Enfriar la economía
LA ESCALADA, lenta pero inexorable, de los tipos de interés indica que las autoridades monetarias pretenden desacelerar el crecimiento económico mediante un endurecimiento progresivo de la política monetaria. La tesis del Banco de España, aparentemente no compartida por algunos sectores de la Administración económica, consiste en afirmar que la coyuntura española atraviesa una fase de rápido crecimiento que de prolongarse pondría en entredicho los principales equilibrios macroeconómicos.Se trata de una tesis importante sin duda, pero hasta ahora insuficientemente debatida. Inmediatamente después del verano, la proposición más difundida era que la economía había entrado en una fase de desaceleración en los meses centrales del año, que podría prolongarse en el otoño. Se pensaba entonces que el crecimiento económico en el presente año se situaría alrededor del 4,5%. En el tiempo transcurrido desde entonces, los datos dispersos que han ido apareciendo parecen indicar que la desaceleración de mediados de año no se ha prolongado más allá del verano. Más bien al contrario, lo que parece haberse producido es una nueva aceleración de la actividad, de tal manera que el crecimiento económico podría situarse, para el conjunto de 1988, en torno al 5,2%, una de las tasas más elevadas de los países industrializados.
La dificultad esencial que ahora se plantea es la de conocer si este mayor ritmo de la actividad económica es o no sostenible. El principal argumento en contra consiste en la súbita aceleración de los precios. Sin embargo, un análisis detallado de lo sucedido muestra que los responsables del aumento han sido los precios de los productos alimenticios, mientras que el resto de los precios apenas si ha modificado su tendencia subyacente, situada en tomo al 5,5% desde hace ya muchos meses. Es posible que la preocupación que manifiestan las autoridades monetarias se refiera no tanto al pasado como a los riesgos de una aceleración de los precios en el futuro, pero esta preocupación no ha sido explicitada hasta ahora.
El otro desequilibrio potencial se refiere a la balanza de pagos. Este año registraremos un déficit en la balanza por cuenta corriente del orden de unos 3.000 millones de dólares, fácilmente financiable si se tiene en cuenta que sólo las entradas netas de capital a largo plazo equivalen más o menos a esta cifra. Para el año próximo, las previsiones oficiales, extremadamente escuetas, apuntan a un déficit de unos 8.000 millones de dólares. Esta cifra comenzaría a ser inquietante, pero otras previsiones la reducen hasta 5.000 millones, lo cual entraría en el dominio de lo controlable. Sea como fuere, la discusión sobre estos puntos, es decir, sobre las perspectivas de la inflación para el año que viene y la magnitud del desequilibrio exterior, apenas si ha existido, por lo que las medidas de política económica parecen obedecer más a las opiniones que anidan en el corazón del príncipe que a un análisis racional de las alternativas disponibles.
Es posible que la actual situación sociolaboral inhiba el análisis técnico y la discusión pública de estos problemas, tanto más cuanto que si los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año son, como parecen, expansionistas, no tiene sentido alguno intentar anular sus efectos mediante una política monetaria restrictiva. La combinación de una política monetaria restrictiva y una política presupuestaria expansiva es la que ha llevado a la economía norteamericana a la dificil situación en que se encuentra. Es cierto que cuando se elaboró el presupuesto la idea preponderante era que la economía estaba desacelerándose; ahora, si se establece la hipótesis contraria, lo lógico sería reducir su carácter expansivo antes de endurecer la política monetaria. El clima de tensión política de estos días dificulta, sin duda, la discusión serena de estos problemas, pero a largo plazo es aún peor ignorarlos. He aquí una de las primeras tareas para el día después.
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