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El equilibrio deseable

El cuadrado es, para la escuela alemana de la Gestalt, la representación del equilibrio. Esta característica que, en principio, todos deseamos tener, está acompañada, sin embargo, por la menos aconsejable de la inmovilidad. El cuadrado es una figura adulta, asentada y, también, algo esclerotizada.Su antítesis es el triángulo, otra de las figuras geométricas cargadas de valor simbólico para esta escuela. El triángulo comunica, en oposición a la anterior, movimiento, inquietud, avance, ascensión..., pero también inestabilidad y duda. El triángulo es una figura fácilmente identificable con la juventud.

Cuando el Consejo de la Juventud de España se constituyó, hace ya cuatro años, eligió un par de triángulos como emblema. Desde aquel momento, la trayectoria del consejo se ha caracterizado por perseguir el equilibrio sin caer en la inmovilidad. Los últimos acontecimientos sociolaborales están poniendo a prueba esta alquimia.

Para aquel que no lo conozca, diré que el Consejo de la Juventud de España es una delicada y singular simbiosis de elementos diferentes -74 asociaciones juveniles y consejos de juventud de comunidades autónomas- que son representantes de buena parte de las corrientes ideológicas, sociales, religiosas y culturales de nuestras ciudades y pueblos.

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Para el profano -y posiblemente para el que no lo es-, esta amalgama será sospechosa de inutilidad, porque ¿cómo pensar que individuos de extracciones tan diferentes como los que confluyen en el consejo puedan no ya convivir armónicamente, sino llevar a buen puerto cualquier iniciativa? Los cuatro años de historia han demostrado que sí es posible, siempre y cuando se respete una sola condición: que se procure no quebrar el delicado equilibrio que nos mantiene.

En 1984, una veintena de asociaciones juveniles convínieron en la necesidad y en la conveniencia de aunar fuerzas e intentar que el joven ciudadano dejara de ser el último mono de una jaula hecha a medida de y dirigida por los adultos.

El envite era -sigue siéndolo- un órdago a la grande. Se trataba de crear una plataforma de diálogo plural, estable, capaz de elevar a los responsables de la política las iniciativas de los jóvenes en los asuntos de jóvenes. El método era tomar lo bueno de cada una de las posiciones y hacer un todo mejor.

Durante cuatro años, el consejo, apoyado en el convencimiento pleno de la bondad del sistema asociativo, ha perseguido la elaboración de una política seria e integral de juventud, ha aumentado su presencia en todos los terrenos sociales, y ha intentado, con mayor o menor éxito, ser fiel a aquella idea primitiva de utilidad para los jóvenes. Si en algunas de estas ambiciones ha tenido éxito, hay que agradecérselo a la unidad interna que ha mantenido, y a su sistema, de toma de decisiones que ha sabido explotar las diferencias; sin que éstas hayan supuesto el quebrantamiento del consenso inicial.

Gracias a esta estrategia de cooperación, el consejo ha visto cómo se arnpliaba este patrimonio con la incorporación de nuevas asociaciones juveniles -hasta llegar a las 74 actuales, que suman algo más de un millón de jóvenes asociados-, explorando y, cimentando cauces de participación con casi todos los actores sociales -administraciones, sindicatos, instituciones públicas, etcétera- insospechados hace varios años, y, sobre todo, ofreciendo un foro de participación y diálogo para losjóvenes.

La polémica que ha creado la decisión del Gobierno de poner en marcha el llamado Plan de Empleo Juvenil es la mejor prueba de esto último. El Consejo de la Juventud de España se ha visto arrastrado, muy a pesar suyo, a la palestra donde tirios y troyanos se dan de bofetadas en contra del citado plan. El consejo y los medios de comunicación no son ajenos a este juego de tira y afloja- para que se alinee rotundamente en uno u otro bando.

Desde el principio del debate sobre el empleo juvenil -debate que el consejo ha reclamado siempre ante la indiferencia de la mayoría de los que ahora se lanzan a la arena-, cuyo tono se ha ido elevando por los empujones que se propinan los contendientes, el consejo ha intentado mantener una postura neutral -¡ojo!, neutral sí, mas no absentista ni homérica, porque el consejo no está por encima de estos problemas, más bien está en el epicentro de los mismos-, sin ceder terreno ante las llamadas de uno y otro.

