Palestina y Europa
EN LOS últimos meses, la situación ha cambiado radicalmente de signo en Oriente Próximo por la conjunción de algunos factores que, después de décadas de parálisis, pueden impulsar un proceso de paz en la zona. Las elecciones ísraelíes han contribuido a aclarar la distribución interna de fuerzas y no parece descabellada la suposición de que el laborismo de Simón Peres comprenderá las exigencias de la paz desde la oposición mejor que desde el Gobierno. Exigencias que se han visto alteradas por dos elementos ftindamentales en el campo contrario: la intilada y la declaración del rey Hussein de que Jordania dejaba de ser responsable de los territorios ocupados.Estas circunstancias favorecieron la semana pasada una maniobra política de alcance: la proclamación de un Estado palestino, hecha por el líder de la OLP, Arafat, ante el Consejo Nacional Palestino (CNP) reunido en Argel. La declaración no supondría por sí misma un gran avance si no fuese acompañada por el reconocimiento implícito de Israel -al que se ofrece negociar el futuro en paz- y por la promesa de abandonar el terrorismo como forma de lucha política, dos condiciones reiteradamente exigidas por Estados Unidos y Europa occidental para reconocer a la OLP como protagonista de ese proceso de paz.
El lunes pasado, los ministros de Asuntos Exteriores de la CE, reunidos en Bruselas, decidieron aplaudir los "pasos positivos" contenidos en la declaración de Argel, pero sin llegar a reconocer la proclamación del Estado palestino. No debió ser fácil, una vez más, alcanzar este modesto consenso, pero, al menos, los ministros acogieron el nuevo gesto palestino como pretexto para relanzar el proceso de paz en Oriente Próximo. El mero hecho de que la tímida decisión europea haya sido acogida favorablemente por la OLP indica hasta qué punto está dispuesto Arafat a embarcarse con seriedad en un ejercicio negociador. No puede decirse lo mismo de Israel, que presionó fuertemente a los doce para que no aludieran a la decisión del CNP. El límite del comunicado de Bruselas pone de manifiesto la resistencia de varios países comunitarios a incómodar a Israel. Es conveniente subrayar que la declaración de estatalidad palestina había producido ya antes de la reunión de los ministros europeos una inflexión significativa: en su reciente visita a Washington, Margaret Thatcher, persona poco sospechosa de actitudes propalestinas, aconsejó al presidente electo Bush mayor flexibilidad hacia los puntos de vista árabes. Todos son conscientes de que la paz pasa necesariamente por EE UU.
España está a punto de iniciar su semestre como presidente de la CE y quiere hacer de la cuestión de Oriente Próximo una de las prioridades de su mandato. La entrevista del ministro español Ordóñez con Arafat en Túnez estaba destinada a marcar el tono de una presidencia, la española, que será seguida por las de Francia e Italia, dos países que se encuentran en la misma sintonía. Así, durante año y medio, la CE estará presidida por países que comparten muchos puntos de vista sobre la región.
La Declaración de Venecia, que marcó la primera posición común de la CE sobre el conflicto judío-palestino, tiene ya ocho años. Los nuevos acontecimientos parecen aconsejar su aggiornamento. La diplomacia española prestaría un buen servicio a la causa de la paz si se embarcase en este difícil y meritorio ejercicio de reformulación comunitaria.
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