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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Y ahora, España

EL CONSEJO Europeo, que concluyó ayer en la isla griega de Rodas una cumbre dedicada a la:reflexión sobre el futuro más que a la toma de decisiones, cierra la presidencia helénica de la Comunidad Europea, un mandato que ha sido descrito como "de transición". Después de un semestre en el que lo más destacable ha sido la intensificación del debate entre los líderes europeos sobre el futuro de Europa (una polémica que ha girado en torno al discurso escasamente europeísta de la primera ministra británica en el Colegio Europeo de Brujas), la batalla no ha llegado a Rodas. El enfrentamiento ha sido evitado, y la cumbre se ha ocupado sobre todo del mundo después de 1993 y de la política exterior comunitaria, especialmente en el tema de las relaciones Este-Oeste.La declaración final de la reunión pretende calmar los temores estadounidenses y japoneses a que el mercado único europeo establezca un cordón sanitario en tomo a los doce a partir de 1993. La Europa de 1992, sugieren los comunitarios, no será la fortaleza Europa, sino la sociedad Europa, una estructura que luchará con las demás economías desarrolladas por mantener un crecimiento armónico de la economía mundial y por eliminar todas las barreras.

El refuerzo de la Cooperación Política (política exterior comunitaria), pese a las indudables dificultades con que topa su desarrollo y aplicación, ha sido también objeto de atención preferente en la cumbre. Recogiendo con fuerza los temas centrales de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de Viena, la declaración apuesta decididamente por la seguridad y el control de armamentos, por el respeto de los derechos humanos y por la reafirmación de la fe en los valores occidentales. Son frases especialmente significativas con vistas a las relaciones Este-Oeste y al apoyo a la perestroika de Gorbachov. Nadie esperaba demasiado, por otra parte, de la preocupación comunitaria por el problema de Oriente Próximo; las esperanzas no han sido defraudadas. Es una lástima que así sea.

Se abre ahora la puerta de la presidencia española. La trascendencia histórica de este hecho justifica por sí sola un momento de reflexión ante los compromisos que adquiere el Gobierno de Madrid: hacia sus socios europeos, porque a la hora de abordar la tarea tendrá que demostrar seriedad, preparación y rigor, y hacia su ciudadanía, porque el envite nos enfrenta de golpe con una responsabilidad global que debe estar alejada de cualquier demagogia, aunque siempre próxima a toda ideología. Delicada labor esta de presidir los cada vez más unidos destinos de 12 países, de aunar sus criterios dispares, de intentar compatibilizar la divergencia de sus intereses, sin abandonar la defensa de los propios, pero sin romper la imparcialidad. Cada presidencia es distinta, porque cada país aporta a su mandato características, ideología e intereses nacionales diferentes. Luego, la propia mecánica de una función que tiene que coordinar a 12 de las mayores economías del mundo, a 12 de las estructuras sociales más complejas de la tierra, se encarga de refrenar excesivos entusiasmos o ambiciones. Se impone, en este punto, una caución: el pragmatismo inevitable de manejar tan grande nave no debe permitir que la ideología sea sacrificada a cualquier éxito, por modesto que sea.

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Apoyado por el consenso admirable de la inmensa mayoría de los españoles, el Gobierno aporta a la presidencia comunitaria, a la que accede dentro de poco menos de un mes, un profundo sentimiento europeísta y una firme (por más que imprecisa) voluntad de comprometer incluso la propia soberanía en aras de la construcción de una Europa unida. Después de pasarse siglos repartiendo mandobles por Europa, España se dispone a intervenir en ella nuevamente, pero por primera vez en su historia de forma pacífica. Sin duda, dos principios inspirarán su mandato: por una parte, el continuado proyecto de Felipe González de imponer a esta comunidad la cohesión social de que carece. Por otra, seguir propugnando la creciente solidez de la Cooperación Política, aportándole una visión más progresista de sus responsabilidades externas. Los éxitos no se le han de medir por el número de expedientes archivados, sino por el tacto, conocimiento y dedicación con que los haya mantenido abiertos.

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