En todo juego en el que participan dos fuerzas distintas y contrarias, el centro sufre ligeras modificaciones, que son utilizadas, en cada momento, por el bando beneficiario para ostentar una victoria temporal ante el contrario. En este juego, el consejo ha debido mantener su postura de equilibrio para evitar que esas fuerzas exteriores le despedacen.

La falta de un pronunciamiento categórico -o sí, o no- del consejo no debe entenderse como la ausencia de ideas propías. Al consejo no le han dolido prendas a la hora de felicitar al Gobierno porque de una vez por todas se aborda el problema del paro juvenil con medidas de choque, o de agradecer a la FEMP el cercano compromiso de potenciar la creación de empleo juvenil a partir de los municipios -por cierto, que ésta es una de las propuestas que se hallan recogidas en un documento nuestro del que hablaremos más tarde-, pero tampoco se muerde la lengua y manifiesta su temor de que la falta de control de la puesta en marcha de la medida propuesta por el PSOE devenga en un drástico empeoramiento de las condiciones laborales de los jóvenes, como tampoco dejamos de demostrar nuestra desconfianza ante una medida aislada que no se inserta en un plan global, y tampoco nos permitimos olvidar a ese otro colectivo de jóvenes -de entre 24 y 30 años-, amplísimo colectivo, al que el polémico plan margina.

El Consejo de la Juventud de España es uno de los actores sociales que más y mejor puede decir en este asunto, y ya se ha manifestado, aunque haya gente a quien le cueste creérselo ante la ausencia de una respuesta maniquea reclamada por unos y otros.

La respuesta del consejo tomó forma hace ya varias semanas en un documento, elaborado por su comisión especializada de empleo, que recoge los ejes básicos que, a su juicio -a juicio de 74 asociaciones juveniles de diferente cuño-, debe contener cualquier plan integral de promoción e inserción laboral de los jóvenes. Estos puntos son, en pocas líneas: una formación adecuada, que no esté divorciada de la oferta del mercado de trabajo; el desarrollo de la economía social y de la autoocupación, poniendo especial énfasis en la importancia que las administraciones autonómicas y locales deben tener en cualquier plan de empleo juvenil; fórmulas de contratación que no precaricen el mercado de trabajo, y, por fin, la ampliación de los derechos de los jóvenes en el mundo laboral.

El documento, al que hemos bautizado como Bases para una política de empleo juvenil, está en poder de todo aquel interlocutor que ha demostrado interés por él, o a los que hemos considerado conveniente mantener informados -sindicatos, patronal, Gobierno, grupos parlamentarios-, y puede ser el punto de encuentro de una reflexión conjunta de todos los agentes sociales. Cabe decir también que este documento ha sido hecho suyo por algunas organizaciones empeñadas en este pulso, que, en ocasiones, se me antoja a dos bandas. Es gratificante comprobar que asociaciones distintas hacen causa común y que utilizan una iniciativa del consejo porque ello implica el reconocimiento de su validez; como gratificante es ver que las organizaciones miembros del consejo ejercen su derecho inquebrantable a expresar y mantener en público su propia opinión sobre cualquier tema; ahora bien, han de saber que no pueden conferirse la autorización de instrumentalizar el consejo para llevarse el gato al agua de su provecho.

En un plazo de pocos días, el Consejo de la Juventud de España se sumergirá en su sexta asamblea general. Una asamblea que sumará, a las inevitables diferencias que ha generado la escalada de tonos en la discusión del Plan de Empleo Juvenil, la elección de una nueva comisión directiva. Mentiría si ocultara que el futuro de nuestro consejo, próximo a su mayoría de edad, es difícil, y que ello exige actuar con tranquilidad y tino. De no hacerlo así, corremos el riesgo de helar el corazón del joven españolito asociado. No creo obrar desacertadamente si digo que todas las asociaciones del consejo no quieren partirlo en dos o en tres trozos.

Alguien podrá acusarnos de mastodontismo porque nuestro sistema de toma de decisiones es lento y poco ágil. A ese alguien le diría que, si bien es así, también es la garantía de acuerdos mayoritarios y, sobre todo, que el consejo es un ágora donde se construye y no un circo romano donde se azuzan los leones.

Durante cuatro años, este sistema ha funcionado con una eficacia que no podemos tirar por la borda.

Estrella Rodríguez Pardo es presidenta del Consejo de la Juventud de España.

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