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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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¿Paz y democracia en Pakistan?

Quienes hayan visto la espléndida película Gandhi, recordarán, sin duda, que los únicos momentos de grave tristeza del frágil líder hindú ocurren ya al final de la historia. Construido su liderazgo sobre una tenaz oposición a la intransigencia y a la violencia, Gandhi culminaba la lucha de su vida doblegando la formidable resistencia británica a desprenderse de su colonia.Sin embargo, su misma humanidad le había impedido comprender que otros gérmenes de intolerancia más profundos aún que aquellos que estaba derrotando acechaban al futuro: temerosos de compartir el nuevo país con los hindúes, los líderes musulmanes exigieron también su Estado independiente allí donde ellos eran mayoría, en Pakistán occidental y oriental. Los británicos apoyaron la separación del subcontinente en dos. Tal vez era lo único que cabía hacer en aquellos momentos de guerra mundial, pero la partición destapó un reguero de violencia que Gandhi, típicamente, intentó apaciguar, pero que le llenó de tristeza. Cuando un fanático hindú, disparándole a bocajarro, acabó idiotamente con su vida en enero de 1948, Gandhi, ya no quería vivir.

El país islámico que nació de tanta tragedia no ha sido capaz de sacudirse ese sino de encima en 41 años de agitada historia, siempre condicionada por la ominosa presencia de la India. Pakistán ha vivido constantemente mirando de reojo o de frente al gigantesco vecino. En un cuarto de siglo, las dos naciones pelearon -tres guerras, la última de las cuales, en 1971, fue aprovechada por las tropas hindúes para ayudar a la provincia paquistaní del Este a convertirse en el Bangladesh independiente.

Desgarrado por contradicciones que son típicas de países que nacen a la independencia con una fuerte carga de intransigencia religiosa, de heterogeneidad étnica y de luchas tribales en una sociedad que pugna por adoptar una estructura de Estado moderno, Pakistán no ha sido aún capaz de encontrar la puerta de acceso al siglo XX. Une, además, a sus tremendos problemas de subdesarrollo y demografía el hecho desafortunado de encontrarse en el medio de una zona en la que China, la URSS, India e Irán se juegan considerables envites de hegemonía.

Tal vez el símbolo de esa doble personalidad sea la capital, Islamabad. Porque si Le Corbusier hizo de ella en 1961 su Brasilia paquistaní, no puede olvidarse que, en la frontera con Afganistán, malviven tres millones de refugiados en tiendas de campaña. El país del hambre tiene la bomba atómica. O el país islámico casi por excelencia será pronto gobernado por una mujer.

"Sol naciente"

Benazir Bhutto es en sí un símbolo de esa definición de Pakistán. Es de aquí y de allá, de ayer y de hoy. Su éxito ha sido precisamente conseguir que sus compatriotas votaran por una modernidad encarnada en una mujer musulmana educada en Occidente. Y que venciera en unos comicios en los que la abstención fue del 50%... porque la mayoría de las mujeres es musulmana y sus maridos o sus creencias no les dejaron votar. Ella misma, para poder presentarse a las elecciones, tuvo que seguir la tradición y casarse con un marido al que no conocía y con el que su madre había firmado el preceptivo contrato nupcial.

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Si, al cabo de estos días de incertidumbre, el presidente interino del país le encarga formar gobierno, Benazir Bhutto restablecerá el poder civil once años después de que su padre, Zulfikar Afi Bhutto, fuera derrocado por el general Zia Ul Haq. Hija de sunita y chiita (lo es su madre que nació en Irán), educada en EE UU y en Oxford, atractiva, ambiciosa y decidida, Benazir Bhutto ha estado marcada por el drama de su país. Con habilidad, valentía y empecinamiento impropios de su juventud, hace nueve años, cuando ella contaba 26 de edad, recogió, tras la ejecución de su padre por el dictador la antorcha de una democracia populista y nacionalista salpicada de escándalo. Desde entonces, en el exilio o en la cárcel, retando a Zia o coqueteando con el ejército, cometiendo errores o acertando, ha conseguido hacerse tan luminosamente popular que, durante la campaña, sus partidarios la acabaron llamando "Sol naciente".

Será la primera mujer que acceda al poder en un país islámico desde el siglo XIII. No le va a resultar fácil. En primer lugar, porque su partido popular paquistaní (PPP) no ganó la mayoría absoluta en los comicios, por más que, en un país acostumbrado a la corrupción y al manejo de influencias, le debería resultar fácil atraerse los 15 escaños que le faltan y que sumar a los 92 que ya tiene. Aunque sólo sea por la adscripción de los 20 de mujeres que la Constitución hace elegibles por el Parlamento después de las elecciones. Paradojas de un sistema que requiere mujeres-cuota. Lo malo es que la atribución de estos escaños es posterior a la designación del primer ministro.

Sin una situación clara de mayoría, el presidente se enfrenta a un dilema nada fácil de resolver. Su obligación constitucional es ofrecer la formación del gobierno al candidato que, en su opinión, tenga más posibilidades de formar una mayoría parlamentaria. Evidentemente, Bhutto está mejor colocada en esta carrera. Pero el líder de la Alianza Islámica Democrática, Nawaz Sharif, que obtuvo 55 escaños, siendo pro-gubernamental, tiene la ventaja de poder ampararse en la ortodoxia musulmana (ninguna mujer debe ocupar un cargo público, aunque lo permita la Constitución) y de poder coligarse con los partidos restantes para obtener una mayoría.

Enfrentada con una nada despreciable ola de fundamentalismo islámico, con la considerable influencia popular de los mullahs -que rechazarían su gobierno-, con un ejército que siempre ha estado dispuesto a tirar de sable y con formidables brotes de violencia étnica y tribal, Benazir Bhutto se vería obligada a un constante ejercicio de equil brio político para evitar ser derribada. La tarea es casi imposible, pero es seguro que contaría con las simpatías de EE UU. Para Washington, Pakistán es esencial en la resolución del conflicto afgano y en el mantenimiento de la presión sobre las ambiciones de la URSS y de Irán en la zona. Su fidelidad le sería recompensada con medios para mantener al Ejército en pie de guerra y con una ayuda al desarrollo que le permitiría hacer frente a una deuda de 16.000 millones de dólares.

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