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Tribuna:UN AÑO DE 'INTIFADA'
Tribuna
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La esperanza, más fuerte que la represión

Los palestinos, 12 meses después del estallido de la intifada (levantamiento), siguen estando ocupados, pero los israelíes no se sienten más dueños de la situación, constantemente a la defensiva, tanto ante los palestinos en rebelión permanente como en el plano internacional. Israel, de hecho, ya ha perdido los territorios ocupados, pero sus dirigentes no lo saben aún.En el plano interno, las perspectivas no son más esperanzadoras. Crisis económica, paro en alza, quiebras en serie. A todo esto hay que agregar el embrollo poselectoral, que prolonga el interregno de un Gobierno de transición, profundamente dividido sobre todas las principales opciones políticas.

Indignados por el chantaje de los partidos religiosos ortodoxos -cuyas exigencias y, más aún, objetivos a largo plazo parecen conducir directamente hacia los guetos del Medievo, en los que lavida judía estaba sometida, sin apelación, a los ucases de los rabinos-, los israelíes se sienten atrapados y se preguntan, con angustia, qué les reserva el porvenir.

Al mismo tiempo, los palestinos de los territorios ocupados están extrañamente serenos. Seguros de sí mismos, confiados en su destino. "Salgo de la prisión por segunda vez", nos dice, sin emoción aparente, M. Kawassmeh, de 65 años, propietario de un hotel en Hebrón (en la Cisjordania ocupada). "Mis dos hijos", agrega, "han probado la prisión. Mañana, tal vez seamos nuevamente detenidos por los israelíes bajo un pretexto u otro, pero yo siento, yo sé que en el presente no somos nosotros, sino los israelíes, quienes han perdido la batalla".

Hermano mayor de Fahad Kawassmeh, alcalde de Hebrón, que fue expulsado por las autoridades israelíes y, poco después, asesinado en Amman, nuestro interlocutor -la cabeza gris, los ojos risueños- habla de su hermano muerto, de sus experiencias en la prisión, sin rabia, sin apiadarse de sí mismo ni de los suyos.

Un joven profesor barbudo, que enseña Ciencias Políticas en la universidad de Al Najah, en Nablús, nos reúne en este restaurante de Jerusalén este, en la parte árabe de la ciudad. "Vengo de dar mi curso", se excusa por su demora. ¿Un curso? Si las universidades palestinas están cerradas, por orden de las autoridades militares, desde hace muchos meses.... "Hemos aprendido a arreglárnoslas", asegura. Enseña en una... mezquita. "Cuando los soldados israelíes llegan, los estudiantes guardan sus notas y sacan sus libros de culto. Es enojoso, pero nos aguantamos", concluye el joven profesor mordisqueando la pita (pan árabe).

La represión, omnipresente

Cuando se recorre esos días Cisjordania y Gaza se aprecia un reforzamiento considerable de las patrullas israelíes, de la presencia militar. La represión es inmediata tras la más mínima provocación palestina. No necesariamente más brutal que antes, pero omnipresente. Sin embargo, impresiona la elevada moral de los palestinos por su ecuanimidad y su fuerza tranquila.

La reciente proclamación del Estado palestino en la reunión de Argel ha inflamado, por supuesto, los espíritus, aumentado el valor, alimentado la esperanza, pero esto no lo explica todo. Hay también, y probablemente por encima de todo, la profunda satisfacción de ver que la intifada no ha podido ser aplastada por los israelíes pese a las balas, las granadas lacrimógenas, los huesos rotos, pese a las detenciones sin juicio, las expulsiones y la voladura de viviendas. No importa, la intifada continúa, las huelgas generales se suceden, la lucha contra el ocupante persiste.

"La jornada de hoy ha sido tranquila", explica un médico de Gaza. "Sólo" un joven de 17 años ha muerto y otros cuatro han resultado heridos, de los cuales uno muy grave. Un niño de nueve años gime y se retuerce de dolor sobre una cama del hospital. Pocas horas antes, un soldado le ha roto la muñeca. Una historia trivial: una patrulla, algunas pedradas, una corta persecución, un soldado enloquecido al ver desvanecerse a su compañero sangrando por la frente a causa de una pedrada, persigue a los jóvenes palestinos que se escapan como liebres y desaparecen por las callejuelas de Gaza. El soldado corre, corre y encuentra finalmente a este niño bajo el dintel de la puerta de su casa. ¿Culpable? ¿Inocente? Poco importa, todos son iguales. Y le atiza un golpe de porra seco sobre su mano.

Un profesor de inglés de una escuela palestina de Gaza. Está en paro desde hace 40 días, ya que su escuela ha sido cerrada por orden de las autoridades militares. Tiene 35 años, está casado y con tres hijos. "A los israelíes les gustaría que los palestinos fueran todos analfabetos, es mucho más difícil controlar a gente educada", explica, acariciando el cabello rubio de su hijo de ocho años. Su casa se halla muy cerca del campo de Ansar, junto a la playa, donde están detenidos centenares de palestinos.

La noche anterior alguien llamó a la puerta de su casa. Al abrir apareció la cara hinchada de un joven de 16 años en la que destacaba un ojo tumefacto totalmente cerrado. El visitante jadeaba y temblaba. La mujer del profesor le lavó y le curó las heridas. Había sido detenido por los soldados y apaleado dentro de la furgoneta en el trayecto haste el campo de Ansar. Cuando llegó, el médico militar, furioso al ver el estado en que se encontraba el joven, se negó a ocuparse de él y consiguió que fuera liberado.

Fuera del campo llamó a la primera puerta que encontró. Ahora quiere volver a su casa. El profesor de inglés le acompaña fuera. No anda más que unos pasos y es interceptado por un jeep militar. "¿Papeles?" El joven saca un sobre de plástico donde guardaba su tarjeta de identidad. Está vacío. El sargento del campo olvidó (¿conscientemente o por casualidad?) devolverle sus documentos. "Mentiroso, al campo", chilla el soldado. Otro militar, de más edad, entre 40 y 45 años, le escribe un documento en hebreo y le dice: "Pon esto en tu sobre de plástico y ve a tu casa. Cuando te encuentres mejor, vé al campo a buscar tu carné de identidad".

"¿Por qué me explica usted eso?", le preguntamos al profesor palestino. "Porque los israelíes también son padres, porque es la verdad". Más tarde el profesor de inglés'explica las razones por las que es optimista, no sólo por las resoluciones de Argel.

"Ahora conozco mejor a los israelíes", dice. "En 1967, cuando ocuparon Gaza, yo tenía el corazón lleno de odio y sólo pensaba una cosa: muerte a los sionistas. Hoy yo sé que los israelíes no son diferentes de nosotros. Les gusta el comercio, como a nosotros; adoran a sus niños, como nostros...". Y añade con un suspiro: "Yo sé que los palestinos tenemos que pasar aún por muchos sufrimientos, pero también sé que nos acercamos al final: en un año, dentro de dos, tres años, tendremos nuestro Estado y la paz con Israel".

Fuera, por encima de los tejados de Gaza, el humo negro de los neumáticos incendiados sube hacia el cielo.

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