con los recursos a su alcance trató de ponerse en el nivel de lo que entonces hacían los sabios de Europa. Para un español actual, ¡qué delicada emoción leer con mente histórica los protocolos de los minuciosos experimentos con que Mutis confirmába los hallazgos de Galvani, el descubridor de la electricidad animal, muy poco después de que fuesen publicados en Italia!
En el pasado mes de agosto, Consuelo Larrucea de Tovar, secretaria de la Asociación de Amigos de José Celestino Mutis, logró que la ciudad de Cádiz colocase una lápida conmemorativa en la casa donde el insigne botánico había vivido, cuando seguía los cursos del Real Colegio de Cirugía, tan eficaz en la empresa de modernizar la medicina española, y que desde Colombia fuese enviado a España un ejemplar de Mutisia apto para ser replantado. Ojalá haya florecido en tierra española este mensaje vegetal del Mutis que tanto hizo por América.
Mutis murió en 1808, cuando la empresa de la Ilustración española, decadente desde la muerte de Carlos III, pronto iba a extinguirse por completo. Malo, muy malo fue para nuestra ciencia el tránsito del siglo XVIII al XIX. Con Cajal, Bolívar, Menéndez Pelayo, Torres Quevedo, Menéndez Pidal y Asín Palacios, bastante mejor iba a ser, después de tantos años de miseria científica, el orto del siglo XX. Al cabo de la racha de homenajes y conmemoraciones a que estamos asistiendo, ¿qué legaremos los españoles actuales a los del siglo XXI? Sería buena cosa que todos nos hiciésemos esta pregunta.
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