Rebajas de temporada
Tesis: sólo las grandes voces son capaces de llenar un teatro de ópera. Antítesis: las grandes voces, si no están debidamente dirigida y no se inscriben en una política teatral global, no consiguen ofrecer resultados satisfactorios. Síntesis: se intentará dar a lo largo de esta crónica.Es ingrato para todos empezar la temporada lírica con una decepción. El Don Carlo liceísta, sobre el que tan buenos augurios planeaban hasta que llegó el tío Paco con las rebajas de las cancelaciones -una de pronóstico grave: la de la producción de Piero Faggioni; otra menos grave: la del barítono Renato Bruson, al ser sustituido por Piero Cappuccilli-, ha sido un fiasco.
Un reparto, sobre el papel, de vuelo discográfico, pero del que más vale que no quede constancia registrada alguna, por más que puedan salvarse números individuales dignos de figurar en una buena antología de arias. Desde luego, el primer responsable hay que. buscarlo en el foso: Thomas Fulton se pasó con los volúmenes, arrasé las voces, mantuvo un pugilato con el coro de inusitada virulencia, estuvo desproporcionado en los concertantes. Y si Luis Lima, un tenor seguro y de notable estilo, acabó rompiendo, susurrando su último dúo en un sufrimiento infinito, en buena medida lo debe al gran esfuerzo, más allá de la indisposición anunciada por megafonía en pos de la benovolencia pública (que, por cierto, caballerosa y justamente, llegó).
Don Carlo
De Giuseppe Verdi. Intérpretes principales: Margaret Price, Ruggero Raimondi, Luis Lima, Piero Cappuccilli, Stefania Toczyska, Harald Stamm. Producción: ópera de Bonn. Dirección escénica: Jean Claude Riber. Orquesta sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceo dirigidos por Thomas Fulton. Liceo de Barcelona, 7 de noviembre.
Pero hay más. Renunciar a un estreno de producción de todo un Piero Faggioni significa restar tensión y expectación a la inauguración, rebajarla al rango de reposición ordinaria. En tales circunstancias los propios intérpretes, humanos al fin, bajan la guardia y vienen simplemente a cumplir.
Todo ello sin menoscabo de la Droducción de la ópera de Bonn dirigida por Riber, que recibió un sonoro abucheo más por lo que previsiblemente sustituía que por sí misma. Sin ser nada del otro mundo por lo que a decorados se refiere, utiliza un vistoso vestuario y emplea en ocasiones un juego de luces de notable garra. Discutible que, al final de la obra, sea la Inquisición, a través de unos chocantes frailes espadachines, quienes se liquiden al romántico don Carlos y no, como previó la obra original, el espectro de Carlos, V, a mayor abundamiento déla célebre leyenda negra.
En el capítulo de la interpretación se impone con autoridad Ruggero Raimondi, cuya voz, limpia, matizada y natural -parece como si no impostara- en la compleja tesitura de bajo se conjuga con una presencia escénica absolutamente genial. Su mera primera aparición, en la que únicamente se descubre sin Regar a cantar, es una perfecta muestra de comprensión del controvertido personaje regio, autoritario sí pero terriblemente solo en el ejercicio de tal autoridad. Su apoteosis llegó, como estaba cantado, con el Ella giammai m'amó: ahí toda la tensión del personaje se convirtió en música y gesto, detenido el tiempo.
Margaret Price estuvo reservada, un pococomo quien pasa y ve la jugada. De su debú liceísta no guaradará un grato recuerdo, y es una pena porque puede dar mucho más. De Luis Lima ya se ha dicho: una noche aciaga, a olvidar con prontitud, que para eso la ópera es ópera. En cuanto a Cappuccilli, lució tanto su superior categoría vocal como el hecho de no haber tenido tiempo para ensayar. Stefania Toczyska, por su parte, se mostró aplomada como Eboli, pero no llegó a superar el punto de frialdad que en general desprendió todo el espectáculo. Harald Stamm, finalmente, dio una bien entendida figura del Gran Inquisidor.
En síntesis: una inauguración no merece que las cosas se queden en tan anodinas medias tintas. Con un reparto así, es casi un crimen que lo demás no funcione a su altura.
Babelia
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