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Sofía Loren, 'napolitana ilustre'

La actriz rueda en Yugoslavia una nueva versión de 'La Ciociara' para la RAI

Juan Arias

Nápoles adora los ídolos. Les perdona todo, como una madre. Y sus mitos, incluso adoptados, como Maradona, acaban siendo napolitanos. La noche del sábado pasado, bajo una lluvia torrencial muy poco napolitana, la ciudad se volcó en el auditorio de la RAI-TV para ver, aplaudir y, si era posible, tocar a su ídolo: Sofia Loren, la más napolitana de los napolitanos, aunque hay quien duda de que haya nacido en Nápoles. Pero es lo mismo. Ella es la diosa sin altar de todos los napolitanos, como Maradona es su rey sin corona.

De hecho, a Sofía la apellidan siempre la divina. La famosa y ubérrima actriz, tras sus desavenencias con Hacienda, que la llevaron hace años incluso a la cárcel, donde fue recibida por los presos napolitanos con flores y música, como una reina que visita la cárcel, vive prácticamente en París. Y en este momento está rodando para la RAI, en Yugoslavia, una repetición de la obra que la hizo famosa en sus años verdes: La Ciociara (Dos mujeres) de la novela de Moravia.De Yugoslavia, la actriz llegó el sábado a Nápoles en puntillas, de noche, para recibir la primera edición del famoso Premio Nápoles, que desde hace 35 años se concede a novelistas y ensayistas, y que por vez primera este año ha empezado a premiar también a personajes napolitanos ilustres que han honrado en el mundo el nombre de la ciudad.

Y lógicamente, la primera edición de dicho premio no podía recaer sobre la hija más ilustre de Nápoles: la Loren, la divina Sofía.

El teatro, con un aforo de 500 localidades, crujía de lleno que estaba. Tuvieron que cerrar las puertas y defenderlas con policía. Y cuando Sofía apareció al son de música napolitanísima, enfundado su cuerpo, como en un guante, en su vestido color violeta, hasta los pies, con las torres de sus pechos bien altas, entre amenazadoras y tentadoras, el público estalló en un grito. La actriz, emocionada, tuvo que leer las palabras de agradecimiento que había preparado, y por acercarse más al público casi resbala y se cae. Y el público esta vez suspiró hondo, con un escalofrío. Una sonrisa suya elegante y rapidísima y otra catarata de aplausos.

El 'pescatorino' de plata _

Allí estaba representado todo Nápoles. En primera fila, las autoridades civiles y militares. Al entregarle el premio, una escultura de plata del pescatorino de Gerruto, el célebre escultor napolitano, el alcalde de Nápoles le pidió a la diosa, con ostensible temblor de adolescente, si podía darle un beso.

Sofía ofuscó con su presencia todo el resto de la ceremonia de un premio antiguo y consolidado que este año vio premiado al narrador siciliano Sergio Campailla por su obra El paraíso terrenal, y a los periodistas Arrigo Levi, ex director de La Stampa, de Turín; Barbeelini Amidei, director de Il Tempo, de Roma, y Bruno Gatta, ex director de la RAI-TV de Nápoles e historiador, por "el empeño ético" puesto por ellos en el ejercicio de la profesión.

Hasta el punto que los organizadores del Premio Nápoli, los periodistas Antonio Ghirelli, ex portavoz de Sandro Pertini y actual director de Lavanti, y Saverio Barbati, ex presidente del Ordine Nazionale de periodistas italianos, ambos napolitanos, se vieron constreñidos a pedir perdón en público a los premiados cultos por el desbordamiento del público hacia la diosa, que había acaparado atención, entusiasmo y aplausos, relegando en segundo lugar a escritores y periodistas.

Acabada la ceremonia, retransmitida nacionalmente por el Canal 3 de televisión de la RAI, se les concedió, como un regalo de los dioses, a un pequeño grupo de periodistas italianos y extranjeros, el privilegio de encontrarse con la actriz, a puerta cerrada, en una salita del hotel Vesubio. Y la mujer que un día saliera de Nápoles pobre e inculta, casi analfabeta, esta vez respondía con desparpajo en perfecto francés e inglés a las provocaciones bondadosas de los enviados.

Se insistió mucho en saber por qué había decidido repetir la experiencia de La Ciociara.

"Ha sido", respondió, "un desafío conmigo misma, ya que ustedes saben que a mí me gustan las cosas difíciles. La primera película era sólo un pequeño resumen de la obra de Moravia. Esta vez se trata de una obra de mayor envergadura, ya que van a ser cuatro horas de televisión".

"¿Qué siente ahora, al repetir aquella experiencia que la había hecho tan famosa?".

"Una profunda emoción, porque yo no soy ya la misma. Entonces tenía 26 años, y ahora algunos más...". Sonríe y baja los ojos avergonzada, como una niña que ha dicho una mentira. Los periodistas aprovechan para susurrarse unos a otros lo "increíblemente joven" y lo "estupenda" que está aún la diosa, que ha entrado hace tiempo en su medio siglo de vida. "Yo ahora", añade Soria, "soy una mujer madura. Me ha madurado la vida, el trabajo, la alegría, la tristeza, la experiencia y la maternidad".

La actriz ha encontrado estos días a Moravia en París: "Hemos comentado", dice, "que esta segunda Ciociara quiere ser un homenaje póstumo al gran De Sica, que había dirigido tan magistralmente la primera".

"¿Por qué ha querido volver al set?", le preguntaron. "Porque siempre he seguido amando mi profesión y ahora puedo permitirme escoger lo que quiero hacer. Tengo dos hijos, uno de 15 y otro de 19, y si lo que hago no sirve para que yo crezca profesionalmente, entonces prefiero quedarme en casa haciendo de madre".

La diosa cimbreante

En Nápoles, la otra noche, llovía a cántaros, cosa que crispa a los napolitanos, adoradores, como los antiguos egipcios, del dios Sol. Pero la diosa fue un oráculo, porque momentos después de haber dejado la ciudad, de puntillas, como había llegado, empezaron a salir las primeras estrellas y amaneció una jornada limpia de sol que cegaba y que hizo cuajar el mar de cientos de barcas de vela coloradas, como en una regata en honor de la diosa que había hecho el milagro.Pero la noche del sábado, tras la conversación con los periodistas, la actriz quiso hacer su última aparición antes de volar hacia Roma, en la cena de gala ofrecida por el alcalde de Nápoles a los premiados. Se movió como una reina entre las mesas, cimbreándose, alta como una palmera, cargada de una sensualidad que los años no han apagado, firmó autógrafos, dejó que se posaran sobre su mano labios temblorosos y volvió a desaparecer.

Algunos comensales no resistieron a la tristeza de su ausencia y abandonaron la cena quizá para saborear a solas la emoción y el privilegio de haber visto con sus ojos aquel monumento nacional de belleza y sexualidad femenina.

"Déjame que me emocione, mujer", decía un marido a su esposa, "tienes que darte cuenta que para nosotros debe ser un orgullo el que Sophia haya salido de nuestra tierra como una pordiosera y hoy sea adorada y respetada por el mundo entero".

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