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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El tráfico

El pasado día 30 de octubre, en un reportaje sobre el caos automovilístico que asola Madrid, como a tantos otros lugares, se podía leer en este periódico acerca del "nerviosismo, angustia, desaliento, impotencia, desánimo, odio, desazón, aburrimiento, indignación..." que sufre el millón largo de conductores de coches en esta ciudad; olvidando condescendientemente que esas víctimas del automóvil son también verdugos que envenenan, molestan y agreden a ciudadanos y afean y atrancan las calles, haciendo de la ciudad no un lugar de encuentro, sino de choque; no un lugar de convivencia, sino un desagradable y humeante basurero de chatarra del que huir en cuanto se pueda. (Otra cosa es que la mayoría intente huir precisamente en coche, consiguiendo en un alto porcentaje huir para siempre.)Uno no sabe si reír o llorar (escribo esta carta en la intimidad de mi hogar, entre bocinazos), al asistir al desconcierto de unos y otros respecto a cuál pueda ser la solución al tráfico de automóviles por Madrid. Que no se hagan los simples: con coche particular no hay ninguna solución. No cabe en la ciudad cualquier número de coches sin grave daño a terceros. Sobran ya casi todos, y como no hay paleto que vaya a renunciar al suyo, no se vaya a aprovechar el vecino, conviene ir pensando en alguna alternativa. Por ejemplo, ¿por qué no se vuelven a instalar los tranvías que la surrúsión a la gasolina desalojó de las calles? No lo digo por nada especial, únicamente porque son más limpios, más baratos, más silenciosos, en definitiva, más útiles. Y al decir más está claro que me quedo corto: son muchísimo más. No contaminan, no ensordecen, no enervan, no aburren, y cuando entra en él un ciudadano, viaja en él un ciudadano, no un energúmeno como ocurre mayoritariainente con el automóvil.

Suprimir el coche particular en la ciudad, además de airearla, embellecerla y hacerla más agradable, más vivible, crearía al principio un pequeño trauma a los paletos de pronto desprovistos de su aparato y arrojados así de golpe a un tiempo libre y a una libertad de movimientos que el coche les impedía, así como al roce con sus convecinos y convecinas; pero, ¿qué se le va a hacer? El progreso trae consigo estas pequeñas molestias y hay que confiar en la capacidad de la gente: si se han adaptado al automóvil y a la tele en casa, más fácil será que se adapten a la vida civilizada. Digo yo.-

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