Superplán
Durante los seis meses que dure la presidencia española de la Comunidad Económica acudirán a Madrid, futura capital cultural de Europa, numerosos dirigentes de los países comunitarios. El Ministerio del Interior ha elaborado un superplán nacional para protegerles, en el que intervendrán 1.000 policías.Los dirigentes europeos van a sentirse muy seguros en Madrid, pero también muy agobiados. A los dirigentes europeos les interesa guardar el cuerpo, pero ya que vienen acá desearán conocer cómo viven los cultos capitalinos. Difícil propósito, pues forma parte del superplán que no lo conozcan en absoluto.
A los viajeros que llegan a Madrid por la autopista de Barajas les mendiga un rufián con bebé drogado en brazos, y ya sin parar, María de Molina abajo, en cada semáforo les asaltarán otros a lo mismo: energúmeno con garrota advirtiendo que acaba de salir de la cárcel, mandilería mugrienta abalanzándose a limpiar parabrisas.
De aquí en adelante, no importa ruta ni hora, circular por Madrid es sortear el acoso de pedigüeños que utilizan un amplio surtido de fórmulas mendicantes: pedir para gasolina, para llamar por teléfono, para coger el tren, para picarse; hacer la temblona junto a arpía paupérrima, mosconear la deprecación, asomar por la ventanilla amagando visajes asesinos.
A pie aún tiene más emoción, pues en cualquier sitio embisten agoniosos los que campan de golondro. Por Colón acosan escalonados, y si no reciben óbolo mientan a la madre. Menudea venta ambulante que consiste en dar la vara; clamistas a la cordobana le comen un lado al transeúnte mezclando lamentonas con amenazas, y no hace falta nocturnidad para que, por menos de un pitillo, tiren de filosa.
Naturalmente, el superplán procurará el desencuentro de la rufianería con los dirigentes europeos, para que no digan. Y mientras tanto, los del foro habrán de vivir sobresaltados, soportando insultos, temiendo navajazos. Extraña capitalidad cultural, con tanto golfo.
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